"Hablar de un fin de era es exagerar"

Enrique Vila_matas. Escritor

El autor publica 'Dublinesca', una novela donde la cultura irlandesa sirve de telón de fondo en la historia de un editor jubilado y fin de raza que acude al 'Bloomsday' para celebrar un réquiem paródico por la literatura

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), ayer en Sevilla.
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), ayer en Sevilla.
Francisco Camero / Sevilla

17 de marzo 2010 - 05:00

Hace tres años, cuando se recuperaba en el hospital de una enfermedad que lo llevó al borde de la muerte, Enrique Vila-Matas soñó que estaba en Dublín, una ciudad a la que nunca había ido pero que en esa escena conocía perfectamente, como si hubiera vivido allí otra vida. Había vuelto a beber, su mujer lo abrazaba, lloraban desconsoladamente. Pero durante ese "llanto patético" sintió una punzada, "como si por primera vez en su vida sintiera que estaba vivo", como si hubiera vuelto a nacer y él estuviera "en el centro del mundo". Este sueño "duro y extraño" desencadenó un viaje (real) del autor a la capital irlandesa, donde transcurre parte de su última novela, la historia de alguien que "encuentra su futuro en su desgracia personal".

Se trata de su primer libro con Seix Barral tras abandonar Anagrama. Quizás porque ha sido una de las operaciones del mercado editorial español más comentadas de los últimos tiempos, muchos han querido ver en Samuel Riba, el editor jubilado y fin de raza que protagoniza Dublinesca, una suerte de retrato apócrifo de su antiguo jefe, Jorge Herralde. No es así, no completamente. "Es una mezcla de editores que he conocido a lo largo del tiempo. Y también es un personaje que tiene mucho que ver conmigo", explica Vila-Matas durante un encuentro con la prensa en Sevilla. "Empecé a escribir sobre un escritor, pero me aburría, porque ya lo había hecho muchas veces. De repente me di cuenta de que se ha escrito muy poco sobre los editores como personajes de ficción. Al convertir al protagonista en editor las diferencias eran no muy grandes, pero permitían que muchas escenas cambiaran de registro. Y empecé a divertirme mucho", dice de esta novela "bastante autobiográfica", aunque con claves "transformadas".

Riba, el último editor literario, tiene ese sueño perturbador, que parece contener una clave sobre su propia identidad, y viaja a Dublín. Lo hace acompañado de varios amigos escritores para acudir al Bloomsday y oficiar un funeral por la era de la imprenta. "Pero es un funeral festivo, lo que hago es una parodia del fin del mundo", explica el barcelonés, consciente de que ese sentimiento apocalíptico ha existido siempre, en todas las generaciones, por lo que ya sólo cabe aproximarse a él con ironía.

"Está escrito en clave cómica. El libro explica el paso de la era Gutenberg a la era Google. Creo que hay una continuidad, no hay esa ruptura que se nos presenta en ocasiones, no es una cuestión dramática, ni se pasa de una cosa a otra radicalmente, sino que es un camino que yo mismo he vivido en los últimos tiempos, desde el momento en que decido tener ordenador a pesar de que no quería, hasta el entusiasmo por estar en la red. Sólo han pasado diez años, pero parece una eternidad. Y no lo he vivido trágicamente. Quienes lo presentan como un fin de era exageran muchísimo. Sólo habría verdaderamente preocupación y alarma si fuera a desaparecer la escritura, el pensamiento, el lenguaje... pero mientras no deseparezcan, la literatura adoptará formas diferentes, será de una manera o de otra, pero existirá", dice.

"Otra cosa es que la situación en la que se encuentra la industria del libro limita cada vez más la posibilidad de que las obras literarias sean valientes, osadas. Ahora hay editores que dirigen su sello como podrían dirigir una empresa de jamones. Pero hay de todo. El del editor es un trabajo necesario por completo. Y están también los lectores. Se ha perdido el lector que es cómplice directo del escritor y que lee el libro colaborando en la lectura y participando en el libro", continúa Vila-Matas, que ve la literatura española "apoltronada, dormida, con poca presencia internacional y muy pagada de sí misma, como todas las literaturas locales".

Estas inquietudes aparecen en la novela, pero de manera singular respecto al conjunto de la obra que lo ha convertido en uno de los escritores más interesantes y respetados de las letras europeas. Como el propio autor admite, sólo París no se acaba nunca comparte con Dublinesca el hecho de que "la narratividad está por encima de lo ensayístico". "La parte teórica, ensayística, está detrás, menos visible. No está pensado como un cambio de registro, sino que está en la línea de lo que hago, y creo incluso que superando muchas otras cosas que he hecho", afirma Vila-Matas, interesado en "abrir una vía narrativa" para "ampliar" su propuesta.

Contado en un "presente casi eterno" y con un estilo que el autor califica de "realismo interior", el libro es un "viaje mental", pero no "salvajemente cerebral", como se indica en sus primeras páginas. Riba entona su réquiem paródico por la literatura, al tiempo que busca motivos nuevos para el entusiasmo cuando "sólo sucede que no pasa nada pero también entonces pasa algo", rumia su secreta frustración por no haber podido encontrar a su Autor Genial, e incluso se enfrenta a una curiosa presencia fantasmal.

Joyce, cuyo Ulises es crucial aquí, Samuel Beckett y Flann O'Brien son algunos de los autores con cuyas lecturas el autor de Doctor Pasavento o Bartleby y compañía ha dado su "salto inglés", pues su cultura era más "catalana, española y francesa", y necesitaba "aventuras nuevas". En este empeño le acompañan, entre otros, Jordi Soler, Eduardo Lago y José Antonio Garriga Vela, última incorporación a la Orden del Finnegans, creada por todos ellos en un pub de Dalkey, cerca de Dublín; una Orden, explica con placer, inspirada en la de Toledo fundada por Buñuel (al que piensan nombrar miembro de honor) y en la que "a la mínima que haces, te quieren expulsar, pues está prohibido casi todo".

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