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En esta obra de Koster se perimetra o se aborda el tema de la mujer en Alfred Hitchcock; un tema que, como ya supondrá el lector, se circunscribe al ámbito de las "rubias sin alma" y en concreto, a la mujer hierática, de apariencia helada, que sin embargo guarda un corazón en llamas -una próvida sima- bajo su pecho. A pesar de lo dicho, Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock no es un libro sobre cine. Si así fuera, no serían éstos el lugar y la persona adecuados para tratarlo. Las rubias de Koster, o con mayor exactitud, las rubias inmortalizadas por Hitchcock, son un arquetipo femenino de la segunda mitad del XX. Inventado quizá, como dice Koster, por el genio de don Alfred; pero arquetipo en cualquier caso, y como tal, sujeto a catalogación y análisis.
El lector aficionado al cine ya sabrá que buena parte de lo dicho en estas páginas se extrae de las conversaciones entre Truffaut y Hitchcock. Ahí, el director británico expone su particular versión sobre estas mujeres, mitad pecadoras, mitad querubes sin sexo, de cuya fascinación hemos participado todos (y Hitchcock en primer lugar, no sin un estremecimiento de amargura). El hecho, en cualquier caso, es que las rubias gélidas de Hitchcock suponen un extraordinario giro en la imaginería erótica del XX. De la mujer fatal heredada del XIX, triunfante aún en el cine negro de los 30/40, hemos pasado a una fatalidad cuya huella, cuyo rastro visible, es una ausencia absoluta de indicios sensuales. Koster asocia oportunamente dicho fenómeno a la "represión" freudiana. Sin embargo, hay algo más que Koster no dice. La estricta pulcritud de las heroínas de Hitchcock ha librado a las Salomés de antaño de su transparencia anímica. En rigor, pues, estas rubias arrebatadoras, que prometen una voracidad sin fin, son perfectamente ilegibles y viven a salvo de nuestra mirada.
Recordemos, a este respecto, los versos de Lope: "beber veneno por licor suave,/ olvidar el provecho, amar el daño;/ creer que un cielo en un infierno cabe". En esta violenta paradoja, tan grata al Barroco, desplegó Hitchcock sus ensoñaciones: rubias falsas o verdaderas como Grace Kelly, Kim Novak, Eve Marie Saint, Tippi Hedren... Rubias en cuyo frío hemos querido arder, como arden los barcos en un mar helado.
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