Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
"Cuando, al día siguiente, llegué a Sevilla, supe que si tú te hubieras quedado vagando por algún lugar de este mundo sería en aquella ciudad, hecha de piedras vivientes, de palpitaciones secretas". Ciudad de puertas pesadas, de patios solemnes y umbríos, así era Sevilla en una de las obras más bellas y tristes que la han tomado por escenario, El Sur, de Adelaida García Morales (Badajoz, 1945-Sevilla, 2014). La autora de este intenso, claustrofóbico y fascinante relato largo, que comenzó a escribir en 1981 pero no se publicó hasta que Jorge Herralde decidió en 1985 aprovechar el tirón de la película homónima de Víctor Erice, editándolo en Anagrama en un volumen que incluía también su relato de fantasmas Bene, falleció en la madrugada del lunes de una insuficiencia cardíaca en Dos Hermanas (Sevilla), donde residía junto a su hijo mayor. Ayer, a las cinco de la tarde, fue despedida por sus familiares en el tanatorio de Servisa en una ceremonia íntima a la que acudieron sus hermanos y sus dos hijos, Galo Almagro y Pablo Erice, el menor fruto de su relación con el cineasta Víctor Erice, que también se desplazó a la capital andaluza para dar su adiós definitivo a la escritora, con la que hablaba a menudo por teléfono.
Antes de su debut literario con El Sur, uno de los más fulgurantes de las últimas décadas y la obra que atrajo demasiada atención hacia esta mujer tímida a la que el foco público siempre le pesó demasiado, Adelaida García Morales fue miembro del grupo de teatro Esperpento de Sevilla -ciudad donde se crió y de donde procedía su familia-, descubrió el anarquismo junto al profesor y amigo Agustín García Calvo y se licenció en Filosofía y Letras en 1970 en Madrid. En la capital española estudió guión en la Escuela de Cinematografía, fue modelo de prêt-à-porter y conoció en 1972 a Erice.
En la segunda mitad de los años 70 Adelaida se instaló en la Alpujarra granadina y los cinco años que vivió en Capileira, donde entre enero y febrero de 1981 empezó a redactar El Sur, constituyeron una de las etapas más felices y productivas de su vida. "La Alpujarra le inspiró la obra de la cual se sentía más orgullosa, El silencio de las sirenas. En ese libro, que ganó el Premio Herralde de novela, recreó en gran medida el ambiente, tan bonito e interesante, que vivimos allí, rodeados de muchos extranjeros bohemios llegados de Estados Unidos e Inglaterra que querían emular los pasos de Gerald Brenan. Pero el tema del libro es ese ideal del amor platónico que le inspiró a mi madre el filósofo Eugenio Trías", recuerda su hijo mayor, Galo Almagro.
En la habitación del hogar de Dos Hermanas donde pasó sus últimos años había ayer numerosas cajas de libros apiladas, testigos del amor por la lectura de esta mujer que admiraba a las autoras anglosajonas de finales del XIX (Edith Wharton en un lugar destacado), y, entre las españolas, a Cristina Fernández Cubas, Josefina Aldecoa y Carmen Martín Gaite. "En los últimos años su salud se deterioró mucho y había renunciado a escribir. Lamentaba que los últimos libros que publicó, acuciada por los problemas económicos, tal vez no estaban a la altura de su exigencia literaria. Vivía bastante recluida y se refugió en el cine, que fue otra de sus pasiones. Veía muchísimas películas", continúa Almagro. Algunos de los libros que la acompañaron en los últimos tiempos ilustran sus gustos y la fidelidad a un mundo propio: Una pena en observación de C. S. Lewis, El palacio de la luna de Paul Auster, Ni un pelo de tonto de Richard Russo, Posesión de A. S. Byatt y varias novelas de Patricia Highsmith, todos ellos editados por Anagrama.
En García Morales había mucho de la niña Adriana (Estrella, en la película) de El Sur. "Es un relato en gran medida autobiográfico. Su padre fue ingeniero de minas y el péndulo, tan importante en la trama, es un objeto con el que estaba familiarizada desde niña", confirma su hijo. Aquella casa de su niñez en Badajoz, y no la que tenía su familia en el barrio sevillano de San Bartolomé, es la vivienda que inspiró la casa que habitaba con su hijo la misteriosa Gloria Valle de su famosa nouvelle. Un relato donde la fascinación por la figura del padre y los paraísos perdidos sigue vibrando con la misma intensidad del primer día.
Aunque ha muerto sin apenas reconocimientos, García Morales fue una de las autoras españolas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y ella a veces saboreaba esa condición cuando, al teclear en Google su nombre, comprobaba cuántos expertos y amantes de la buena literatura se sentían en deuda con ella.
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