La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
COMO una vez al año no hace daño, se lo toman con un entusiasmo tremendo. En el Día del Libro no les caben a los políticos ni a los funcionarios todas las actividades programadas. Las celebraciones, por tanto, rebosan e inundan el mes de abril entero de presentaciones, ferias, recitales, conferencias, homenajes, mesas redondas, talleres de animación a la lectura, visitas a colegios y a institutos y pasacalles. Tanta literatura a los aficionados no nos deja leer.
La fascinación por las efemérides suele ser fastidiosa, pero hay que reconocer que esta vez la fecha lo merece. Qué milagro que murieran en 23 de abril Cervantes y Shakespeare, nada menos. Falta Dante para completar el trío de ases;¿o Bash? para una escalera de color. Lo pedagógico de Cervantes y Shakespeare es que ninguno de los dos fue un fundamentalista de la literatura. Por culpa de un atracón de libros de caballerías se volvió loco don Quijote. Cuando a Hamlet le preguntaron qué leía, soltó un desdeñoso: "Words, words, words". Para colmo Shakespeare dejó, de pronto, de escribir y se retiró del mundanal ruido.
A Santa Teresa de Jesús le prohibieron los libros en romance, y se ponía mala la pobre de pensar que, como ignoraba el latín, no iba a tener qué llevarse a los ojos. Entonces una moción divina le indicó que no pasase pena, que Jesús le daría un libro vivo, que era Él. La santa quedó encantada, como es natural. De esta historia aprendemos que las letras no son todo, que la vida va antes. Blas de Otero lo avisó en vigorosos versos: "Digo vivir, vivir como si nada/ hubiese de quedar de cuanto escribo./ Porque escribir es viento fugitivo,/ y publicar columna arrinconada". Y Chesterton lo esculpió en un aforismo redondo: "Un hombre puede convencerse de su filosofía, mejor que con cuatro libros, con un libro, una batalla, un viejo amigo y un paisaje".
Qué paradoja. Los grandes escritores no han caído de hinojos en esa idolatría del libro que, por estas fechas, embarga a quienes no leen o sólo leen best-sellers. El escritor ruso Florensky, ordenaba a su hija Olia: "Lee lo menos posible". Olia no le hacía el menor caso, como se comprueba en la vibrante correspondencia que intercambiaron. La chica devoraba páginas sin pausa.
Ojalá un día yo, en vez ir de la ceca a la meca haciendo inútiles llamadas a la lectura primaveral, pudiese gritar, como Florensky, en los institutos: "¡Muchachos, leed lo menos posible!" Lo gritaría en serio, si supiese que no me iban a hacer caso. La vida es mucho más importante y maravillosa que los libros, efectivamente, pero eso se aprende como en ningún otro sitio en los libros.
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