Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
Era uno de los platos fuertes del inminente Festival de Jerez, que hace unos días anunciaba la suspensión del concierto por enfermedad del artista. En plenas celebraciones de don Carnal, la muerte da un toque de atención a la familia flamenca, para recordarnos lo efímero de nuestros pasos. Levanto mi careta por Fernando Terremoto (Jerez de la Frontera, 1969): son esas noticias que no por esperadas dejan de ser extrañas. Reapareció el pasado septiembre, después de casi un año de comparecencia de una operación en el cerebro por un glioma. Volvía por la puerta grande después de varios meses de lucha. La puerta grande, en Jerez, es la peña que lleva el nombre de su padre, ante unos cuantos amigos y aficionados. Su padre también se fue pronto. Fernando tenía el mismo nombre que su progenitor y las mismas hechuras físicas y estéticas. En un primer momento fue la guitarra el objeto de su atención flamenca. Militó como guitarrista en el grupo de Manuel Morao Gitanos de Jerez. Se impuso, no obstante, la genética.
Se impuso, aunque se lo pensó: no fue hasta los 20 años, la mitad de su vida ahora truncada, que debutó como cantaor. Citar la genética en este contexto no es gratuito porque Fernando era la viva imagen de su padre, dentro y fuera del escenario. Como él, se ha ido muy pronto después de vivir intensamente. Vivió intensamente en las melodías por seguiriya, en los tercios de la bulería por soleá. La intensidad, la entrega total en la expresión afectiva, más allá de la concreción melódica o lírica. Estos eran sus estilos característicos, aunque, por supuesto, era un excepcional intérprete de la bulería, el fandango, el taranto, la malagueña del Mellizo, etc.
Ostentaba los premios Jóvenes intérpretes de la XI Bienal de Flamenco (1997) y tres primeros galardones en el XV Concurso Nacional de Córdoba (1998). Su tierra le otorgó la Copa Jerez de la Cátedra de Flamencología (2001). El Colegio Mayor Isabel la Católica lo distinguió con el galardón Tío Luis el de la Juliana (2005). En 2004 estuvo nominado a los premios Goya que otorga la academia del cine español por la canción que interpretó para la película Carmen de Vicente Aranda.
En los últimos años de su vida llevó a cabo una frutífera colaboración con el Premio Nacional de Danza Israel Galván cuya máxima expresión fue La edad de Oro (2005), junto a Alfredo Lagos, que ha sido uno de los espectáculos más representandos en el panorama flamenco del último lustro. Se ha ido, pronto, con dos discos fundamentales en el mercado. El juvenil La herencia de la sangre (Dro, 1989) y el más maduro Cosa natural (Auvidis, 1997). Existe un tercer registro de estudio. Sin embargo, el proceso de postproducción de esta obra fue interrumpido por la enfermedad que se lo ha llevado.
Es un disco, este inédito, producido por Gecko Turner, en el que Fernando sorprenderá a propios y extraños si es que se edita postumamente. En él su autor revela, más allá de su inquebrantable adscripción a los estilos clásicos, su voluntad de innovar y aportar algo de su cosecha a la evolución del cante jondo que es, como saben, el género flamenco más inmovilista de la actualidad.
Algo de esto mostró en Calendario, el espectáculo con el que se presentó en solitario en la Bienal de Sevilla de 2006 y que malogró una afonía, sin duda inoportuna pero quizá resultado de los nervios de saber que él, bastión hasta aquel momento de la tradición, era capaz de jugarse esta segura imagen, que le había proporcionado un lugar en el panorama de festivales, peñas y programaciones al uso.
Capaz de jugársela, como digo, con tal de permanecer fiel a su concepción artística. Honestidad, a mi entender, es la palabra que mejor define los pasos de Fernando Terremoto en esta tierra y en este arte. Sirva su ejemplo a las nuevas generaciones de artistas flamencos.
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