Ana María Matute: "El que no inventa, no vive"
La escritora recibe el Cervantes de manos del Rey y pronuncia un discuro corto e intimista en el que reconoce a la Literatura como "el faro salvador de muchas de mis tormentas".
La escritora Ana María Matute ha recibido hoy de manos del Rey el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, en una solemne ceremonia celebrada en el paraninfo de la universidad de Alcalá de Henares. Don Juan Carlos ha entregado el galardón a la escritora, sentada en una silla de ruedas y vestida con un traje de chaqueta gris perla de raso y una camisa de blanco roto, en medio de una cerrada ovación de los asistentes.
Al acto de entrega del premio, que han presidido los Reyes, han asistido además el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, acompañado por su esposa, Sonsoles Espinosa; la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, y la de la Biblioteca Nacional, Glòria Pérez-Salmerón
También han estado presentes presentes el director de la RAE, José Manuel Blecua; el anterior responsable de esta institución, Víctor García de la Concha; el presidente del jurado del premio Cervantes, Gregorio Salvador; y el director general del Libro, Rogelio Blanco, secretario del jurado. La ceremonia ha contado además con la asistencia de numerosas escritoras como Ana María Moix, Carmen Riera, Soledad Puértolas y Ángeles Caso, así como el poeta Marcos Ana, entre otros representantes del ámbito de la cultura.
Matute, de 85 años, es la tercera mujer que posee este prestigioso galardón, que hasta ahora solo había recaído en la ensayista María Zambrano (1988) y la poeta Dulce María Loynaz (1992).
En su discurso, Matute ha confesado que desde muy niña, quizá desde que oyó por primera vez la "mágica frase" de "érase una vez...", supo que entregaría su vida a la Literatura. "La Literatura ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas", decía esta gran novelista tras recibir el galardón más importante de las letras hispánicas, un premio que ella considera "como el reconocimiento, ya que no a un mérito, al menos a la voluntad y al amor" que la han llevado a entregar toda su vida "a esta dedicación".
Ha sido un discurso intimista, sincero y emotivo, muy distinto al de otros galardonados, en parte porque, como ella confesó, no se le da bien este tipo de intervenciones y prefiere "escribir tres novelas seguidas y veinticinco cuentos, sin respiro, a tener que pronunciar un discurso", y también porque el estilo de Matute es único y hoy no tenía que demostrar nada: ahí están su obra y su inmensa capacidad de fabulación.
Matute, que no ocultaba su felicidad -"¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra?"-, no subió a la cátedra a leer su intervención, sino que lo hizo abajo, sentada en su silla de ruedas y junto al público. En más de una ocasión hizo reír a los asistentes con sus palabras, pero sobre todo los emocionó.
Apenas hubo en su intervención referencias a Cervantes, aunque sí aludió, sin nombrarlo, al Quijote, ese "hombre bueno, solitario, triste y soñador", que "creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida". Aquel soñador "convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad -el don más raro de este mundo- en una criatura carente de todos esos atributos. ¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea...?", se preguntó con humor la autora de Paraíso inhabitado.
Parafraseando a San Juan -"el que no ama está muerto"-, Matute cree que "el que no inventa, no vive". Ella empezó a inventar en "un tiempo muy niño y muy frágil", en el que se sentía distinta: era tartamuda, "más por miedo que por un defecto físico", y las niñas de aquel tiempo, "mujeres recortadas, poco o nada tenían que ver" con ella.
Esa niña solitaria que fue Matute solo tenía un amigo, su muñeco Gorogó, que su padre le trajo de Londres a los cinco años. Gorogó está presente en Primera memoria, una de las novelas con las que esta escritora se siente "más identificada", y la acompañó también en sus primeros "inventos" literarios. Hasta que supo que "en la Literatura -en grande-, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas".
La escritora evocó cuando con "la timidez, el asombro y la audacia" de sus "casi veinte años" se asomó "al mundo editorial". Con aspecto "más aniñado del normal" (llevaba calcetines), Matute iba cada día a la editorial Destino con su primera novela, Pequeño teatro, escrita a los diecisiete años, "a mano, en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro". Un empleado se apiadó de ella y le consiguió "una entrevista con el director", el novelista Ignacio Agustí, quien con "infinita paciencia", le explicó que debía "pasarlo a máquina".
Le contrataron el libro y envió su segunda novela, Los Abel, al Premio Nadal. En aquella edición lo ganó "el gran Miguel Delibes", pero Matute tiene "aún la satisfacción y acaso orgullo" de que su obra "quedó en tercer lugar". Con Pequeño teatro ganó el Premio Planeta en 1954 y ese fue su "verdadero bautizo de entrada en el mundo editorial". Empezó a conocer a escritores y continuó "inventando invenciones", entre ellas "arzadú", una palabra que creó para designar el nombre de una flor inexistente.
En la parte final de su discurso, la galardonada hizo una encendida defensa del cuento y arremetió contra quienes "mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política", "la famosa crueldad de los cuentos de hadas".
Matute llama a los de su generación la de "los niños asombrados", porque así se sintieron cuando estalló la Guerra Civil española. El mundo "se había vuelto del revés" y por primera vez vio "la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud". Ese asombro también lo sintió cuando, "en cierta ocasión", vio surgir, "al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul", algo que le reveló que ella sería escritora. "Aquella lucecita azul, aquel virus no me abandonó nunca", aseguró.
Al discurso de Matute, académica de la Lengua y una de las voces narrativas más singulares del siglo XX, ha seguido la intervención de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, quien la ha definido como un mujer "valiente" e "intrépida", que forma parte de una clase de autores "privilegiados" porque pueden escribir sobre lo inexplicable y lo invisible. Estos escritores, ha dicho la ministra, "pueden hablar de otras cosas que no ocurren ni sobre la tierra que pisamos ni tampoco en nuestras mentes".
En opinión de la ministra, la literatura de Matute enseña que "narrar es el primer recurso para abandonar la barbarie". La titular de Cultura también ha calificado a la autora de Olvidado Rey Gudú como "una mujer intrépida que dice y hace cosas audaces", como no tener que esperar a conquistar el título de escritora y "osada porque sabe reconocer la alegría". "Matute no vuela subida a una escoba que sepamos (...) pero estoy convencida de que ganas no le faltan, porque hay pocas aventuras, al menos literarias, con las que no se atreva", ha agregado la ministra.
González-Sinde también ha resaltado que la galardonada es "sabia", "excesiva" y "seductora", ya que a través de su obra ha convencido a los lectores de algo que parece imposible, "depositar nuestra salvación en aquello que es más frágil: un baúl, un bosque o un cuaderno de cuentas". En su opinión, estos lugares son "puertas a la fantasía y la imaginación, a la dimensión espiritual de lo material, un campo en el que Matute es experta".
El acto se ha cerrado con el discurso del Rey, quien ha valorado hoy la "excelencia literaria" y el "deslumbrante universo imaginativo" de Ana María Matute, "una de las narradoras más destacadas y brillantes de habla hispana".
En su intervención, Don Juan Carlos ha dedicado asimismo unas palabras de homenaje a Gonzalo Rojas, fallecido el pasado lunes, de quien ha recordado el "encendido elogio de la palabra" que el propio poeta chileno dedicó a Cervantes en ese mismo lugar hace seis años, al recibir el premio más importante de las letras en español.
Tras destacar el "inconfundible sello cervantino" que caracteriza toda la obra de Matute, el Rey ha rememorado la trayectoria vital de la premiada y ha subrayado que la tragedia de la guerra civil dejó "una huella imborrable en su alma infantil y juvenil", que ha quedado grabada en gran parte de su producción "moldeada desde el prisma de la niñez". En este contexto, ha llamado la atención sobre el hecho de que la autora catalana considere la literatura como "una forma de extraer de uno mismo el malestar del mundo, una suerte de rebelión íntima" convertida en "un estado natural que ayuda a trascender las etapas de soledad por las que, tantas veces, transita la vida".
"Sus logros tienen el valor del talento, así como de la fortaleza y del coraje", ha recalcado el jefe del Estado, antes de agradecer que el genio de la escritora "haya hecho pensar, sentir y soñar a tantos lectores, de todo el mundo y de todas las edades", con una "técnica depurada y excelente, que únicamente pertenece a los mejores maestros". Ha aludido en este sentido a las cualidades que distinguen el trabajo literario de la premiada, entre las que ha destacado "su fina sensibilidad, su capacidad creativa y su reconocida maestría para convertir la realidad -por dura que sea- en hermosas palabras, relatos, cuentos y novelas".
No ha querido tampoco dejar de recordar la condición de académica de Ana María Matute (Barcelona, 1925) estrechamente relacionada con "su amor por la musicalidad del lenguaje al jugar con el ritmo de las palabras y con el de la entonación", que hacen realidad en la premiada las dos virtudes que Cervantes predicó de los cuentos: "Unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros en el modo de contarlos". .
Ana María Matute (Barcelona, 1925) ganó el pasado mes de noviembre el Cervantes tras quedar durante varios años entre los finalistas. Lo mereció, según dijo el jurado, por una obra extensa y fecunda que se mueve entre el realismo y "la proyección a lo fantástico" y por poseer "un mundo y un lenguaje propios".
La entrega del premio Cervantes, dotado con 125.000 euros, constituye el acto central del Día Internacional del Libro, fecha en que se conmemora la muerte de Miguel de Cervantes, el 23 de abril de 1616, y que, al coincidir este año con el Sábado Santo, se ha trasladado al 27 de abril
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