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Crítica ópera
La mujer silenciosa. Ópera cómica en tres actos con música de R. Strauss y libreto de Stefan Zweig. Solistas: Franz Hawlata, bajo (Sir Morosus); Barbara Bornemann, contralto (Ama de llaves); Klaus Kuttler, barítono (el Barbero); Bernhard Bercthold, tenor (Henry Morosus); Julia Bauer, soprano (Aminta); Elena de la Merced, soprano (Isotta); Karolina Gumos, mezzo (Carlotta); Alfredo García, barítono (Morbio); Felipe Bou, bajo (Vanuzzi); Pavel Kudinov, bajo (Farfallo). ROSS. Director musical: Pedro Halffter. Director de escena, escenografía e iluminación: Marco Arturo Marelli. Vestuario: Dagmar Niefind. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado 3 de octubre. Aforo: Casi lleno.
Un año más, el Teatro de la Maestranza se convirtió en foco de atención de los medios nacionales al presentar por primera vez en España un título lírico del repertorio centroeuropeo. Esta vez tocó turno a un peso pesado, Richard Strauss, cuya Mujer silenciosa no se había ofrecido nunca en un teatro español, un hecho ciertamente extraño, pues aunque la ópera no esté quizá a la altura de los mejores títulos del compositor, se trata de una obra muy estimable, que cuenta con un libreto excepcional, una rica orquestación y cuyos orígenes estuvieron marcados por la censura nazi, con el interés añadido que siempre provoca el morbo de la barbarie política.
Sea por la razón que fuere, La mujer silenciosa no se había podido ver en España hasta ayer, cuando el Maestranza la presentó 74 años después de su estreno. Cabe felicitarse por que la presentación viniera con una producción estupenda, que pese a los años pasados desde su concepción (Viena, 1996), se mantiene fresca y dramáticamente eficaz.
Marco Arturo Marelli ha diseñado un espacio central limitado por una estructura cilíndrica, con una gran escalera de caracol y unos ojos de buey por toda apertura al exterior, simulando acaso un faro, lo que reduce considerablemente el espacio útil de la escena e incrementa la sensación claustrofóbica que está detrás de la manía del protagonista (su horror al ruido, lo que provoca su aislamiento del exterior), germen de la trama.
Colores fríos y apagados (especialmente al principio) para una comedia que se adentra en el terreno de la soledad, la incomunicación, los conflictos intergeneracionales y que, con buen criterio, Marelli trató de forma naturalista y sin forzar sus perfiles más chocarreros y grotescos. Magnífica dirección de actores y detalles teatrales muy hermosos, como cuando al final del primer acto las máscaras convertidas en candilejas se dejan sobre el suelo, enmarcando así el inicio de la farsa dentro de la farsa.
Si dramáticamente la producción fue un triunfo, en el terreno musical cabe lamentar un elenco no del todo a la altura del reto. Brillante resultó Julia Bauer, una soubrette llena de encanto y con un instrumento resplandeciente y luminoso. En cambio, Franz Hawlata mostró una voz pequeña, engolada y sin los graves que requiere su personaje. Con problemas de proyección también el tenor Berchtold, demasiado opaco y plano de matices, con fiato no muy sobrado. Klaus Kuttler logró en cambio una muy correcta recreación del Barbero, con voz vigorosa y juvenil, y un registro agudo de notable prestancia. Entre los secundarios, resultaron estupendas las dos comediantes (Elena de la Merced y Karolina Gumos) y bastante convincente el bajo Felipe Bou. Desde la chispeante obertura, Pedro Halffter marcó con absoluto sentido el ritmo fluido de la comedia y supo extraer gran variedad de matices de una orquestación compleja, manteniendo las dinámicas siempre al servicio de unas voces con problemas de volumen, lo que restó espectacularidad al cometido orquestal.
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