"En el extranjero, a veces, ven mal que intentes escapar de la idea de lo español"
Mercedes Cebrián. Escritora
La autora analiza en 'El genuino sabor', su nueva novela, el modo en que los estereotipos de un país condicionan a sus ciudadanos y la artificiosidad con que nos vendemos al exterior.
Almudena, la protagonista de El genuino sabor (Mondadori), la nueva novela de Mercedes Cebrián, vive el desarraigo de quienes por cuestiones laborales tienen que cambiar a menudo de país de residencia: tras divulgar en Latinoamérica las grandezas del jamón ibérico encuentra otros destinos, ya como gestora cultural consagrada a hacer promoción de España, en una ciudad francesa y más tarde en Londres. Con Almudena como guía, Cebrián indaga en algunas cuestiones apasionantes del escenario global de la actualidad y analiza con qué artificiosidad lo hispánico -o cualquier nación, en el fondo- se vende al exterior; cómo hemos acabado sintiendo como propio el imaginario impersonal de una franquicia o cómo la barrera del idioma propicia entre los ciudadanos del mundo una relación inevitablemente superficial. Una novela sobre los estereotipos y la identidad, en la que su autora despliega una narración amena y placentera que va más allá y suscita, con inteligencia, continuas y brillantes reflexiones sobre el tiempo que vivimos.
-En la infancia de la protagonista, aún era todo un impacto en España ir a un restaurante indio o a un chino.
-No hace tantos años de aquello, yo sitúo esa experiencia a principios de los 80 o así. Con la edad, me llama la atención cómo España ha pasado de ser un país muy homogéneo a hacerse más heterogéneo en todo. En modelos de familia, por ejemplo, ahora las familias también pueden ser monoparentales o de gays que adoptan, y lo mismo ha pasado en la comida. Era un mundo casi blindado, porque la comida española era un orgullo, y también porque no había mucha inmigración, no había que servir a la comunidad peruana, por ejemplo. Cuando había algo distinto era muy perturbador. En España había restaurantes chinos para españoles desde los 70 pero luego llegó una nueva categoría, la de los restaurantes chinos para chinos, que tenían entre la oferta productos insospechados, en los que podías encontrar, no lo sé, un tendón. A veces echo de menos esa idea de que lo distinto fuera tan sorprendente, una experiencia tan nueva.
-La novela explora cómo los tópicos acaban ofreciendo una imagen irreal de un lugar. Las tapas españolas en el extranjero no responden a la realidad, "son la comida", dice, "de un país inventado".
-No quiero que la gente piense que éste es un libro costumbrista, con ejemplos rápidos de qué es lo típico de un sitio o de otro. Me gustan los lectores que no se quedan con eso, mi idea es afilar la mirada y ver qué hay más allá. Trato de la imposibilidad de resumir la cultura de un país, no se puede dividir en elementos portátiles como quien coge unos ajos, una tortilla, un tomate... y ya cree que ha reconstruido esa cultura. A veces se procura hacer eso cuando se pretende exportar esa cultura, y, claro, es un intento fallido, porque la cultura es algo intangible.
-De un modo u otro cada uno carga con el peso de su nacionalidad y eso marca su conducta. En El genuino sabor hay pasajes hilarantes sobre eso, como el de esos fogosos Élodie y Arnaud, a los que exculpa de su pasión desmedida porque "era Francia la que actuaba sobre sus cuerpos".
-Obviamente son personajes un poco caricaturizados, pero lo que quería contar es que a veces se intenta escapar de eso y los propios extranjeros te lo recriminan, porque ellos tienen una idea de lo español y tú debes responder a ella. Recuerdo que fui de joven a Luxemburgo, a una especie de campo de trabajo de la Unión Europea, estábamos tomando algo, y yo decidí retirarme porque me aburría. Me dijeron: Vaya, la española, la primera que se va, decepcionados con que no cumpliera con mi españolidad. Veo ahí una especie de dictadura, por parte del mundo entero, manejando estereotipos, que te obliga a comportarte de determinada manera.
-Otro apunte interesante del libro es cómo ese inglés global con el que dialoga gente de distintas nacionalidades, plagado de imprecisiones y errores, se parece "a algo de textura gachosa: resulta blandengue".
-Alguien me preguntó por cómo surgió este libro y yo no me acordaba, pero luego recordé que quería hablar de la amistad, de qué nos vincula a la gente, de quiénes somos para los amigos... Y en esa esfera, cuando no hablas en tu idioma es como si estuvieses mal rotulado. Pienso en una imagen visual: como si te hubiesen dibujado mal, como si tuvieses una zona poco clara y no fueras tú al cien por cien. Hablando y escuchando un idioma distinto al tuyo eres menos yo. Muchas veces renuncias a decir algo profundo por no meterte en complejidades. Se establecen por culpa del idioma unas relaciones facilonas que a mí me parecen muy tristes.
-Isidro, el mejor amigo de Almudena, le hace ver a ésta que tan cateto como no salir de tu ciudad es pensar que todo lo extranjero es mejor.
-Pongo esas ideas en boca de los personajes tras comprobar una y otra vez ejemplos de algo así. Me entristece ver cómo Madrid, que es la ciudad que más conozco, ha perdido un montón del patrimonio de la ciudad: azulejos bonitos, una fachada de un comercio antiguo... Por ese afán de echar fuera el pasado hemos perdido el viejo café de madera y ahora tenemos una cafetería hortera con espejos. No se calibró bien, ha habido una tendencia muy burda a arramplar con todo.
-Y al final vivimos entre franquicias que, paradójicamente, son un refugio conocido para quien está en un país que no es el suyo.
-Fuera de España se ha cuidado más la integración de esas franquicias en la ciudad, nosotros nos hemos vendido con eso de que el turismo nos daba los mayores rendimientos. En Roma, los McDonalds están fuera del centro, excepto uno con letras doradas para que haga juego con el resto... Pero la paradoja es que luego esos sitios representan Occidente. La franquicia de comida, o de ropa, te lleva a reconfigurar qué es lo tuyo, a qué perteneces cuando estás en un lugar en el que a lo mejor ni siquiera conoces el alfabeto. La idea de pertenencia está muy presente en el libro.
-Almudena cuenta algunas mentiras sobre España a los ingleses, como que es tradición llevar a la zarzuela una bota de vino desde que la duquesa de Alba, la de los tiempos de Goya, impusiera esa moda. Para usted, ¿cuál es la mayor patraña que hemos inventado sobre lo español?
-Esa visión de que somos gente hospitalaria y muy acogedora. Habría que ir uno por uno, estoy generalizando, pero al español que yo conozco le cuesta acoger en la casa, todo tiene que ser en la calle. Ahí he sentido que no era verdad, que nos habían engañado con lo que nos contaron.
-Ni un autor de la talla de Cees Nooteboom puede evitar una mirada reduccionista cuando aborda el Camino de Santiago.
-Nooteboom es un gran hispanófilo y España es un tema que le toca, pero cuando se aproxima no puede evitar generalizar. Es que, claro, el mundo es inabarcable, cualquier intento de agarrarlo, de decir ya no tiene secretos para mí, lleva inevitablemente a la frustración... por suerte.
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