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Como muchos otros bailaores, Francisco Rodríguez Salido, Curro Vélez para el arte, nació en el sevillano barrio de Triana y, como a tantos otros, su ciudad, una Sevilla en la que ya pocos lo recuerdan, lo despedirá hoy en el Cementerio de San Fernando.
Aún no había cumplido los 80 (nació en 1934), aunque su cabeza hace años que iba y venía, no se sabe bien adónde, y una reciente operación acabó ayer por minar su frágil estructura. Sin embargo, Curro Vélez es otro gran ejemplo de vida dedicada al baile flamenco, primero como bailaor, elegante y lleno de gracia, y luego como empresario de uno de los tablaos más conocidos de la ciudad.
Alumno de Enrique el Cojo, Vélez debutó a los 15 años en el tablao del Hotel Cristina y, desde ese momento, su vida profesional se desarrolló en un continuo alternarse entre los escenarios más universales -con giras por América, como primer bailarín de Carmen Amaya, en Nueva York y en París con Manuela Vargas, por Europa con Luisa Ortega y Arturo Pavón…- y la intimidad del tablao español (Los Canasteros de Caracol, por ejemplo), ese espacio que curte a los artistas como ningún otro. Baste decir, como prueba de su valía, que doña Pilar López, el ojo más certero del baile español, lo enroló en su prestigiosa compañía y le confió algunas de sus coreografías más novedosas, como aquel Preludios e imágenes, obra en cinco movimientos con música de Debussy, que estrenara en el Teatro Eslava de Madrid. En ella, Curro Vélez interpretaba como nadie al torerillo del tercer movimiento, mientras los otros eran bailados por otros "niños" de la compañía como Antonio Gades, Mario Maya, el Güito y Alberto Portillo.
Cumplidos los 40, en 1975, Curro Vélez se asentó de nuevo en Sevilla y, junto a su esposa Antonia, abrió en la calle Rodo el Tablao el Arenal. Especialistas flamencos como Manolo Curao, Manuel Herrera, Miguel A. Fernández o Manolo Macías, entre otros, y la Asociación Torre del Oro promueven que dicha calle pase a llevar el nombre de Curro Vélez, referente de cómo debe ofrecerse en estos espacios el flamenco más auténtico.
Lleno de obras de arte y de recuerdos, el tablao sigue abriendo sus puertas cada día gracias a su hijo Fran, hoy responsable del mismo, en el que se esfuerza por conjugar la excelencia empresarial con el amor absoluto por el flamenco (en él han bailado y siguen bailando figuras emblemáticas de la escuela sevillana, como Loly flores, y jóvenes promesas del baile más actual) y con un espíritu de mecenazgo que le ha llevado a favorecer otras actividades y a crear el Premio Curro Vélez con el que quiere compensar la trayectoria, no siempre justamente reconocida, de algún bailaor o bailaora de la ciudad. El Primer Premio de esta bonita iniciativa se entregó el pasado 18 de agosto, en el ámbito de la XVII Bienal de Flamenco de Sevilla, a la inigualable Angelita Vargas. Un bonito gesto desde lo privado, y una buena manera de mantener el nombre de Curro Vélez en la memoria del flamenco.
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