Manual de instrucciones para reinicio de saga

Manuel J. Lombardo

10 de mayo 2009 - 05:00

Ni rastro de la reconocible melodía original de la serie de TV hasta los títulos de crédito de cierre. La clave musical de este Star Trek borra de un plumazo las derivas y secuelas -muchas de ellas para olvidar- de la saga galáctica nacida en 1966 para proponer un grado cero, un reinicio, un reseteado, una regeneración desde la fusión de lenguajes de la época (del videojuego al parque de atracciones virtual) y con la revitalizada y hípervitaminada ficción televisiva como principal nutriente. Pocos directores más idóneos que J.J. Abrams, responsable de las series de culto Alias o Perdidos, para insuflar nuevas proteínas y rejuvenecer una de las sagas más populares del cine de ciencia-ficción de todos los tiempos, pasto de legiones de fans planetarios y carnaza para alimentar merchandising y eternos complejos de peter pan. El director de Misión Imposible III y responsable de la imprescindible y visionaria Monstruoso acomete aquí un espectacular lavado de cara que reconstruye los orígenes de la mitología trekkie en una ejemplar estructura clásica de presentación y reunión de los que iban a ser los míticos tripulantes del Entrerprise, del ahora rebelde sin causa Kirk (Chris Pine) al vulcaniano-terrícola de orejas puntiagudas Spock (Zachary Quinto), cuyos nuevos perfiles, como los de su multicultural equipo, responde también al espíritu teen de los tiempos y a evidentes pleitesías con el nuevo target juvenil al que se dirige esta nueva etapa de la franquicia.

Como si de un episodio piloto (y doble) se tratara, Abrams condensa todo su oficio en altísimas dosis de acción y espectáculo en los que se conjugan los guiños nostálgicos y las citas explícitas con una desbordante vocación hiperrealista en el diseño de persecuciones, criaturas, naves, artefactos, viajes en el tiempo, batallas estelares y apocalípticas imágenes de la destrucción (fascinante la polvorienta implosión del planeta Vulcano, inquietante y amenazadora la forma animal de la nave romuliana) que van un paso más allá de lo que hasta ahora habíamos visto dentro del género. Plenamente consciente de la alta autorreferencialidad de su criatura, Abrams inyecta esteroides y un refrescante sentido del humor (la presencia del cómico inglés Simon Pegg no parece casual al respecto) a una imagen centelleante y a una cámara vibrante y siempre en movimiento dispuesta no perderse un ápice de lo mucho, bueno y excitante que pasa en la pantalla.

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