Rocío Molina: "Se me había olvidado la niña que hay en mí"
La bailaora malagueña, premio nacional de Danza 2010, estrena esta noche, en el Teatro Lope de Vega, con carácter de estreno absoluto, su espectáculo 'Vinática'
Rocío Molina, a pesar de sus 26 años, o quizá por eso, ha demostrado sobradamente que el arte es un camino sin retorno en el que si uno sólo se dedica a repetir lo que ya sabe, el final no es otro que lamuerte. Y hoy por hoy, su flamenco -porque ella es, con todas sus consecuencias, bailaora de flamenco- dista mucho de ser un arte muerto.
De la altura de su baile habla, entre otras muchas cosas, el premio Nacional de Danza que, en su categoría de Intepretación, recibió el pasado año. De sus ganas de arriesgar, una ya larga lista de proyectos en solitario entre los que se enuentra Cuando las piedras vuelen, una pieza-instalación puesta en escena por el director, iluminador y artista plástico Carlos Marqueríe, y que se pudo ver en la pasada Bienal de Sevilla, muestra a la que la malagueña volvía tras haber obtenido el Premio a la Mejor Coreografía de 2008 por su obra Oro viejo.
El de esta noche será también un espectáculo arriesgado. Tanto que en su origen se encuentra un desafío poco corriente: entregarse al error. "Este es el fruto de un trabajo larguísimo que ha pasado por muchas fases y, efectivamente, también está la idea del error", confesaba anoche la bailaora. "A mí me gusta investigar con mi baile y en esta ocasión quería romper la técnica, que a veces nos aprisiona, y llegar incluso a la disonancia, con lo amargo que esto puede tener; dar opción a la aparición de errores para poder corregirlos y así emprender caminos nuevos. Pero ha sido un proceso difícil, porque también surgieron errores incontrolados que han hecho de éste un montaje complicado. He intentado retomar sensaciones de cuando era pequeña y bailaba sin parar por las peñas y los festivales de Andalucía. Hay una gran presencia de la infancia en este trabajo, pero vista desde la madurez, como un eco, que es otra de las claves del espectáculo".
La Rocío adulta, rigurosa y brillante, la Rocío niña y sus ecos melancólicos o irónicos, los errores, la ruptura de la técnica y un buen corpus de música flamenca -cantiñas, zambras, seguirillas, bulerías- que se une sin problemas al genio de Chopin... Y ante este aluvión de materiales, una petición de auxilio, recogida en esta ocasión por Roberto Fratini.
Talento italiano al servicio de la danza, Fratini se mueve entre la teoría, la escritura, la docencia -es profesor en la Universidad del Aquila y en el Instituto del Teatro de Barcelona- y los escenarios, siendo responsable ya, con menos de 40 años, de un buen número de trabajos dramatúrgicos, entre otros para Caterina Sagna y la società Raffaello Sanzio. Él ha sido el encargado de dar unidad a esta riqueza que le ofreció Molina y que, según sus palabras, "aunque en la pieza se transita por muchos caminos, yo creo que la pérdida podría ser su motivo principal. La pérdida de la infancia, por ejemplo, con toda su melancolía mezclándose con la alegría de haber dejado atrás tantas etapas. Todo lo importante que se pierde deja su rastro, su cola, su eco. Nuestro pasado está siempre coleando detrás de nosotros. Por eso hay tanto peso de lo infantil en el espectáculo. Los dibujos hechos con tiza que constituyen el decorado no son más que rastros de las cosas que fueron, o de cosas que podrían estar y sin embargo no están. Por otro lado, está el tema del vino, a cuya importancia alude el propio título Vinética. Un vino que es derroche y es alegría, que hace olvidar, pero que también deja cola en la resaca".
Todo este universo de elementos musicales y de movimiento que Fratini ha tratado de armonizar, se presentará esta nohe -breve pero estupendo momento creativo en medio de una nada imaginativa campaña electoral- con todas las localidades agotadas en el Teatro Lope de Vega. Rocío Molina asume todos los retos y pone toda su carne en el asador. Con ella, un pequeño gran equipo de colaboradores: Eduardo Trassierra y su guitarra, Carmona al cante y la mandola, José Manuela Ramos al baile y El Oruco a las palmas.
Todos ellos dispuestos a escribir un nuevo capítulo en la historia de la danza andaluza.
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