Los orígenes barrocos de la zarzuela
La OBS dirigida por Alan Curtis estrena este viernes en el Teatro de la Zarzuela 'Viento es la dicha de Amor' La propuesta de Andrés Lima sitúa la acción en un balneario suizo actual.
Desde hace siglo y medio asociamos el término "zarzuela" con música de raigambre popular, fundamentada en ritmos tradicionales y netamente españoles y con argumentos sostenidos por personajes de extracción humilde. Género popular por excelencia, en definitiva, dirigido a un amplio público nacional al que poca preparación cultural se le exige para disfrutar de las claves de este género.
Pero esto no fue así en los orígenes de este género en el siglo XVII durante el reinado de Felipe IV. Ya en tiempo de su predecesor se introdujo en España el recién nacido género operístico por parte de nobles que habían visitado Italia y habían conocido los fastos musicales de algunas cortes aristocráticas. Pero en función de los testimonios de la época que nos han llegado, al parecer un espectáculo de este tipo, totalmente cantado, no acabó de cuajar entre los gustos de la corte madrileña, acostumbrada más bien a las comedias con importante participación musical propias de aquel Siglo de Oro. De ahí el que ya en la década de los 30 de aquel siglo XVII se intentase alcanzar un punto de equilibrio entre texto hablado y texto cantado. Este tipo de espectáculo híbrido, íntegramente en español, sí consiguió arraigar en la agenda de diversiones de la corte de Felipe IV, especialmente durante la estancia de la real familia en el Palacio de la Zarzuela en tiempos estivales, de donde procede el nombre que a la postre definiría al nuevo género. Dado su origen cortesano y el público aristocrático al que iba dirigido, sus argumentos consistían en recreaciones bucólicas y pastoriles de personajes y argumentos de la mitología clásica, sobre libretos de una gran carga simbólica y alegórica y con un amplio despliegue de efectos escenográficos.
Con todo, el principal reto al que tendría que enfrentarse la zarzuela, ya entrados en el siglo XVIII, fue la competencia y la confrontación con la ópera italiana, implantada de manera institucional por Felipe IV y sus esposas italianas en la corte desde 1703. Precisamente el papel fundamental de José de Nebra consistirá en volcar sobre el armazón estructural de la zarzuela el nuevo utillaje técnico y expresivo de la ópera barroca italiana, esencialmente napolitana, traída a Madrid por cantantes y compositores italianos. José de Nebra Blasco (1702-1768) forma parte de una importante saga familiar dedicada a la música a lo largo del XVIII. Su padre, José A. Nebra Mezquita, fue organista en Calatayud, donde nacieron sus cuatro hijos, tres de los cuales acabarían dedicándose a la música. Existe, además, una rama sevillana, la formada por José y Manuel Blasco de Nebra, también organistas y compositores.
José de Nebra era ya a los 17 años organista de la Encarnación de Madrid y sus méritos le llevarían a la Real Capilla de Música. Allí, durante más de 40 años, trabajó codo con codo con compositores italianos como Felipe Falconi o Francesco Corselli o Domenico Scarlatti, y con cantantes como el famoso Farinelli, con el que colaboró en los espectaculares montajes del Buen Retiro y de Aranjuez. Todo ello le permitió, junto a sus aptitudes para la invención melódica y para dotar a la música de efectos dramáticos, conjugar el universo formal de la zarzuela pastoril y mitológica con los recursos expresivos de la ópera barroca.
Viento es la dicha de Amor fue compuesta en 1743 y revisada en 1752 a partir de un texto de Antonio de Zamora y en ella nos sorprende la modernidad y el carácter cosmopolita de su música, que en nada desmerece de lo que se podía escuchar en los mejores teatros europeos de la época. Nebra utiliza toda la tipología de arias propias del momento, desde las arias de furor (Seré precipitada) y las arias de guerra (Guerra publique) a las más tiernas y sentimentales; pero al mismo tiempo, en los personajes más humildes, se pueden escuchar ritmos de seguidillas (No, que quiere mi pena). Nebra, para acabar, sabe sacar partido a la instrumentación, con un espectacular uso de trompas y clarines y unos delicados toques de flautas en los pasajes más líricos. En definitiva, una gran música que debería de sonar más en nuestros escenarios y auditorios.
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