La naturaleza fiera

Pilar Adón retrata en 'Mente animal' la violencia soterrada y la crudeza del mundo rural. El miedo y el aislamiento asoman como temas en un poemario de extraño lirismo y excepcional fuerza.

Pilar Adón (Madrid, 1971), en una reciente visita a Sevilla, donde presentó 'Mente animal'.
Pilar Adón (Madrid, 1971), en una reciente visita a Sevilla, donde presentó 'Mente animal'.
Braulio Ortiz

29 de junio 2014 - 05:00

Mente animal. Pilar Adón. La Bella Varsovia. Córdoba, 2014. 52 páginas. 10 euros.

"La salvación no está en los niños / ni en las palabras", escribe Pilar Adón al principio de Mente animal, el nuevo poemario que publica la autora en La Bella Varsovia tras La hija del cazador. El arranque sin concesiones ya anticipa la descreída inteligencia de un viaje en el que "la placidez no ocurre, no se deja", y en el que la madrileña hará partícipes a los lectores de sus miedos, esos que atravesaban ya su obra poética anterior y los perturbadores relatos de El mes más cruel. Una naturaleza inquietante que, lejos de presentarse como un paraíso, es el escenario de una violencia soterrada, un campo de minas donde se alza la amenaza: Adón vuelve aquí a transformar en belleza el escalofrío. "Hay una especie de lugar común en la literatura que viene a decir que un escritor siempre termina hablando de los mismos temas, de lo que nos obsesiona", expone la poeta y narradora. "En mi caso", añade, "es el miedo, el aislamiento de los personajes y la importancia absoluta del paisaje, de los ambientes, algo que estaba en El mes más cruel y en la novela que estoy escribiendo ahora".

Si bien Adón incide en los rasgos que definían ya su universo literario, también siente que ha dado "un paso más allá en este poemario, en cuanto a dureza, a rigor", afirma sobre un libro en el que bichos y criaturas de todo tipo impactan en el receptor a través de imágenes de un extraño y poderoso lirismo. "El espacio de los pájaros se ha llenado de avispas / y también hay insectos bajo el suelo. / Digo ante ellos: quiero un árbol". La escritora cree que con Mente animal se ha desprendido de "cierto pudor, y me he lanzado a escarbar un poco más en ciertos miedos y temas que hasta el momento, para mí como poeta, eran más prohibidos. Como los insectos, que vienen a enriquecer la oscuridad y la dureza de esos ambientes de los que hablo, o el suicidio".

Esta última cuestión está presente en el relato de familias que optaron por este lúgubre desenlace o de personas que buscan aferrarse al mundo y hallar recursos contra la desesperanza. "¿Qué mejor reclamo para el suicida / que el cielo azul?", se pregunta uno de los poemas. "El tema del suicidio -analiza Adón- me interesa por motivos personales, pero también porque es lo que no se puede nombrar, lo innombrable. Aunque no se sea practicante, el catolicismo nos ha inculcado una filosofía: de pequeña oías que si uno se suicidaba no lo enterraban en sagrado. Por eso, representa no sólo la exclusión a la que puede llegar alguien en vida, por la que puede tomar una decisión tan drástica, sino también la exclusión incluso en el más allá, en esa vida hipotética. Quería aprovechar ese simbolismo bíblico en un libro que habla de la tradición rural".

En Mente animal hay, efectivamente, ecos de las leyendas que la poeta conocía del entorno de sus padres, como una historia en la que una casa construida con piedras de una ermita ve cómo nacen los hijos muertos. "Me ocurrió algo curioso", cuenta Adón. "Cuando le di a leer el libro a mi madre, no reconoció algunas de las historias que ella me había comentado. Están matizadas por la voz poética, sí, pero se basan en episodios que ocurrieron. Me da la impresión de que las historias se van mitificando cuando pasan de padres a hijos, de abuelos a nietos, hasta el punto de que llega un momento en el que pierden veracidad, pierden dolor, esa herida que en algún momento tuvo que existir, y se convierten en folclore, en algo casi literario", justifica.

Los personajes que transitan por las páginas de Mente animal, expulsados del paraíso, sufren una especie de desarraigo, anhelan "sentarse en una tierra tras pasar por otras muchas / y decidir que ya no se estará en ninguna más". Adón plantea esa búsqueda desde una voz no exenta de ironía: cuando en el libro se afirma que "el hogar está donde está el calor / donde las raíces", esa certeza no hace sino constatar la imposibilidad de un destino concreto. "El anclaje en la naturaleza de nuestros padres o nuestros abuelos era un anclaje para toda la vida. Nuestros padres sufrieron el desarraigo cuando se fueron a la ciudad, pero compraron una casa, casi siempre en el extrarradio, se asentaron y allí han seguido", argumenta. "El desarraigo de nuestra generación es más de alquiler. Hoy estamos aquí, mañana allí, incluso a veces nos quedamos en casas de amigos", sostiene Adón, que anota en sus versos esa condición errática "sin una puerta a la que regresar, / sin cama blanca ni mesa de fotos".

Mente animal no es, sin embargo, una loa a las virtudes de la naturaleza: alerta de las amenazas del mundo rural. "Hay una especie de idealización de monta tu huerto, cría tus gallinas que es muy peligrosa", considera Adón. "Soy muy devota de Thoreau y de Walden, que es uno de mis libros de cabecera; necesito creer en una filosofía de la naturaleza, en una visión rousseauniana del buen salvaje. A nivel personal, necesito regresar a Emerson, a esa idea de una naturaleza acogedora. Pero el mundo rural español no es así, es un sitio donde la gente se suicida, donde todavía hay rencillas de la guerra, y hay mucha maledicencia de los demás y todo el mundo está pendiente de lo que pasa en la familia de al lado. En un espacio así pierdes el anonimato, que es una de las grandes virtudes de la ciudad, donde si te pasa algo sabes que no hay cincuenta personas de tu entorno hablando de lo que te ha sucedido", asegura.

En un marco así, las relaciones humanas que describe Adón sólo podían ser turbias, marcadas por la tensión y la desconfianza. "No sabe que guardo dos cartuchos del 12 / en el cajón de la mesa / y que no olvido que todo en la vida / exige un estado de blanca alerta", afirma uno de los personajes en el libro. La autora concibe esa visión como una conquista que ha logrado con los años, buscando dentro de sí misma, atreviéndose a ir más allá, sabiendo que el camino por las sombras no era precisamente seguro. "Creo que fue Emerson quien dijo, acostumbrado a la naturaleza americana, que Inglaterra era un jardín: todo lo veía dulcificado, civilizado. Yo quería pensar en la naturaleza como un jardín, no quería pensar en escopetas ni en la niña a la que enseñaron a disparar. Las relaciones que retrato son violentas porque cuando estás en un mundo así, en el que se caza, la violencia forma parte de tu vida. No ha sido fácil escribir esto. Mi padre cazaba, he vivido entre escopetas, animales muertos, desollados... Pero en mis primeras obras, por el pudor, prefería no hablar de eso, sino de una naturaleza británica".

Desde un poema en el que unos niños hacen una excursión a una central nuclear, Mente animal ofrece una imagen de la infancia, otro de los temas del libro, muy distante de lo edulcorado. "En otro poemario me preguntaba si habría de verdad quien piensa que la niñez es la etapa más feliz. No me creo esa ilusión Disney que nos están vendiendo, ese espejismo donde todos los niños están felices. Mi infancia no fue una pesadilla, no fue de Dickens, pero mis padres pertenecen a esa generación que emigró a Alemania y se instaló en la zona sur de Madrid con unos ahorros. Había escasez, no esa especie de generosidad malsana con que se trata a los niños ahora", revela. La infancia que le interesa, admite Adón, "es la de un niño solitario, que se esconde del mundo para leer". En uno de los poemas, Adón dialoga con Peter Pan, y el desenlace no puede ser más desalentador: "Le he pedido que me ayude, / Él sabe mirar y yo no. / (...) Atenta a una seña, hago lo correcto / en mi perpetua disposición a la gentileza. / Con esa manía de los niños solos / de querer a quien no existe".

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