El ministro de propaganda | Crítica
Retrato del siniestro maestro de la propaganda
Si Camarón de la Isla es el Príncipe de los Gitanos, Enrique Morente es el Rey de los Payos. La sagacidad, la genialidad y su visión cósmica de entender el flamenco lo han convertido en uno de los más grandes maestros en la historia del cante jondo. Discos como Misa flamenca o Fantasía del cante jondo-Alegro soleá son auténticas obras maestras. Pero el gran aldabonazo en la carrera morentiana es, sin duda, un disco del que todavía se habla hoy día, se hacen tesis universitarias o se escriben libros: Omega.
Gestado en un largo embarazo que duró desde el verano de 1995 hasta comienzos de 1997, Omega supuso un tremendo choque de trenes cuyo impacto supera todavía a los flamencos de hoy: la unión, o mejor dicho, la confrontación, entre el cante jondo de Morente y el rabioso punk de la banda granadina Lagartija Nick. Fue un experimento extraño, sin precedentes y, por ahora, sin secuelas, como las grandes obras maestras.
Morente andaba en 1995 trabajando en un disco muy personal que pretendía ser un homenaje al cantautor canadiense Leonard Cohen. Fue durante ese proceso cuando, a través de Cohen, en temas como Take this waltz, el cantaor granadino vio un nuevo camino que explorar: la poesía salvaje y sin concesiones de Federico García Lorca en Poeta en Nueva York. Enrique Morente había trabajado muchísimo a Lorca y lo había venerado, como bien muestra en el disco Enrique Morente, en la casa natal de Federico García Lorca en Fuente Vaqueros. Pero en Poeta en Nueva York vio un reto de los tremendos, de los que le gustaban a él.
Fruto de la casualidad, se topó de pronto con el grupo Lagartija Nick, que lo buscaba desde hacía tiempo para hacer una versión del poema Omega. Aquella coincidencia de ambos en Poeta en Nueva York parecía como una llamada del destino que Morente supo que sería profética cuando escuchó al batería de Lagartija Nick, Eric Jiménez, aporrear por bulerías la barra de un pub nocturno. El experimento podría resultar interesante, pensó entonces el cantaor quien, tras escuchar un día al grupo en su ensayo, gritó entusiasta: "¡Yo ya no quiero ser cantaor, quiero ser cantante de rock!".
El de Omega fue un proceso largo y meticuloso: el proyecto requería una lectura concienzuda de Poeta en Nueva York, un darle la vuelta al libro, abrirlo de cuajo y sacarle todas las tripas para verle todas sus cosas. La selección de poemas debía resultar cuidadosa y todo debía encajar, además, con los temas que Morente quería hacer de Leonard Cohen. Era como abrir la caja de Pandora y era frecuente encontrarse a Morente y los Lagartija Nick enfrascados en largas conversaciones a las tantas de la madrugada en el pub La Tertulia mientras jugaban al ajedrez y bebían whisky. Discusiones, más discusiones, ensayos fructíferos, ensayos fallidos, confluencia de modos de trabajar.
Uno de aquellos días, Morente encontró el camino a seguir cuando dijo, ante las críticas que comenzaba a oír a su alrededor por parte de los flamenkólicos que decían que por ahí, con una banda punk, no iba a ningún sitio bueno: "Si un cantaor clava a la perfección una seguiriya o una soleá, da igual que el acompañamiento sea un yunque, una guitarra flamenca, una orquesta sinfónica o una banda de rock. Lo que debe hacer es clavar a la perfección la seguiriya". Y ahí dio en el clavo.
Temas como Pequeño vals vienés, Aleluya o Manhattan, de Leonard Cohen, pronto se dieron la mano con piezas como Niña ahogada en un pozo, Omega, La aurora de Nueva York, Ciudad sin sueño o Norma y paraíso de los negros, de Federico García Lorca. Y pronto, el entorno de Enrique Morente y Lagartija Nick se pobló de colaboradores dispuestos a entrar de cabeza en aquella locura, artistas que intuían el enorme potencial del trabajo: Tomatito, Vicente Amigo, Miguel Ángel Cortés, Isidro Muñoz o Cañizares, entre otros.
Sin embargo, no todos tenían aquella visión transcendental del disco. Sony, el sello discográfico en el que estaba Lagartija Nick en aquel momento, se negó en redondo a financiar el proyecto. Llamaron a muchas otras puertas y todas ellas se les cerraron. El cantaor no podía entender cómo nadie intuía el valor del trabajo. Llegó incluso a plantearse grabar el disco en su propia casa y hasta compró el equipo necesario para ello. Finalmente, la revista El Europeo, cuyos responsables sí comprendieron el peso de la idea, decidió apoyar a Morente y Lagartija Nick y crear un sello discográfico expresamente para Omega.
Una vez que Morente vio la salida del túnel, fluyeron las ideas como el mercurio. Omega, el tema, tenía una duración de 11 minutos, grabaciones de cantaores ya muertos, el sonido rítmico de la Procesión del Silencio de Granada. Pero había más: Morente había decidido ponerle música al Solo del pastor bobo de la obra lorquiana El público y hasta se atrevió a meter unos cantes en inglés con versos de Walt Whitman. Se trataba de una locura que iba desde la psicodelia por cañas de Ciudad sin sueño a la hermosura armónica de Adán. Al oír las maquetas, la gente se quedaba helada: nadie sabía si aquello era una genialidad o un desastre, pero todos coincidían en lo mismo. "Esto no tiene precedentes en la historia del flamenco". Y eso era lo que Morente, convertido ya en el máximo valedor de Omega contra viento y marea, era lo que quería escuchar para tirar hacia delante de una vez por todas.
Cuando el disco salió, fue un hachazo. El público lo aceptó de inmediato. El ambiente rockero se entusiasmó, como ya lo había hecho en un concierto en directo de Lagartija Nick en Armilla en el que Morente se subió a interpretar algunos de los temas de Omega. Fue conmovedor el instante en el que Eduardo Rodríguez Valdivieso, el amigo de Lorca al que el poeta le había escrito sus mas profundas cartas de amor, leyó el poema Omega ante un auditorio mayoritariamente punkie. El silencio del público al escucharlo ya lo decía todo: era premonitorio del éxito que llegaría después.
Con el disco llegaron los conciertos, y con los conciertos, Enrique Morente fue conocido masivamente por el público de los grandes festivales de rock. Allí donde presentaban Omega, las audiencias enloquecían. El festival Espárrago Rock de Granada confirmó que el disco sería un trabajo histórico que soportaría perfectamente el paso de los años. Desde Canadá, Leonard Cohen decía que era uno de los álbumes que más le habían emocionado jamás. Omega rápidamente traspasó fronteras: ya era internacional.
A lo largo de los años, y hasta ayer, Morente y Lagartija Nick han tenido que reunirse un par de veces o tres al año para tocar juntos Omega en Nueva York, como hicieron ante un público en el que se encontraban Lou Reed y las hermanas de Cohen, México DF, París, Buenos Aires… Todos los públicos reclaman Omega y todo el mundo recuerda Omega. Es uno de los mejores discos de la década de los noventa, ovacionado unánimemente por la crítica flamenca… y la crítica rockera. Hoy es una referencia, un trabajo indispensable en cualquier joven que quiere adentrarse en el cante jondo sin renunciar a la experimentación vanguardista. Y en el centro de todo ello, Enrique Morente, el cantaor inquieto, cósmico, curioso con todo, creativo siempre. El Rey de los Payos.
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