El Coyote cabalga de nuevo
Cátedra publica un precioso volumen para conmemorar el centenario del nacimiento de José Mallorquí y los 70 años desde la aparición de su personaje más famoso
Lo llamábamos "cambiar tebeos". En el pueblo nos conocíamos entre nosotros, una docena de chavales de la misma edad que se intercambiaban regularmente sus adquisiciones. Si el tebeo se cambiaba "para siempre" dejaba de ser un préstamo para convertirse en un trueque; si no era "para siempre", debía regresar a manos de su dueño en un plazo razonable. A mí no me importaba desprenderme de algunos una vez leídos, pero otros los quería de vuelta en perfectas condiciones -Mortadelo y Filemón, El Capitán Trueno, Spiderman-, cosa que no siempre conseguía. Entre los tebeos, poco a poco, empezaron a colarse algunas novelas; novelas de quiosco, preferentemente; pero no sólo: por estos cauces descubrí las de Vázquez Montalbán. Abundaban las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía, Keith Luger o Silver Kane, y también pasaron de mano en mano alguna del Coyote, un folletín aventurero que emulaba con descaro y desparpajo las aventuras de otro justiciero enmascarado: El Zorro. Este año se ha celebrado el centenario del nacimiento de su autor, José Mallorquí, además del septuagésimo aniversario de la aparición de este paladín de la literatura popular, y Cátedra nos ha obsequiado con un precioso volumen con dos novelas suyas.
Mallorquí (1913-1972) fue lo que antaño se llamaba un "hijo natural"; un niño nacido fuera del sacrosanto vínculo del matrimonio, no reconocido legalmente por el mastuerzo de turno, en una época en la que un accidente así hacía sangrar como si de un estigma se tratara. La madre, que tampoco estaba por la labor, se lo endosó a una amiga y el pequeño creció en una orfandad anómala. Fue un mal estudiante, pero un gran lector y, gracias a Carlos del Corral, que acabaría convirtiéndose en su suegro, la editorial Molino lo contrató en 1934 como traductor. Había un pequeño inconveniente: debía traducir del inglés, un idioma que él desconocía por completo, de modo que ni corto ni perezoso, con el sostén de un buen diccionario, vertió a nuestro idioma -con bastante libertad, cabe suponer- obras de autores anglosajones, Agatha Christie entre ellos.
Tras la Guerra Civil hizo sus primeros pinitos como narrador con novelas de detectives, novelas rosas y westerns. Bajo el sonoro seudónimo de Carter Mulford, en 1943 publicó El Coyote, dentro de una colección dedicada a novelas del Oeste de la editorial Clíper. Aunque no obtuviera especial relevancia, el título le inspiró una idea insensata, a la postre audaz: la escritura de un serial protagonizado por dicho personaje, firmado con su nombre y apellido.
El primer número apareció en septiembre de 1944 y el éxito fue instantáneo. Ramón Charlo cuenta que la tirada inicial prácticamente se agotó en Barcelona, antes de ser distribuida al resto del país. El Coyote se mantuvo diez años en el candelero, a razón de un nueva entrega cada 15 días, hasta alcanzar 192 volúmenes. En el cénit de su popularidad, en torno a 1947, cada nuevo título vendía alrededor de 60.000 ejemplares. Una vez cancelada la serie, en 1954, se harían hasta cinco reediciones de la misma, la cual se llegó a traducir a 16 idiomas.
Las aventuras del Coyote tienen lugar en tierras de California, en la segunda mitad del siglo XIX. Estamos en el Oeste, pero en una zona de influencia hispana, junto a Texas o Nuevo México; el que luego fuera territorio predilecto del spaghetti western. El protagonista, don César de Echagüe, es un poderoso terrateniente que en su tiempo libre se dedica a impartir justicia, tocado con un antifaz definitivo que basta y sobra para borrar toda traza de su auténtica identidad. Según una venerable tradición del relato aventurero, el justiciero enmascarado siempre se encuentra en el lugar preciso y en el momento oportuno. Pocos lo igualan en el manejo de las armas o en el de la voluntad de las gentes. Ramón Charlo lo sitúa temerariamente en la estela de Don Quijote: don César es "un quijote -explica el autor de la introducción de este volumen de Cátedra- que ha tornado las llanuras de La Mancha por las tierras californianas y la lanza por un par de revólveres, y que se dedica a ayudar a sus oprimidos e indefensos compatriotas luchando, bajo la personalidad del Coyote, contra los molinos de viento que para los viejos californianos suponen los invasores yanquis; y un Sancho Panza cuando sin antifaz, bajo la personalidad de un riquísimo hacendado, enjuicia a los demás y a sus circunstancias, mirando en todo momento única y exclusivamente por su tranquilidad y prosperidad".
Fueron 192 entregas, no se olvide, 192 peripecias, y de todas salió bien parado. Además, en el mundo del Coyote, los gigantes son realmente gigantes, y siempre terminan por clavar la rodilla en tierra, y las dulcineas son muchas, muy bellas e intrépidas, y jamás dudan en entregarle la llave de sus corazoncitos. No es necesario inventarle semejante pedigrí, en definitiva, para saborear estas historias. Las novelas incluidas en este volumen se leen en una sentada, en un suspiro, con una sonrisa cómplice en los labios.
También te puede interesar
Lo último