Viaje sonoro al fondo del misterio

Andrés Moreno Mengíbar

23 de mayo 2011 - 05:00

Ópera en tres actos con libreto de Ranieri D'Calzabigi y música de Christoph Willibald Gluck. Solistas: Carlos Mena, Roberta Invernizzi y María Cristina Kiehr. Coro de la A. A. Maetranza. Director del coro: Íñigo Sampil. Orquesta Barroca de Sevilla. Director musical: Enrico Onofri. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 22 de mayo. Aforo: Lleno.

Música, palabra, canto. Son los elementos esenciales que dieron nacimiento a la ópera hace ya más de cuatro siglos. Cuando daba sus primeros pasos florentinos, la ópera apenas sin necesitaba de decorados ni de puestas en escena. Bastaba con el poder conmovedor de la palabra cantada y articulada sobre un texto capaz de conmover los afectos para darle sentido completo y coherente a ese momento irrepetible. Y no es casual que el género naciese a partir del mito del cantor tracio que supo conmover con su canto a las deidades infernales y volver del Hades con la dorada prenda de su amada, ni lo es el que la reforma del teatro musical, su refundación moderna, se operase de nuevo sobre el renaciente lamento de Orfeo en una ópera, la de Gluck, que más tiene de misterio iniciático, de oratorio esotérico, que de ópera al modo convencional.

Me extiendo sobre estas cuestiones históricas para justificar el que se haya ofrecido esta ópera en versión de concierto. Bien sé que los responsables de la decisión no se habrán regido por cuestiones de coherencia histórica sino, más bien, por motivos económicos, pero el resultado es igualmente coherente con los presupuestos estéticos e ideológiocos que subyacen en la composición de Gluck. Una obra con escasa acción escénica (que no dramática), con sólo tres personajes y un encadenamiento de coros y solos de Orfeo que pueden, si se hace como se hizo anoche, crear la ilusión dramática con sólo los medios puramente musicales.

Y a los resultados me remito. Cuando el contenido profundo de las palabras y de los afectos por ellas conjurados se expresan con la sensibilidad, el detallismo y la musicalidad con lo que lo hicieron todos los intérpretes, no es necesario el complemento escénico. Todos los sentimientos, las frustraciones, los dolores y las alegrías afloraron con naturalidad de las manos y las voces de unos músicos que, comandados por Onofri, no dejaron ni un sólo recoveco del alma sin escudriñar ni sacar a la luz mediante el sonido. El trabajo de Onofri es de una meticulosidad y una intensidad expresiva impresionantes. No quedó un compás sin su acento apropiado ni una frase sin moldear hasta el mínimo detalle. Y ello partir de una infinita gama de dinámicas en la que sobresalieron las gradaciones por debajo del mezzo-forte. Sólo cabría achacarle su opción por tiempos demasiado lentos y poco marcados en la obertura, el Coro de las Furias o el aria de Amore.

Impresionante la lección de fraseo que dictó Carlos Mena con su voz bien igualada, perfectamente proyectada incluso en los graves. A base de infinidad de reguladores consiguió darle vida a la desesperación de Orfeo, sobresaliendo especialmente en el canto legato. Invernizzi, de magníficos pianissimi y estupenda proyección, dejó brillar su bellísima voz y su fraseo delicado, como lo fue también Kiehr, de voz casi blanca pero rutilante en su despliegue.

Como era de esperar la Barroca estuvo al más alto nivel tanto en conjunto como en sus diversos solistas, de los que destacaríamos las magníficas intervenciones de Peñalver y Mercero. Y para redondearlo todo, un estupendo coro que se plegó, mediante el control de la emisión y del vibrato, a las exigencias técnicas y estilísticas del repertorio barroco.

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