¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Visto y oído
UN cura "con agua exorcizada" pulverizando el plató de El programa de Ana Rosa. Perfecta imagen de estos tiempos diabólicos, cuando Telecinco es la única cadena que confía en el más allá, con su médium sensiblera, junto al Últimas preguntas y El día del Señor que perviven en La 2. Y ahora, el exorcista. El sacerdote Salvador Hernández, que fue a Ana Rosa a hablar de su libro y al final alzó la cruz. El cura fue mojando con agua bendita a la matrona matinal y a su cla que debe ir poniéndose las pilas vista la migración hacia Susanna Griso, que comienza a tambalear el veterano predominio mañanero de Telecinco.
En Hermano mayor y Supernanny se han encontrado casos dignos de emular a la niña de El exorcista, que sólo gana a los mocosos de Cuatro en su flexilibilidad cervical y campechanería gástrica. Lo demás, como los gritos y las profanaciones orales, se han convertido en la especialidad de los coachings de estos rebeldes sin causa.
Ese exorcista que ha descubierto Ana Rosa tiene un tonillo que recuerda a otro presbítero mediático como el padre Apeles, toda una reverenda presencia de otros tiempos. El purificador de platós tiene un recorrido insospechado que podría hacer las delicias de una merienda en Sálvame. ¿Sus gotas acuáticas podrían causar llagas en el Matamoros, vaya apellidito para este momento, y en Mila Ximénez?
Belén Esteban, la princesa del precariado, estaría dispuesta a un ejercicio de exorcismo: sus últimas apariciones no han sido ese remedio beatífico de meses pasados para su cadena. La carbonización amenaza a la madre de Andreíta, a esa chica que en cualquier momento parecía surgir de los infiernos. Sus desplantes pierden fuerza. Sus tesis se ahogan en la charca de tantas historias. El exorcista de Telecinco tiene bastante trabajo si se pone en serio.
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