Haendel triunfa hasta cortado y sin escena
Los libretos de las óperas barrocas suelen ser ya lo suficientemente alambicados como para que las funciones de concierto no perjudiquen seriamente su comprensión, más aún si, como ayer, se presenta una versión considerablemente reducida, además de una obra que admite mal los cortes, pues Orlando es de los títulos de Haendel que se apoya en una estructura dramática más abierta y flexible.
López-Banzo se ha convertido en el máximo especialista español en ópera haendeliana, como muestran sus recientes grabaciones y sus giras. Maestro bien dotado para la teatralidad y para el lenguaje impetuoso y aristado, tardó en encontrar su sitio en el Maestranza, pues la obertura sonó plana y muy poco marcada en la articulación, si bien poco a poco encontró el tono dramático, el color y los contrastes.
Lástima que el contratenor Jordi Domènech trazara un pálido retrato del héroe: con voz opaca, sin proyección y graves pobres, buscó forzar la expresión a costa de la línea, con recursos (como el cambio de color, en busca de apoyo para los graves) que acabaron por resultar más efectistas que efectivos. El resto del elenco rindió sin embargo a muy buen nivel. Sencillmente soberbia la soprano extremeñana María Espada, voz solar, hermosísima, ancha, magníficamente colocada y proyectada, homogénea, capaz de matices infinitos en todos los registros y con una facilidad para la coloratura por completo deslumbrante. Algo más pequeña la voz de la sueca Ingela Bohlin, pero ágil y manejada también con exquisita gusto, exactamente igual que Marina de Liso, que aportó elegancia y un color sugerente a su algo anodino papel de Medoro. Vozarrón el de Denis Sedov, típico bajo eslavo, no muy pulcro en pronunciación y línea, pero con graves hondos y una ardiente expresividad.
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