CUARTETO ISBILYA | CRÍTICA
Hacerse Joaquín Turina
No hace tanto tiempo atrás, el latín era la lengua vehicular para la transmisión de todo conocimiento, ya se tratase de astronomía, medicina, teología o filosofía. El Principia Mathematica, como se abrevia comúnmente la obra cumbre de Isaac Newton en la que el sir británico recoge sus descubrimientos de cálculo y mecánica, no fue escrito en la misma lengua que compartía con el maestro de las letras inglesas, William Shakespeare, sino de maestros mucho anteriores como Petrarca o Virgilio. Y tampoco es que el humanista italiano, el poeta romano y el descubridor de la gravedad hablasen -o utilizasen- exactamente la misma lengua, pues al igual que no convivían en el mismo siglo, tampoco compartían modos de expresión que van inevitablemente ligados al devenir de los tiempos y hacían del latín, como hacen ahora de cualquier idioma al uso, una lengua viva sujeta constantemente al cambio y la evolución. Curioso es el empleo de ese concepto, lengua viva, que guarda en su antónimo una condena al ostracismo de la obsolescencia. Un destierro al que algunos, cegados por un pragmatismo economicista, han querido sentenciar al latín -y con él a buena parte de las humanidades- alegando ser disciplinas de dudosa utilidad en una época marcada por la imparable renovación tecnológica y la insistente rentabilidad económica.
Sin olvidar lo poco halagüeño del contexto, pero sin caer tampoco en el catastrofismo, hay quienes con su trabajo demuestran que sobre las lenguas clásicas no todo está dicho, sino que todavía queda mucho por investigar. Uno de ellos es Raúl Navarro, un joven filólogo clásico que se embarcó en el estudio y traducción de unos manuscritos encontrados en una biblioteca de Toledo, en cuyas páginas se escondía la célebre obra de San Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, en la que el doctor de la Iglesia hace una apología del cristianismo frente al paganismo, convirtiéndose así en una de las piezas claves de la teología cristiana. "En filología tratamos de reconstruir los manuscritos tal y como serían originalmente", explica Navarro sobre la ingente labor que le ha llevado el estudio, comparación y traducción de esta obra y que ha presentado en forma de Trabajo de Fin de Máster -algo similar a lo que antes era denominado tesina- y con el que espera poder acceder a los estudios de doctorado en la Universidad de Sevilla, en la que ya ha pasado tanto por el grado como por el máster. "Los textos clásicos se han transmitido fragmentariamente, llenos de lagunas e incorrecciones, porque dependen de las copias que se han ido haciendo a lo largo de los siglos. Los buenos copistas eran aquellos que no se cuestionaban el texto, pero rara vez ocurría eso, pues la mayoría acababan poniendo de su propia cosecha", aclara el estudiante, quien confiesa que no hubo ningún tipo de "epifanía" a la hora de elegir el tema de investigación, sino más bien un encuentro fortuito a través de su tutora, Ana Pérez Vega, quien tenía los manuscritos y se los propuso como posible tema sobre el que investigar. Tras aceptarlo y pasar todo un curso inmerso en ellos, el pasado 8 de julio llegó el día de presentar ante el tribunal el resultado del trabajo de todo un año. Pero en lugar de utilizar el español como lengua para la exposición, Navarro quiso reivindicar la oralidad del latín y pronunció todo su discurso en aquella lengua sobre la que versaba su propia investigación. "Este tema es tan mediocre como podría serlo cualquier otro. Mi único mérito ha sido renovar una antigua tradición que consistía en hacer la defensa en latín", señala el estudiante, quien a su vez asegura que era algo que no ocurría en la Hispalense desde el siglo XVI, en época de Arias Montano. Sin embargo, también afirma que esta vuelta a la tradición del latín hablado es una "tendencia al alza de la filología clásica, que ya se está dando en muchas zonas de Europa, sobre todo en Alemania, Italia y, por supuesto, en España".
Como era de esperar, esta hazaña le ha valido la máxima nota que el tribunal podía otorgarle y con ello Navarro espera hacer méritos para el doctorado. Pero por encima de todo, esta recuperación del latín como una lengua viva, es su manera de volver a una tradición en la que el filólogo clásico no vivía "pegado a un diccionario", pues de la manera en la que está planteada su carrera, critica, se trata más de "traducir que de producir directamente en latín, algo que proviene de la corriente positivista alemana del XIX, que redujo la lengua a sintaxis", pero que Navarro espera pueda revertirse para poder ejercer su profesión tal y como sus maestros latinos la desarrollaron.
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