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FÉLIX GUATTARI: UN AMOR DE UIQ. GUIÓN PARA UN FILM QUE FALTA. Félix Guattari. Cactus/Caja Negra. 2016. 192 páginas. 13 euros.
"Uno siempre se pregunta si no existirá vida o inteligencia sobre otros planetas, en alguna parte en las estrellas... pero jamás nos planteamos la pregunta sobre lo infinitamente pequeño... tal vez porque eso puede venir de ese lado, de un universo aún más pequeño que los átomos, los electrones, los quarks...". Así resume Álex, biólogo y acróbata, el marco en el que se desarrolla este guión de una película nunca filmada de la que es uno de los protagonistas. Se trata, digamos, del motor, ya que a él es a quien persiguen las autoridades por establecer contacto con el "Universo Infra-Quark", ese cosmos de lo infinitamente pequeño: "UIQ", el efecto de conectar con lo de abajo, con la trastienda oscura de las apariencias, una entidad indeterminada, sin sometimiento espacial o temporal; una subjetividad volátil, fusión entre lo humano, animal y maquínico que nada sabe de la estrecha economía libidinal que nos sujeta, nada de nuestras opciones sexuales o del constante deseo de ser alguien, de desarrollar una personalidad. El problema es que este reino de lo pequeño e invisible, que expresa los horizontes más remotos de lo posible, sólo se manifiesta parasitando nuestras formas, materia y energía, esa tozuda finitud poco dada a imaginar otros escenarios, y, claro, termina por caer en los vicios de la subjetividad humana cuando se encarna entre nosotros, se enamora y se encela.
En este extraño abrazo de vuelos utópicos y aterrizajes distópicos no es difícil detectar las constantes intelectuales y vitales de Félix Guattari, escritor, psicoanalista y psiquiatra conocido por su vinculación a la clínica experimental de La Borde, que fundara su camarada Jean Oury, y, aún más, por haber escrito a cuatro manos, junto a Gilles Deleuze, algunos de los libros más influyentes de la filosofía contemporánea, especialmente los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia. La editorial Cactus, que ya se preocupó en su día por empezar a editar entre nosotros el pensamiento en solitario de Guattari, le hace aquí otro incalculable favor, en esta su primera colaboración con Caja Negra, al dar a conocer su particular aventura en la industria cinematográfica, reconociendo de paso la singularidad de su activo "deseo de cine" frente al monumento filmológico deleuziano -sus archiconocidos libros y sus cursos en Vincennes-, si bien no haya mejor manera que recurrir a Deleuze para pensar ese "Universo Infra-Quark" como el reino de la "luz para nadie, de las imágenes para nadie", estado de la potencialidad absoluta previo a todo brote de conciencia.
En la incisiva introducción al guión de Un amor de UIQ, Graeme Thomson y Silvia Maglioni esclarecen las relaciones entre las "prácticas" de Guattari -las heterodoxias de La Borde, la militancia política, su interés en las virtualidades afectivas de la era posmediática o su experiencia con el autonomismo italiano y la explosión de las llamadas "radios libres", significativas interferencias hertzianas en el entramado institucional de la comunicación pública- y las versiones que sufrió el guión en el abortado proceso de convertirse en modulaciones de luz y sonido. Entre 1980 y 1987, Guattari trabajó en esta historia junto a Robert Kramer, cuya Ice (1970) se siente detrás del abigarrado grupo de extraterritoriales alrededor de "UIQ", bajo un ideario de cine político y menor (en el sentido que Guattari y Deleuze aplicaron el concepto a la literatura de Kafka, al potencial revolucionario del uso extranjero de la propia lengua) que no coartaba la intención de difundirlo a través del cauce hollywoodiense: Guattari llegó a enviar una copia del guión a Michael Phillips, que venía de producir Encuentros en la tercera fase, de la que Un amor de UIQ podría considerarse una inquietante cruz, un poroso contraplano. A Phillips le sonó todo "demasiado político", mientras que Hollywood, más que por el fulgor de lo microscópico, parecía haberse decantado por el mesianismo galáctico de Star Wars.
En su acopio de influencias y correspondencias, Thomson y Maglioni establecen provechosas conexiones entre la ciencia-ficción guattariana, antídoto contra la despolitización de los años 80, y el Godard protomaoísta, Tarkovski, los appunti de Pasolini o Blade Runner y los mestizajes tecnológicos (junto a los devenires de la nueva carne) que caracterizaban el primer cine de Cronenberg. Nosotros añadiríamos al Alexander Kluge de Der grosse Verhau (1971) y Willi Tobler und der Untergang der 6. Flotte (1972), es decir, a otro estrangulador del género fantástico a partir de su colonización por el materialismo cotidiano y las pesadas cadenas de la Historia. En el cine tragicómico de Kluge, en su divertida colección de interrupciones y melancólicas distancias, encontramos a su vez un antecedente de esa vocación por desaparecer que definió a Guattari y que, hasta cierto punto, lo aleja del hiper-personalizado cine de autor a la europea. Y es que la no actualización final de Un amor de UIQ, su radical virtualidad, quizás sea el destino natural del deseo de enunciación colectiva que lo atraviesa, y que aún sigue dando frutos sin fecha de caducidad: performances, emisiones radiofónicas, instalaciones o ensayos fílmicos (In Search of UIQ, 2013, de los propios Thomson y Maglioni) que reflejan mucho mejor que cualquier producto acabado y fijo la subtrama de revolución perceptiva y afectiva que anida en el corazón, contaminante y desterritorializador, del "Universo Infra-Quark".
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