Seguir leyendo a Mairena
José Cenizo firma un ensayo sobre el cantaor en el que abunda en la imagen que Mairena hizo de sí mismo
Antonio Mairena. La forja de un clásico. José Cenizo. Córdoba, Almuzara, 286 páginas.
Esta obra es un acercamiento a la figura de Antonio Mairena que combina lo biográfico con la interpretación de lo que su obra y su vida significó, y sigue significando. En el primer aspecto el libro sigue fielmente las memorias del cantaor, publicadas en 1976. No aporta en este sentido novedad alguna, sino que asume de forma acrítica el texto mairenista, un texto que verdaderamente pide a gritos una revisión crítica. Quizá no era el momento ni las circunstancias, pero hemos perdido la oportunidad de tener una biografía fruto de la pluma de un investigador tan entregado a la causa mairenista como riguroso en sus técnicas.
En el segundo aspecto, José Cenizo se posiciona claramente desde la introducción de este libro: Mairena es el cantaor "más grande e influyente, junto con Camarón de la Isla, de la segunda mitad del siglo XX". La figura de Mairena resulta hoy tan fundamental e incuestionable en su faceta de intérprete, creador y recreador del legado, como controvertida en sus aspectos literario-ensayísticos. Estas controversias son apuntadas en un par de ocasiones, aunque de una manera notarial, testimonial: por ejemplo, Cenizo saca poco jugo de acontecimientos como la concesión a Antonio Mairena de la Llave de Oro del Cante, un hecho fundamental en la consideración pública del cantaor y también del propio galardón, prácticamente muerto en aquel momento. Sin duda, Mairena ha sido el más prestigioso de los cantaores en obtener el citado galardón, aunque resulta muy interesante, para conocer de primera mano como era el mundo del flamenco en 1962, leer las notas que Anselmo González Climent, miembro del jurado, llevó a cabo en la fase de deliberación, publicadas en 1990 por la revista Candil de Jaén.
Otros aspectos de este libro sí resultan abiertamente controvertidos: por ejemplo la clasificación que hace entre críticos "muy devotos de Antonio Mairena" y otros que critican esta "obediencia ciega" (pp. 198-199). Significa abundar claramente en un cisma que obedece a claros criterios propagandistas del que muchos han hecho y siguen haciendo negocio, sobre todo en los ámbitos de ciertos festivales y peñas, descalificando a los que alguna vez pusimos un pero a la obra ensayística (jamás a su enorme talla como cantaor) de Antonio Mairena que, como todo ser humano, tenía sus grandezas y sus pequeñas miserias, situándonos en el campo de los antigitanos. Por supuesto que, conociendo a José Cenizo, este favor al pensamiento totalitario de polaridades irreconciliables ha sido involuntario. Pero ya se sabe que el infierno está lleno de buenas intenciones. Particularmente, y puesto que Cenizo me cita, digo que me considero más mairenero que el que más y reto a cualquiera, incluido el propio Cenizo, a un debate de ortodoxia cantaora mairenista.
La obra de Mairena es hija de su tiempo, tanto al nivel musical como al ensayístico. Si la primera brilla como uno de los grandes monumentos artísticos del siglo XX, la segunda, sin duda necesaria en su tiempo, aunque sectaria, porque nació en buena parte del resentimiento, debe ser tomada hoy de manera crítica, por lo que resta. No quiere ello decir que no debamos seguir leyendo a Mairena, claro. Como he dicho muchas veces, hay que salvar la figura del enorme cantaor que fue Antonio Mairena de los mairenistas.
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