Chaves Nogales no tiene lápida

Intelectuales como Muñoz Molina han lanzado una iniciativa para adecentar el lugar donde reposan los restos del escritor Arturo Barea · Los de Chaves Nogales también están en Londres pero ni siquiera tienen una piedra

1. El espacio entre las tumbas donde reposan los restos de Chaves Nogales en el cementerio de Fulham. 2. Sepelio de Chaves oficiado por el padre Onaindía. 3. Última fotografía conocida del periodista, en su agencia Atlantic Pacific Press.
1. El espacio entre las tumbas donde reposan los restos de Chaves Nogales en el cementerio de Fulham. 2. Sepelio de Chaves oficiado por el padre Onaindía. 3. Última fotografía conocida del periodista, en su agencia Atlantic Pacific Press.
María Isabel Cintas Guillén / Sevilla

15 de noviembre 2010 - 05:00

El deseo de perdurar más allá de la vida lleva al hombre compasivo a marcar con una cruz el lugar de eterno reposo de los restos del que se ha ido; los hijos, los padres, los hermanos, los amigos del finado le preparan unas coronas de flores al darle el adiós definitivo, a la espera de que el taller del marmolista talle una piedra donde queden para siempre los datos más elementales, nombre, fecha de nacimiento, fecha de muerte. Y así, en lo sucesivo, los que le quisieron acuden al lugar y depositan unas flores junto a la referencia. No deja de ser un consuelo y forma parte de la liturgia del eterno descanso.

Pero la tumba de Chaves Nogales no tiene lápida.

En octubre de 1998 acudí a Londres buscando datos de la estancia del periodista en esta ciudad, mientras ultimaba la edición de su Obra Periodística. Pedí a la familia conocer el lugar donde reposaban sus restos y Antony Jones, hijo de Pilar Chaves, la hija mayor de Manuel, me citó en la estación de Richmond. De allí fuimos al cementerio de Kew. Buscamos el número de referencia en un bello espacio, llenos de flores y cantos de pájaros, cuidado, ideal para el descanso eterno. Yo llevaba un sencillo ramo de flores en mis manos. Por fin vería el sitio donde reposaba el periodista, más que familiar, al que prestaba interés desde hacía años y al que me parecía conocer a fondo, aun sin haberlo visto nunca. Por fin, tras largos titubeos, Antony dijo: "Aquí es". Y señaló un espacio vacío entre dos tumbas.

Ese era el sitio. Un espacio vacío entre dos tumbas. Los vecinos tenían lápida y nombre. Chaves sólo un espacio, que estaba en primer término invadido por un frondoso árbol. Nada más. "Ha costado mucho encontrarlo -dijo Antony-. Hace unos años, Wendy, la primera mujer de mi tío Pablo Chaves, se tomó el trabajo de recorrer varios cementerios hasta que lo halló". No sin perplejidad, deposité las flores sin articular palabra, hice una larga oración y me despedí de él.

Continué en Londres mi investigación. Contacté personalmente con varias señoras que lo habían conocido: Cora Blyth de Portillo, que había sido vecina y amiga; Mabel Marañón; Elizabeth Aldabaldetrecu, la más joven del equipo de la agencia de Chaves, que costeó su banquete de bodas; Amelia Montero, la secretaria de Salazar Chapela, del grupo de amigos del exilio; Teresa Magal, que trabajó para la agencia hasta su disolución... Supe que, a su muerte, Chaves habitaba un piso en Woburn Place, en Bloomsbury; que se había sometido a una operación quirúrgica y que no pudo superarla; que el réquiem se celebró en la iglesia de St. James, Spanish Place, y que una bandera republicana cubría su féretro. Algunas de estas personas conservaban un valioso material que me proporcionaron: fotos del sepelio, de la despedida del duelo, de los asistentes. Habían acudido, según el testimonio: el padre Alberto Onaindía, que ofició la ceremonia religiosa; embajadores de México (A. Rosengweg Díaz), de Brasil (J. Motriz de Aragâo), de Colombia (J. Jaramillo Araujo) y Chile (J. M. Bianchi); miembros del cuerpo diplomático de varios países latinoamericanos (Botero, de Colombia; Márquez Ricaño, de México; Paz Castillo, de Venezuela; ministros de Cuba y de la República Dominicana; personal del equipo: A. Sala -abogado catalán, refugiado-, Luis Gabriel Portillo, Mac Ewen, Frances Kaye -secretaria de Chaves-, Llovet -empleado de la BBC-, Duperier, Álvarez Buylla). No había nadie de la familia. Su mujer y sus cuatro hijos intentaban sobrevivir refugiados en El Ronquillo. Allí supieron la noticia por José, el hermano de Manuel.

Aparecieron obituarios en periódicos y revistas de todo el mundo: The Times, La Nación (Buenos Aires), Evening Standard, The Manchester Guardian, entre otros. En España no apareció ninguna. Tan sólo se acordó de él el Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo, que lo condenó en rebeldía a 12 años de reclusión e inhabilitación absoluta y perpetua, ocho días después de su muerte, que ocurrió el 8 de mayo de 1944.

En mayo de 2010 visité de nuevo Londres, para revisar esta vez material en los Archivos Nacionales de Kew. Cada día pensaba acercarme al cementerio, próximo a los Archivos. Por fin un día decidí hacer el camino, a pie, y llegué primero hasta el registro: en efecto, volví a hacer la comprobación. Fue enterrado en el cementerio de Fulham (North Sheen y Mortlake en Richmond, Kew, cerca de Londres) el día 11 de mayo de 1944. Así figura en el registro. Tumba CR19. El espacio sigue vacío entre dos enterramientos, junto a la lápida que recuerda a su vecina de la izquierda, Kate Churchman. Y el árbol frondoso que le daba sombra ha sido talado a ras de tierra.

En uno de esos días de hemeroteca en Colindale, cuando la decepción de la búsqueda inútil nos lleva a mover los periódicos hacia atrás y hacia adelante, en una especie de ebriedad, en un gesto mecánico y casi somnoliento en el aprovechamiento del tiempo que queda para cerrar, a la búsqueda desesperanzada de alguna otra noticia, me puse a hojear El Tiempo de Bogotá de enero de 1944. Y encontré un último artículo firmado por él. Hablaba de la vida en Inglaterra de Francisco Antonio Zea, líder civil de la independencia colombiana, amigo y consejero de Bolívar, revolucionario, humanista y embajador de Colombia en Europa, que acabó sus días en la ciudad balnearia de Bath, a donde se había desplazado Chaves siguiendo sus huellas. Cuenta el periodista que llegó Zea a la ciudad inglesa desengañado de la política, enfermo de cuerpo y espíritu. Su mujer y su hija estaban en París y fueron llamadas en el último momento, pero no llegaron a tiempo de servirle de compañía. "La colocación de la lápida en su tumba quedó aplazada y, luego, el tiempo, las circunstancias familiares difíciles y el descrédito político que se abatió injustamente sobre la gran figura, dejaron incumplido este piadoso y elemental deber".

Chaves habla de Zea, pero podría hablar de sí mismo, tres meses antes de que la historia se repitiese con él paso a paso. Tampoco se puede saber dónde está la tumba de Zea, aunque, como apunta el periodista, "no es aventurado suponer que en el espacio comprendido entre los dos sepulcros con lápida señalados en el registro tiene que hallarse el lugar preciso donde reposan los huesos del gran colombiano". Y de la misma manera, también fue preciso a Chaves buscar referencias a la muerte de Zea en la prensa escrita, que encontró en el Bath Chronicle. "Sólo unas obras de excavación podrían dar la certidumbre (…) Aquí murió, aquí fue enterrado y ni una sencilla lápida queda para recordar su paso y señalar el lugar donde reposan sus cenizas", apunta de Zea Chaves Nogales. Podría valer para sí mismo.

En este paralelismo premonitorio de un periodista que cuenta de otro como podría contar de sí, el colofón del relato sobre Zea acude a nuestra atención: "Como en Inglaterra todo tiene un fuerte sentido de continuidad y el ayer no llega a ser nunca absolutamente inactual, la investigación histórica toma fácilmente el aire de un reportaje de actualidad".

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