Frans Brüggen, el flautista que quiso volar
Con la muerte ayer en su casa de Ámsterdam de Frans Brüggen desaparece uno de los más influyentes intérpretes de la música del tardobarroco, el clasicismo y el primer romanticismo del último medio siglo. Nacido en octubre de 1934, Brüggen conoció la gran eclosión del movimiento historicista desde sus mismas entrañas, pues a los 21 años era ya profesor de flauta dulce en el Conservatorio de La Haya, uno de los centros vitales de difusión de las nuevas formas de afrontar la llamada música antigua.
El instrumento, que era considerado poco más que una herramienta sólo útil para el primer contacto de los niños con la música, se prestigió en sus manos durante décadas de estudio y profundización en las que compartió escenarios, academias, discos y proyectos con Gustav Leonhardt, Robert Kohnen, Anner Bylsma o los hermanos Kuijken, generando a la vez el interés de algunos grandes compositores que, como Luciano Berio, Louis Andriessen o Maki Ishii, le dedicaron obras.
En 1981, Brüggen decidió dejar definitivamente la flauta para centrarse en su carrera de director. Aquel año fundó junto al músicólogo Sieuwert Verster la Orquesta del Siglo XVIII a la que se dedicó intensamente en los últimos 33 años de su vida, en los que halló también tiempo para subirse al podio de algunas de las más importantes orquestas convencionales del mundo. La Orquesta del Siglo XVIII es una asociación singular: organizada como una gran familia de una cincuentena de músicos, no oferta audiciones, trabaja por objetivos y reparte los beneficios generados en partes iguales para todos. El conjunto se reúne cuatro o cinco veces al año para ensayar durante unas semanas en Ámsterdam antes de salir de gira por el mundo (en octubre, el mes en que su fundador hubiera cumplido 80 años, está prevista su gira número 122). Con esta orquesta, Brüggen afrontó un amplio repertorio, de Purcell a Brahms, con ocasionales saltos al siglo XX, pero especial hincapié en Bach, Rameau, Mozart, Haydn, Beethoven y, en los últimos años, Mendelssohn y Chopin, a través del cual fue redefiniendo la forma en que la música clásica y romántica podía ser abordada desde una perspectiva históricamente informada, combinando en sus interpretaciones la belleza tímbrica, la elegancia del fraseo y el drama expresivo.
Alto, enjuto, un tanto desgarbado, ya nunca más podrá contemplarse el gesto amplio y sobrio de Brüggen ante sus músicos, esos brazos larguísimos que se desplegaban como si quisiera alzar el vuelo. Quedan los recuerdos y su extraordinario legado discográfico, que sobrepasa el centenar de referencias en sellos como Teldec, Sony, Philips y desde hace unos años el hispano-alemán Glossa, que acogió sus grabaciones, casi todas en vivo, bajo marca propia, The Grand Tour. Buscarlas y escucharlas es garantía de gozo para cualquier melómano medianamente curioso.
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