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Muchos esperábamos como agua de mayo la primera ópera de Haendel representada en Sevilla, todos aquéllos que amamos la ópera barroca y que veníamos suspirando desde hace años por poder asistir a una de las creaciones fundamentales en la historia de la ópera. Pero la verdad es que para esto más valía haber seguido esperando. Y no por lo que al apartado musical se refiere, sino al escénico, que no merece otra calificación, parafraseando a la emperatriz María Luisa, que el de porcheria tedesca. De todas las producciones de este título disponibles se ha ido a elegir para Sevilla (y vaya usted a saber por qué ocultos e inconfesables motivos) la más fea y la más abstrusa con mucha diferencia. Una producción, firmada por Herbert Wernicke, que ya en sus representaciones en el Liceo en el 2001 y 2002 dio lugar a críticas que hablaban de "tedio", "burricie" y "bodrio". Términos que suscribimos sin rubor y a los que añadiríamos el de "fraude". Porque fraude es vender un Giulio Cesare en el que el director de escena se permite imponer al musical cortes de arias, interpolaciones de fragmentos espurios y atribuciones de fragmentos de un personaje a otro, con cambios en la acción dramática. Si a ello le añadimos la por desgracia habitual e irritante oscuridad, el cocodrilo omnipresente, la cabeza cortada de Pompeyo que va de mano en mano, el gazpacho de los vestuarios y la estulticia de unos cartelitos ilegibles, la cosa ya es como para que el público se ponga en pie y de una y vez le grite a los responsables del Maestranza un ¡Basta ya! que acabe con los adefesios escénicos del Regientheater que la germanofilia ciega y acrítica de la dirección artística de nuestro teatro nos está haciendo tragar en los últimos años.
Afortunadamente, el apartado musical fue por caminos totalmente contrarios, fundamentalmente gracias a la participacicón de la Orquesta Barroca de Sevilla en el que puede que sea el empeño más ambicioso de su historia. El brillo y el color de sus instrumentos, junto a algunas brillantísimas intervenciones solistas, dieron otra dimensión al espectáculo.
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