Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
El cine africano sigue siendo ese gran desconocido. Especialmente en aquellas zonas y países que, como España, no tuvieron amplia presencia colonial en el continente y no han pasado por las diferentes fases históricas y culturales de emancipación, dispersión, integración o asimilación de las sucesivas generaciones de africanos que han permanecido en sus países de origen bajo el nuevo signo de la independencia o las de aquellos otros que emigraron a Europa en busca de mejores condiciones de vida.
Si hay un cineasta que ha contribuido a su visibilidad y apreciación en los circuitos internacionales, ése es el malí Souleymane Cissé (Bamako, 1940), figura esencial del desarrollo industrial y artístico del cine africano moderno (que equivale a decir el cine africano en toda su historia) junto al senegalés Ousmane Sembene, el burkinés Idrissa Ouedraogo o el mauritano Abderraman Sissako, por citar a los más importantes.
El caso de Cissé se asemeja al de otros colegas por lo que tiene de extraordinario en un contexto plagado de dificultades para la profesión. Lo suyo fue un viaje de ida y vuelta para recuperar las raíces y la esencia de su cultura desde una cierta distancia intelectualizada. Apasionado cinéfilo desde la infancia, proyeccionista y fotógrafo en su juventud, Cissé se formó en la Unión Soviética y en el pensamiento marxista. A su regreso a Mali se dedicará a realizar noticiarios y documentales. No será hasta 1972 cuando ruede su primer largometraje de ficción, Cinco días de una vida, título que abrió uno de los puntales del movimiento cinematográfico africano con su denuncia del pernicioso aleccionamiento de los jóvenes en las escuelas coránicas.
Será, sin embargo, con sus dos siguientes largos, Den Muso (La muchacha, 1975) y Baara (El trabajo, 1978), ambos rodados ya en lengua bambara, cuando se consoliden algunos de los temas y claves estéticas de su cine: la dialéctica tradición-modernidad, el compromiso político, el análisis pormenorizado de las consecuencias de una estructura social clasista, un gran refinamiento formal y un gusto por las narraciones alegóricas para construir la "memoria y la dignidad de los pueblos oprimidos". Así, si la primera traza un retrato de la sociedad malí contemporánea y sus profundas desigualdades, la segunda denuncia la precariedad laboral en el África urbana, saca a la luz la codicia y la corrupción de la elite empresarial y refleja la toma de conciencia social de los trabajadores.
Su siguiente película, Finye (El viento, 1982), será coproducida por Francia en el inicio de una fructífera etapa de colaboración del Gobierno de Miterrand con la política cultural de los países africanos de influencia francesa. La película cuenta el amor de dos adolescentes rebeldes que rechazan el orden establecido y cuestionan la sociedad de sus padres. La alegoría y el mensaje filosófico quedan definidos a través del enfoque etnográfico: la aparente perspectiva contemporánea sobre la cultura africana no tiene por qué ser más válida que la perspectiva metafísica tradicional.
Cinco años más tarde, Cissé rueda su obra maestra, Yeleen (La luz, 1987), título de una imponente belleza plástica y gran aliento poético con el que obtiene el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes. Basada en una antigua leyenda oral, Yeelen se organiza como viaje iniciático entre la infancia y la edad adulta que llevará al joven a dominar las fuerzas que le rodean y que le conducirá inexorablemente a un enfrentamiento con su padre. Como recuerda Olivier Barlet, "la naturaleza en Cissé carga de sentido y de emoción. Nunca es estetizante: más allá de su palabra, que no es discursiva o analítica, los hombres se integran en lo que les integra, tan bien, como escribía Serge Daney, que el paso de lo natural a lo sobrenatural se hace sin redoble de tambores".
Waati (El tiempo, 1995) es una película que busca las vías de entendimiento entre los hombres más allá del racismo, a través de la historia de Nandi, una joven sudafricana negra que vive bajo el apartheid y a la que seguimos desde la infancia hasta la edad adulta, entre las figuras y los paisajes que rodean su vida, Suráfrica, Costa de Marfil, Mali y Namibia, "donde la tierra parece haberse originado", un recorrido a través del que vamos descubriendo un continente y su propia realidad como mujer africana.
Ahora desembarca en Granada, donde el festival Cines del Sur le dedica una retrospectiva integral y un libro en edición bilingüe, para presentar su última película tras 14 años de ausencia, Min yé (Dime quién eres), y para ofrecer al público su voz y su mirada sobre África en una Clase Magistral.
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