Pasión y teatralidad en la voz
Como suele ser habitual una vez pasada la tensión de la primera noche, las cosas rodaron por mejores caminos aún en la segunda velada de La fanciulla del West. Si antes de anoche pudo notarse algún momento en que el sonido orquestal tapaba a alguna voz (aunque ello fuese achacable más la debilidad de esa voz que a una falta de control dinámico por parte de la batuta), ayer el equilibrio entre foso y escena fue prácticamente perfecto. La dirección de Halffter, por añadidura, incidió de forma aún más dramática sobre los pasajes de mayor intensidad, como el magnífico crescendo previo a la partida de cartas del segundo acto o la delicadeza del cierre del primero.
Con todo, el mayor interés de la velada residía en volver a escuchar y ver a la pareja Dessì-Armiliato tras el maravilloso recuerdo de su Manon Lescaut de hace años. Y a fe mía que no desmerecieron la espera. No creo que sea exagerar la nota de los caracteres nacionales si digo que para dotar a las heroínas puccinianas de toda su carga dramática y sonora son necesarias voces italianas. Daniela Dessì representa en sí misma todo lo mejor de la escuela italiana de canto, pues la emisión es siempre firme y homogénea, la voz está siempre fuera, sin nota de engolamiento ni entubamiento, desplegándose con amplitud por el espacio a todo lo largo del diapasón. A unos agudos incisivos pero siempre bellos se une una zona grave bien apoyada y cubierta. Y con esa materia prima y esa técnica intachable aborda la interpretación desde la pasión expresiva, con un fraseo siempre matizado en el que sobresale la manera de alargar las frases, de ligar los sonidos en amplios arcos sonoros posibles gracias a un fantástico fiato. En los dos dúos estuvo en gran artista a la antigua.
Como un poco a la antigua, valiente en la emisión y arrojado en la expresión estuvo también Armiliato, con su manera tradicional de girar la voz en la zona de paso, apoyándose en un ligero portamento para colocar los agudos con amplitud y penetración. No es un simple tenor trompetero, sino que sabe apianar y cantar con delicadeza a plena voz, sin cambios de color. Y se mueve con soltura escénica complementando la teatralidad innata de su canto, haciendo uno de voz y cuerpo.
Todo lo contrario por desgracia (porque es la nota discordante de la noche) que Silvano Carroli. Una ruina vocal en toda regla, con la voz sin apoyo alguno, fea y berreante y que se saltó la mayoría de sus indicaciones escénicas.
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