La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La generación del pico y la pala
opinión
DISENTIR es un derecho y expresar un desacuerdo, una virtud. Pero para que esto sea así debe darse un requisito, la argumentación. Sin apoyarse en razones, el disentimiento se torna simple enfado. Esto parece ocurrir en el repentino conflicto que agita el Museo Picasso de Málaga. El comunicado de la señora Christine Ruiz-Picasso carece de argumentos convincentes: no es éste un tiempo electoral (sí lo fue mientras Viñetas en el frente estuvo en Barcelona), los órganos de gobierno del Museo Picasso de Málaga conocían la muestra y no se opusieron a ella, y Sueño y mentira de Franco, como todas las obras de Picasso, forma parte de la historia del arte y como obra de arte la trata la exposición. La nota de la señora Ruiz-Picasso parece, pues, más hija del enojo que del rigor.
Hay algo más inquietante: que por razones de parentesco alguien pueda hacer valer una lectura de la obra de un autor frente a profesionales, expertos y especialistas. ¿Qué audiencia podría tener un familiar, digamos, de Einstein, que cuestionara la lectura que hacen los entendidos de sus ensayos? En general, las intervenciones de familiares en la publicación de obras de ciertos autores no han sido precisamente felices: Nietzsche es un buen ejemplo.
Pero lo fundamental en este caso es si el arte debe recluirse en la torre de marfil de la pura forma y evitar su contacto con la vida, de la que forma parte la política, las tensiones sociales y los horrores de la guerra. Si esto se admite, tendríamos que descolgar el Guernica y vaciar el Museo Reina Sofía del arte relacionado con la Guerra Civil: bocetos, fotografías, dibujos, carteles y la maqueta del pabellón de la República en París, todo fuera del museo. La oleada alcanzaría al Prado: ¿qué hacer con los Fusilamientos de Goya que, aunque dirigidos contra Napoleón, irritaron a Fernando VII y a los que gritaban ¡Vivan las caenas!?
Pero nadie se asusta de esas obras ni considera impropia la muestra dedicada a la fotografía obrera en el Reina Sofía o la reciente Marx's Lounge del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Sabemos que el arte habla (casi siempre) de política y que se politiza de verdad cuando esta dimensión quiere ocultarse o disimularse. Respetemos pues el legado de Picasso. Completo. Sin ignorar ni disimular sus convicciones izquierdistas. Son también parte de la historia, de la historia general y de la del arte.
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