La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
ASÍ, lector, soy yo mismo la materia de mi libro; no es razonable que emplees tu tiempo en un asunto tan frívolo y tan vano. Hace años que deseaba empezar un texto con este sabio aviso del imprescindible Montaigne. Y hoy puedo porque, aunque me gustaría que no se me haya notado, mi compromiso con la transparencia y el autobiografismo me fuerzan a confesarlo: de un tiempo a esta parte escribo mis artículos mientras acuesto a mi hija. Ella llora, y yo espero que el tiqui-tiqui del teclado la acune. De vez en cuando aprovecho un punto y aparte para decir: "Ea, ea". Tal vez desilusione a alguno que creía que si me salían últimamente los artículos más lacrimógenos era por la caída de la Bolsa. También, por supuesto, no diré que no; pero los hechos son los hechos.
No es el único cambio en mi modo de trabajar. Siempre he defendido que para escribir bien es necesario leer, como mínimo, el triple de lo que se escribe. Jules Renard lo dijo, hablando de un colega, con una frase que no se me iba de la memoria y ahora se ha mudado y no se va de mi conciencia: "Lamartine sueña cinco minutos y escribe una hora. El arte es lo contrario". La literatura, la imaginación, la reflexión, el silencio son la gasolina del motor de la escritura, decía yo con una metáfora ni original ni ecológica. Hoy sigo defendiendo lo mismo, sólo que ya no predico con el ejemplo. Si antes pensaba estos artículos mientras leía bajo una lámpara, ahora los pienso en la playa, corriendo detrás de la niña con la esperanza de que al menos llegue cansada a la cuna. No sé estilísticamente y prefiero no saberlo, pero desde el punto de vista ecológico, el impacto medioambiental de estas columnas ha bajado a límites muy sostenibles entre la celulosa que ahorro de los libros que no leo y el flexo que no enciendo. Podríamos decir que me he pasado a las renovables: energía solar y eólica.
Teclear frente a una hija de un año y pico que llora tiene otras ventajas. Las literarias son pocas, pero prácticas. Si a pesar del jaleo soy capaz de releer la frase que acabo de escribir sin perderme, es clara. Además, siempre tienes un tema a mano (véase este mismo artículo), porque una niña da para no parar y las tribulaciones del prójimo entretienen bastante al lector. Las ventajas de fondo son más importantes: delante de un hijo sólo puede escribirse la verdad y la preocupación por la política, la economía, la sociedad (Bolsas incluidas) supera la simple curiosidad o el egoísmo personal. Se plantea uno qué mundo vamos a dejar a estas criaturas. Y dan ganas a veces de echarse a llorar con la niña, a dúo, tras el punto final.
También te puede interesar
Lo último