ENSEMBLE DIDEROT | CRÍTICA
Guerra y música en Berlín
No deja de ser una feliz coincidencia que hayan aparecido en Andalucía casi simultáneamente dos tenores del fuste de Ismael Jordi y José Manuel Zapata, jerezano y granadino, cantantes con no pocos puntos en común, como su edad (ambos nacieron en 1973), su vocación tardía o su tesitura de lírico-ligero, que los capacita para repertorios similares, si bien Zapata se ha especializado hasta ahora en papeles rossinianos mientras que Jordi lleva años tanteando roles de mayor peso lírico.
Clara, pura, límpida, tersa, natural, muy bella es la voz del granadino, que cantó aquejado de una leve afección bronquial, lo que hizo que se resintieran algunos notas altas, en especial en las fermatas, a las que en ocasiones llegó algo justo de fiato. Con un metal característico (que recuerda al de su maestro Kraus) la del jerezano, que dejó ver pequeños problemas en la zona aguda, que afectaron en algún momento a la claridad y a la proyección, pero no al fraseo, de notable exquisitez, ni a las estupendas medias voces o a la intensidad expresiva, que mostró incluso en un par de canciones de Joaquín Turina que, junto a varias de Manuel García, sirvieron de ideal calentamiento antes de que el dúo se sumergiera con pasión en el mundo de la zarzuela y de la ópera (El barbero con el que Zapata demostró por qué ha triunfado en Nueva York; la Lucia di Lamermmoor de Jordi, pura emoción romántica). Soberbio el trabajo de Rubén Fernández Aguirre, que tiene todos los colores de la orquesta en sus dos manos.
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