Paisajes solares
'La mujer y el pelele'. Pierre Louÿs. Trad. Juan Victorio. Reino de Cordelia. Madrid, 2013. 176 páginas. 18,95 euros.
Como Chatterton, Macpherson o Ireland en el XVIII, soberbios mixtificadores e inventores respectivos de pretendidos textos tardomedievales, el ciclo del falso Ossián o toda una serie de apócrifos atribuidos a Shakespeare, el parnasiano Pierre Louÿs tradujo las Canciones de Bilitis -dedicadas "a las jóvenes de la sociedad futura"- de un original inexistente donde se rescataba a una supuesta poeta griega que habría sido contemporánea, discípula y amante de Safo de Lesbos, aunque originaria, Bilitis, de Panfilia. El engaño no llegó muy lejos, pero tanto la maravillosa Vida como las turbadoras Canciones que imaginó -un placer releerlas en la bella edición de Barral- han quedado como uno de los monumentos del fin de siècle y no desprenden ese olor a cerrado que caracteriza a otros poemarios o narraciones de la misma época. Hermosa e impecablemente editado por Reino de Cordelia, La mujer y el pelele (1898) es un libro distinto, menor pero valioso, ofrecido ahora en una nueva traducción de Juan Victorio que se presenta arropada por un prólogo entusiasta de Luis Alberto de Cuenca y por las encantadoras acuarelas de Paul-Émile Bécat, que ilustró otras obras de Louÿs como las citadas Canciones o su Afrodita.
Variación sobre el tema de Carmen, La femme et le pantin ha inspirado tres celebrados filmes de Sternberg, Duvivier y Buñuel, en los que el sugerente personaje de Concha, Conchita o Chita estuvo encarnado -ahí es nada- por Marlene Dietrich, Brigitte Bardot y Ángela Molina. La novela en sí misma, aunque se lee con gusto, no es ninguna joya de la literatura, pero tiene un erotismo soft y deliberada o involuntariamente cómico -"yo veía ya claro lo que escondían las travesuras de esta lagartona"- que habría hecho las delicias de nuestro añorado amigo el poeta Vicente Tortajada, gran aficionado que fue a las novelas sicalípticas. Es difícil no sonreír cuando se nos habla de "jotas trepidantes" o al leer capítulos como el titulado Aparición de una mulatita en un paisaje solar. Estos decadentistas, tan entrañables, podían ser de temperamento atormentado, añorar los pasados esplendores o entonar ayes y lamentos por la corrupción del Ideal, pero a la hora de la verdad no les hacían ascos, digamos, a los paisajes solares.
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