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Marta Sanz escribe desde la "imposibilidad de estar conforme" unos ensayos que agarran al lector y lo zarandean para que reaccione
No tan incendiario. Marta Sanz. Periférica, Cáceres, 2014. 190 páginas. 14,75 euros
Frente a los libros que animan a la reflexión, que plantean dudas e interpelan al lector, y que valen y sirven, sí, aunque en paralelo le ceden el espacio y lo abandonan a su suerte, Marta Sanz golpea fuerte, con razón: basta de conversaciones y preguntas y dilatación del momento en el que la teoría mute en acción; y se haga por fin algo, se intervenga más allá de la palabra. "Es un poema. Este texto. Por eso, a menudo, rima y no está pensado para discutir", avisa su autora en las primeras páginas. En No tan incendiario, Marta Sanz pincha: provoca, sabe que su lector no estará de acuerdo, y sin embargo expone e insiste y subraya y recuerda y vuelve y tambalea cimientos y grandes verdades y se contradice, incluso, pero sobre todo decide moverse y decide mancharse.
No tan incendiario es un ensayo de ensayos -pariente de Qué hacemos con la literatura, en Akal a finales del año pasado, en el que Sanz figura como coautora- que se mueve, que mancha, que agarra al lector y lo zarandea para que reaccione, porque "no admitimos que nadie nos importune, nos saque de nuestras casillas, nos diga que no somos tan listos como nos creemos". ¿Te molesta? Te aguantas, y lees. No aconseja, no ofrece pautas; en ningún momento Marta Sanz escribe que quien escribe debiera hacer esto o hacer lo otro, sino que hace ella misma, quien escribe, eso o lo otro. Y ese eso y ese lo otro lo recorre en esta compilación de artículos, conferencias y diversas colaboraciones más o menos reciente -algunas de sus propuestas de lectura, con apenas unos meses de vida en librerías-, con algunos textos -y, sobre todo, la labor de cohesión y ensamblaje- inéditos, en los que la autora es consciente de la necesidad de "formular preguntas", y a la vez de la incapacidad de "responder a todas". Se contradice; pero se mueve, pero se mancha.
El camino de Marta Sanz avanza de lo general a lo particular: a lomos de la cultura y el compromiso, que no tanto-montan-montan-tanto sino que aquí se conciben únicos e indivisibles, la autora piensa con Lennard J. Davis que la literatura debe "acotar -conquistar- un espacio", e intervenir en él. Toda literatura, considera Marta Sanz, es política, aunque esto implique ponérselo fácil a quienes dan la vuelta a la tortilla y responden que, entonces, ninguna literatura lo es. ¿De qué hablamos, entonces, cuando hablamos de literatura política? ¿Nos referimos a la que se compromete de manera explícita, la que se mueve y se mancha y a simple vista pincha? ¿O entendemos también como literatura política -pero de otra manera- la que se empeña en la neutralidad, que no en el margen, y con esa negación e indiferencia no sólo no se moja, sino que apuntala el discurso dominante que pretende driblar? Decía que Marta Sanz no pregunta, sino que responde, ¿pero de qué hablamos, entonces, cuando escribimos? ¿De la vocación de intervenir en lo público, interpretándolo como el entorno desde el que escribimos, y de la intención de virar el rumbo de la literatura, desde el entretenimiento y el ocio al "desafío o incertidumbre"? ¿Para qué sirve la literatura, política o no?
De la literatura política se salta a otra calificación, la de la literatura popular, que se vincula a la cultura y que se despoja de cargas peyorativas -es la literatura del pueblo, la del origen, la esencial; nunca la basura-, y en este sentido recoge el work in progress de su lectura de la trilogía Millennium. De la figura de su coprotagonista, Lisbeth Salander, se sirve Sanz para reflexionar en torno al feminismo, una declinación de la literatura política -y una bandera, la del compromiso y la crítica, ondeada por la maquinaria promocional de la vida, el milagro y las obras de de Stieg Larsson- que a la autora tampoco le es ajena. Salander, subraya, no reinventa los códigos desde el feminismo para combatir el machismo, sino que adopta los modos machistas que debieran derribarse, como si el éxito de una mujer consistiera en "llegar a ser patrona". Para Sanz Millennium, extraña matemática obliga, no se llama literatura popular: se llama literatura basura. Sacudan el polvo a las ideas. Muévanse. Mánchense. Esto pincha.
Marta Sanz arroja dardos, sostiene que "es bueno que un escritor coja el metro, compre boquerones y los limpie con sus propias manos, sepa lo que es depender de una nómina o quedarse en el paro", abandona la literatura y se plantea -con Jesús López Pacheco- si "la revolución del lenguaje ha venido a desplazar el lenguaje de la revolución", se mete en otro charco: el de la cultura. Porque toda elección cultural "encarna un posicionamiento ideológico", y porque cultura es aquello a lo que llamamos cultura; un rasero que sirve para diferenciar a los unos de los otros, para establecer clases y alejarnos, no tanto por su significado sino por su valor. Y la incomodidad del lector, claro, las carencias que detecta Sanz entre los suyos: la necesidad de la cultura de la izquierda, suponga lo que suponga, de replantear su ideario cultural, aniquilando tópicos buenistas y corrección política, plantándose. Olvidemos la libertad de expresión, la tolerancia y el sentimentalismo, exige Marta Sanz: múevete, mánchate, pincha.
Por la "imposibilidad de estar conforme", y al mismo tiempo frente al panfletarismo en el que cae parte de la literatura política, desvirtuando la intención y construyendo el tópico que empaña esta apuesta, ha publicado Marta Sanz un nuevo libro suyo necesario, y van ya unos cuantos (Susana y los viejos, La lección de anatomía, Daniela Astor y la caja negra, etcétera, etcétera). Marta Sanz predica con el ejemplo y se mueve y escribe y se mancha y pincha, y se arriesga; sobre todo, se arriesga, y le sale muy bien.
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