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Su mera ausencia es su última obra, por la trascendencia de la misma: nada será igual, no podemos esperar lo mismo del flamenco, no estando él. Sabiendo que ya no nos emocionaremos hasta la médula, que no nos sorprenderemos de nuevo, con los primeros compases de su último disco, de su último concierto. Que todos los flamencos, jóvenes, mayores, guitarristas, cantaores y bailaores, y miles de otros profesionales de la música, y de otras artes, y millones de aficionados más, no estudiarán su obra con lupa, hasta interiorizarla, hasta hacerla suya. Su desaparición transforma de golpe el panorama jondo contemporáneo, porque estaba en plenitud de facultades físicas, emocionales e intelectuales.
Porque fue el hombre que quiso ser, cantaor de flamenco en una familia sin tradición, en una ciudad, Granada, que parecía estar en los 60 en la periferia de lo jondo. Por eso nos hace hoy el trabajo más fácil: lo mismo podemos decir que ha muerto el mayor renovador del flamenco que ha muerto el más clásico de los cantaores jondos. Ambas cosas son ciertas. Y sin embargo tenemos que escribir lo más difícil, lo más terrible, lo que nunca imaginamos que nos tocara escribir: ha muerto Enrique Morente.
Es bien conocida su amistad y su relación con intérpretes del rock, el jazz, la canción de autor, el tango porteño, la música orquestal académica... y un largo etcétera. Pero, de entre todas las opciones anteriores, me quedo con el gran aficionado al flamenco clásico que fue. No sólo conocimiento, también pasión. Veneró a todos los trasmisores de la escuela chaconiana, empezando por Pepe de la Matrona, que fue su mentor. En su último disco de estudio, Pablo de Málaga, todavía incluía una soleá del trianero: así era su afición, así veneraba a los maestros. Viajó a Cádiz para conocer los cantes de la zona y se hizo íntimo de Aurelio. Sus discos se pueden contar como homenajes explícitos o implícitos: a don Antonio Chacón, su obra del 77, a Marchena, a la Niña de los Peines, a Montoya, a Manolo de Huelva, a Mairena. Pero también a Valderrama, La Serneta, el Mellizo, Yerbabuena, El Morato, Gayarrito, la Trini, a Fernanda y Bernarda en la caña La Alhambra lloraba: "Las mimbres del río / gimen con Bernarda / la Alhambra lloraba cantando Fernanda".
Si pensamos en el reduccionismo característico de la mayoría de los medios de comunicación de nuestra época, y de una parte de la afición flamenca, a éstos nos resulta casi imposible explicarles quién era un hombre como Morente. Todo un hombre, el hombre que quiso ser, todos los hombres, que no cabe en cuatro palabras, en cuatro nombres: Picasso, Lorca, San Juan, Al-Mutamid, Garfias, José Hierro, Rius, Fray Luis, Del Encina, Cernuda, Cervantes, Lope, los Machado, Bergamín, Zambrano, Inglada, Pepe y Juan Habichuela. Niño Ricardo, Estrella, Tomate, Sanlúcar, Riqueni, Sabicas, Josele, Cerreduela, Ochando, Mario Maya, Carmen Mora, Segundo, Arcángel, Camarón, Israel Galván, Ortiz Nuevo, Pat Metheny, Lagartija Nick, Leonard Cohen. Todos ellos fueron flamencos y fueron vanguardia sonora en la garganta y en el cuerpo de este coloso de la música contemporánea.
Le gustaba decirlo a menudo, en un juego de palabras: "Antes morir que perder la vida". Morente ha muerto pero vivió. Y vivirá siempre en los corazones de quienes lo amamos, que somos todos los aficionados a este arte, a este artista. Morente vivió, aunque se nos va antes de tiempo, mucho antes de lo que esperábamos.
Lo que importa es que nos hizo vivir más con sus cantes. Más y mejor. Estaba cantando como nunca: cada uno de sus últimos conciertos era el último concierto. Sin fuegos de artificio, directo a la emoción. Los años le habían quitado potencia a su voz. Pero a cambio le habían dado una capacidad prodigiosa, que consiste en tener línea directa con la emoción. La propia, es decir, la del espectador. Más allá de fórmulas y de formas. Cantaba con toda su biografía tembándole en la voz. Que es nuestra biografía: estaba en nuestras conversaciones, en nuestros pensamientos. En nuestros corazones. De todos los aficionados a este arte, a este artista irrepetible.
Quiso ser un cantaor de flamenco y fue el cantaor de flamenco. Lo dije, lo escribí muchas veces cuando vivía, que era el más importante músico flamenco de nuestro tiempo. Morente, con los años, se hizo menos reticente a las declaraciones de amor y homenajes que se le han prodigado en toda España en los últimos años, actos en los que lo pasaba realmente mal. Por eso este verano pude decírselo, en público, en el homenaje que le tributamos en La Unión: gracias en nombre de todas las personas a las que has hecho más felices con tu música. Será más difícil seguir sin ti. Pero tu ejemplo de entereza en la adversidad, de valentía, de honestidad y, sobre todo, de generosidad en la entrega del corazón que ahora se para, nos acompañará siempre.
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