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Godard, Kiarostami, Erice, Varda, Akerman o Lynch cotizan hoy más en el mercado del arte que en el cinematográfico. Sus trabajos se ven hoy antes en los museos o centros de arte que en las salas de cine. Instituciones y espacios como el Pompidou, el Musée d'Orsay o la Foundation Cartier de París, el Museo Reina Sofía o el CCCB en nuestro país acogen o producen los nuevos trabajos de cineastas como Assayas, Hsiao Hsien, Guerin, Lacuesta o Kawase. El cine moderno parece haber encontrado en las instituciones del arte un espacio de visibilidad, también de prestigio, que las redes de la exhibición tradicional le han negado de una década a esta parte.
Hablamos de un cine que se acerca más al concepto de arte, un cine aún interesado por la experimentación formal, por vincular su lenguaje con el de la pintura, la música, la poesía y otras formas de expresión no ligadas a la narración o a las convenciones del cine de ficción.
Si este trasvase hacia el museo determina ciertas prácticas del cine contemporáneo de autor, hubo un tiempo en que fueron los artistas plásticos los que quisieron acercarse al cine y su materia como territorio abierto para la experimentación. De esta relación, siempre en los márgenes de lo industrial, se ocupa este excelente libro de Carlos Tejeda, que traza un documentado y muy didáctico recorrido por la historia del cine realizado por artistas desde los albores del invento, es más, desde los tiempos de aquel pre-cine todavía más preocupado por servir a la ciencia que por su potencial artístico, hasta las últimas propuestas de la nueva vanguardia indudablemente ligadas a las posibilidades expresivas de las nuevas tecnologías.
Así, por este Arte en fotogramas desfilan los nombres esenciales de la primera vanguardia histórica (Clair, Duchamp, Ray, Buñuel, Cocteau, Dalí, Vertov, Ruttmann, Richter, Dulac, Léger, Fischinger); los de sus sucesores de la segunda oleada europea y estadounidense (Kubelka, Deren, McLaren, Brakhage, Lye, Anger, Markopoulos, Snow o Jennings), interesados por la abstracción, las técnicas musicales, el trabajo sobre el propio soporte fotográfico, el ritmo, las texturas, el color o el propio dispositivo enunciador; la actitud provocadora, contracultural y radical del movimiento underground de Andy Warhol o Jonas Mekas; o las interesantes aportaciones plásticas de cineastas-artistas contemporáneos como el británico Peter Greenaway o el norteamericano David Lynch, cuyos trabajos pictóricos y multimedia se filtran hoy en sus propuestas cinematográficas (véanse sus recientes Ronda nocturna o Inland empire) en una interesante retroalimentación.
El libro presta atención también al caso español, en el que aparecen inevitablemente los nombres de José Val del Omar, Pere Portabella o José Antonio Sistiaga, y ocupa su parte final a un muy útil diccionario de autores acompañado de una bio-filmografía para seguir la pista a cada uno de ellos. Ahora sólo queda que el mercado del DVD, aún reacio a adentrarse en los terrenos de la experimentación, asuma pronto la tarea de hacer visibles estos trabajos. El sello Kino ya ha puesto en el mercado los trabajos de la primera vanguardia histórica, y también pueden encontrarse sin problemas los de Maya Deren, Stan Brakhage, Andy Warhol o Norman McLaren, algunos de ellos en ediciones españolas.
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