Steiner y el Pokemon Go
Siruela reúne en un volumen las largas charlas de café que el gran vate del pensamiento europeo ha mantenido durante años con la filóloga Laure Adler.
UN LARGO SÁBADO. CONVERSACIONES CON LAURE ADLER. George Steiner. Trad. Julio Baquero Cruz. Siruela. Madrid, 2016. 142 páginas. 15 euros.
Hace poco, en la prensa cultural, George Steiner (París, 1929) se refería a algunos de los temas que se abordan en Un largo sábado. Conversaciones con Laure Adler. He aquí un fecundo libro recopilatorio, con entrevistas realizadas años atrás por la periodista y filóloga francesa. Es fama la conocida aversión de Steiner por el género de la interviú (tanto o más que su aversión al diván de Freud). Pero la editorial Siruela publica ahora a la vez el citado título y otro más, Fragmentos, especie de cata divagante sobre cuestiones que preocupan al gran vate del pensamiento europeo.
Gabriel García Márquez solía hablar de los placeres del café conversado. En la portada del libro que comentamos, el viejo Steiner (88 años) posa con una taza de café, de un auténtico café conversado. ¿Lugar? Interior día, en su coqueta casa de Barrow Road de Cambridge (Steiner aún ejerce de emérito en el Churchill College de Cambridge).
"Shakespeare habría escrito para la televisión". "Los niños tienen miedo del silencio". "Freud no vio venir la transexualidad ni de lejos". Los entrecomillados están tomados de la interviú ofrecida por Steiner. Pero como decíamos, muchos de estos temas se retoman en Un largo sábado. El título proviene de la idea del mundo que Steiner -ateo- concibe por medio del Evangelio: la vida fluye a través del viernes (muerte de Cristo), del sábado (incertidumbre y espera), y del domingo (luz de resurrección). Ser creyente o no quizá sea lo de menos. El mundo vive en un largo y alegórico sábado, en una larga espera carente de garantías, en donde el desespero y la esperanza ocupan sus inagotables horas.
¿Qué significa hoy ser judío? Steiner dice que un judío es el hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque cree que podría escribirlo mejor. Igual que con la idea tópica sobre la usura judía o con el rasgo fácil de la gran nariz corva, este retrato del hebreo sabihondo podría sonar a arrogancia cultural, conforme el arquetipo asociado a los hijos de Sión. Pero el judaísmo es la única religión del planeta que preserva una oración especial por las familias cuyos hijos son sabios. "Para mí -dice Steiner- ser judío es seguir siendo un alumno, uno que aprende". De ahí la idea definitoria del judío como ser portátil, como vagamundo. Tener la maleta siempre preparada no es una condena humillante y sí un privilegio. Ser judío es enseñar a los hombres que han de sentirse en casa en todas partes. En la tierra todos estamos invitados y el judío es "un peregrino de las invitaciones". Esta idea la extrae Steiner de su admirado Heidegger, el más grande pensador y el ominoso acallador de la Shoa ("Somos los invitados de la vida", decía Heidegger).
Steiner suele citar la Biblia de memoria. No leer ni conocer la Biblia (o lo que es peor, enseñarla como catecismo), forma parte de una especie de "amnesia planificada". "Olvidamos hasta qué punto somos los herederos de ese texto y de su importancia en la historia de Occidente". Cierto es que el Antiguo Testamento es una antología de horrores y locuras (el Libro de Josué es de un racismo escandaloso). Pero el Nuevo Testamento está lleno también de ironía y sonrisas, de poesía y sugestión al mostrar el lado sobrehumano.
La visión de Steiner sobre el Islam no debe agradar a los usuarios de las mezquitas. El Islam le resulta inaceptable por dos motivos. Uno, por su recelo desde el siglo XV al empirismo. Dos, por la postergación social que impone a la mujer. Con semejantes taras Steiner no parece muy proclive al diálogo entre el Islam y los valores occidentales. Recuérdese aquella propuesta de Alianza de Civilizaciones entre el preclaro Rodríguez Zapatero y Erdogan, el ahora furioso presidente turco. Por no hablar de la idea de islamismo modernizador que pregona el hoy supuesto archienemigo de Turquía, el teólogo Fethullah Gülen, o del fascinante beato Charles de Foucauld, aquel vizconde, geógrafo, lexicógrafo y eremita francés que propuso la Pía Unión entre musulmanes y cristianos desde las ariscas montañas del Assekrem, en el alto Atlas.
El lector acostumbrado a Steiner volverá a disfrutar de algunos de sus temas recurrentes. Así, su idea de la lectura y de la necesidad de silencio en esta era de deidades digitales. Uno se pregunta qué habría dicho Steiner sobre la actual modita del Pokémon Go (el usuario de semejante memez vendría a ser como la ultimísima versión del idiotés de Aristóteles). Conocida es su irónica afirmación de que las humanidades no humanizan al hombre (alemanes que tocan a Schubert en hora de maitines y por la tarde gasean judíos puede serlo cualquiera). De hecho lo demuestra y explica a sus alumnos a través de lo que él llama Síndrome de Cordelia, en referencia a la hija del Rey Lear de Shakespeare. El cultivo estético a través de la música o la pintura no alienta necesariamente la ética personal en el mundo de ahí afuera, el del día a día.
Puro Steiner. Irónico, diletante, mordaz. Si se quiere, a ratos un provocador. Pero nunca un cantamañanas.
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