Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
En el mes de abril de 1937 (hemos recordado el acontecimiento hace unos días), las tropas de Franco bombardearon la provincia de Vizcaya. Aviones alemanes, pilotados por pilotos alemanes y puestos por Hitler al servicio de las fuerzas rebeldes a la República llevaron a cabo sistemáticos bombardeos que arrasaron la ciudad de Guernica y la convirtieron en el símbolo de la masacre civil por excelencia, y continuaron en Bilbao, iniciándose una controversia que, según Paul Preston, fue la primera destrucción total de un objetivo civil indefenso mediante bombardeo aéreo, siendo luego estos bombardeos actos de guerra habituales para la devastación de ciudades en la II Guerra Mundial.
Unos meses más tarde de estos acontecimientos, Chaves Nogales publicaba en un periódico inglés y en dos revistas de sendos países latinoamericanos un relato que se añade a A sangre y fuego y que, junto a otros aún no reeditados, vendrán a completar en próximas ediciones la serie de los ya conocidos. Lleva el título de El refugio y el subtítulo Episodios y escenas de la conquista de Vizcaya. El relato es la elaboración literaria de aquellos acontecimientos. En él los hechos históricos nos sitúan en Bilbao, poco después de los bombardeos sobre la ciudad y sobre Guernica. Estos acontecimientos, ocurridos entre abril y junio de 1937, fueron relatados por Chaves en los últimos meses del año, y para lectores sudamericanos que estaban muy alejados geográficamente de los acontecimientos y de la situación de estrés que vivían los protagonistas del relato. A ellos tenía que transmitirles el periodista el horror de la caída de las bombas sobre la población civil, en concreto la destrucción producida en un refugio por un bombardeo que produjo la muerte de un número considerable de personas. El relato comienza así:
El periodista ha realizado un trabajo previo a la edición. Partiendo del más estricto sentido de lo periodístico, hay información de actualidad. Si bien es cierto que los acontecimientos son anteriores, el narrador no los ha contemplado en persona, sino que ha recurrido a la entrevista o la indagación histórica o sociológica y hace en ellos una llamada de atención a la conciencia colectiva. Y va más lejos de la pura información con el uso de recursos literarios situándose con ello en el punto de llevar a la intemporalidad y la perennidad los hechos que narra.
Manuel Chaves está en ese momento en París, refugiado. El relato tiene la inmediatez y emoción propia de todos sus otros relatos y, por supuesto, el habitual mensaje ejemplarizante; los lectores se ven retratados en él, porque advierten su propia dimensión vital y participan de esa naturaleza compartida por todas las personas de todas las épocas. Cuando el protagonista del relato ha pasado por el inmenso dolor de ir viendo muertos a todos los miembros de su familia a causa de las bombas, la conclusión transciende el momento y la víctima:
Una vez pasada la situación de mero testimonio documental informativo, el hecho permanece en la conciencia de los ciudadanos y de la sociedad, como un alegato, en este caso, contra la miseria y la crueldad humana, y una exaltación de la dignidad del individuo frente a ellas.
Este tipo de relatos más o menos extensos fueron editados habitualmente por entregas en determinadas revistas o periódicos. Pero también algo después periodistas americanos utilizaron similares técnicas, lo que se ha venido a llamar el Nuevo Periodismo. El paradigma del género, A sangre fría, de Truman Capote, apareció en entregas en The New Yorker…; en estos relatos la "omnisciencia neutral", como la llama Chillón, de sus respectivos autores provoca en el lector una reacción ejemplarizante, lo que unido a un uso consentido de fórmulas y recursos propios de la literatura les confiere un valor ejemplar: en Chaves es un alegato contra la revolución (Belmonte, Elmaestro Juan Martínez…); alegato contra la pena de muerte en Capote. Pero para definir este quehacer tenemos en español una expresión más clara y definitoria y por ello más adecuada que la de Nuevo Periodismo, que es Periodismo literario.
En España son muchos los periodistas que han tenido relación con la literatura. Y la lista de periodistas literarios es amplia y extensa: arranca de Larra y, pasando por Mariano de Cavia, Pla, Camba, los del 98, hasta los contemporáneos, Delibes, Umbral, Millás, Manuel Vicent, V. Montalbán, Rosa Montero, Javier Marías, Muñoz Molina, Manuel Rivas y un largo, muy largo etcétera (por no nombrar a García Márquez y la abundante lista de periodistas literarios sudamericanos, que convirtieron en literatura el análisis cotidiano de la realidad). La hibridación del rigor del reporterismo; el mantenimiento, siempre presente, del pacto de lectura (no inventar nada), unidos a la calidad estética y al empleo de técnicas tradicionalmente literarias han hecho posible la creación de productos periodísticos imperecederos que se sitúan en lo que podríamos llamar, por mero afán definitorio, por amor a las nomenclaturas y en evitación del uso del extranjerizante y ajeno calificativo de Nuevo Periodismo, Periodismo literario: en él, la escritura se ve potenciada por la función poética del lenguaje puesta al servicio de la cobertura informativa e interpretativa de la actualidad.
Porque el periodismo, partiendo de la labor de informar en periódicos y adjuntando una voluntad de cierta calidad estética y de permanencia histórica, profundiza en la esencia humana, intemporal, y puede llegar a transformarse en obra de arte, en literatura. La materia de ese periodismo, siempre historias vivas de seres reales, las llamadas historias de vidas, no pretenden consolidar el heroísmo, ni siquiera hacerlo ejemplar, como en el caso del relato que nos ocupa; tampoco buscan consolidar la tragedia de un personaje en cuanto a la peculiaridad de su biografía, como en Juan Belmonte, o en la historia de Juan Martínez, o en las historias de héroes anónimos o tapados de A sangre y fuego, o en la heroica defensa de Madrid; no son sólo historias de personajes, sino que buscan básicamente, como técnica de investigación social, dar cuenta de los hechos sociales desde el punto de vista de los protagonistas.
En las historias de vida que conforman la esencia de estos trabajos periodísticos son importantes las entrevistas en profundidad. Sin duda eran el punto de partida de otros trabajos de Chaves: a Martínez lo entrevistó en París, "la sede de la flamenquería" en los años 30; o en Madrid a Juan Belmonte, con quien mantuvo largas y jugosas entrevistas, amenas y divertidas, y enriquecedoras para ambos; o a los exiliados en Francia, en la casa de Montrouge, a donde acudían republicanos de todas las tendencias para buscar el apoyo del periodista, exiliado también y lleno de penurias como todos, pero acogidos en tertulias que se amenizaban siempre con una tortilla de patatas y una evocación de Sevilla, cantes y bailes incluidos…. Por hablar de tres ejemplos significativos, aunque el esquema se repite en prácticamente todos los trabajos de Chaves, incluido el último que hemos dado a la luz, La defensa de Madrid. En ellos el periodismo de calidad estética profundiza en la esencia humana y se transforma en obra de arte. Periodismo literario. El trabajo del periodista literario es producto de un trabajo minucioso, riguroso y metódico, liberado sólo a veces de la contención a que obligaría el uso de un espacio limitado, sujeción esencial y primaria del periodismo, y suministrada en columnas, con las que el lector puede cada día, como decía Umbral, "consumir literatura en dosis homeopáticas". La fusión en el relato de las dos naturalezas, la periodística y la literaria, es decir, la utilización de recursos propios de la ficción unida a la intencionalidad de presentación de la verdad y la documentación de los contenidos informativos son sus señas de identidad.
EL PERIODISTA EN LA CALLE
El punto de partida del trabajo periodístico de Chaves fue siempre la observación de "la calle". La calle como ágora, la calle como maestra, como arranque y punto de partida, y como punto de llegada.
La calle es una de las recurrencias de Chaves Nogales. Acodado en las azoteas de su casa de la calle Jáuregui, de Sevilla, comenzó su contemplación reflexiva del mundo el joven escritor, aspirante a periodista, cuando descansaba de su trabajo de aprendiz en los periódicos sevillanos y dejaba volar la ensoñación para poder reflexionar sobre el hombre y su sitio en la tierra, en un primer ejercicio de periodista-escritor: "Impenitente y reflexivo paseante, había deambulado por todas sus calles y desde todos sus miradores había escudriñado el paso de la vida".
Por eso, cuando Juan Belmonte se lanza a la aventura del mundo, desde la calle Ancha de la Feria, siente que la calle es demasiado grande, tumultuosa y varia. Tan grande y tan varia como el mundo. Ser amo de la calle es tan difícil como ser el amo del mundo. "Los niños que no se asustan en una calle como aquella y a fuerza de heroísmo la dominan, podrán dominar el mundo cualquier día. En todo el mundo no hay más de lo que hay en aquella calle de Juan; ni más confusión, ni peores enemigos, ni peligros más ciertos".
La calle, de la que arranca su primer escrito en La ciudad, sigue siendo siempre el espacio en el que el individuo, en este caso el periodista, se juega su fortuna. Por ello es de interés uno de sus últimos escritos, un artículo aparecido en la prensa sudamericana donde da cuenta de la oficina donde está instalada su agencia de noticias, la Atlantic Pacific Press, situada en Fleet Street, la calle de la prensa en Londres. Un exiliado español de la guerra civil ha conseguido abrir una agencia en el corazón de Londres para transmitir al mundo los acontecimientos que tienen lugar en el decisivo momento de los finales de la Segunda Guerra Mundial. Se advierte en el tono el orgullo de los hechos: "Londres es, cada día, el centro nervioso más importante del mundo. En los tiempos que vienen, tanto en la consecución de la victoria como en el alumbramiento del mundo nuevo que habrá de legitimarla, la voz de Londres habrá de resonar en todas partes y desde esta antena de Fleet Street nos proponemos captarla y retransmitirla limpia y directamente".
En Fleet Street, la calle de la prensa mundial, estaban las grandes agencias: Reuters, United Press, Associated Press, Tass, Agence Française Independente, etcétera, que eran "el bulbo raquídeo del mundo desde el que se rigen los movimientos reflejos de toda la tierra". Antes, Fleet Street había sido la calle de los libreros y, antes aún, calle de mala nota llena de tabernas y frecuentada por gente de mal vivir, como ocurría previamente allí donde se instalaba la prensa, en la calle de la Madera de Madrid, o en la Corte de los Milagros, de París, donde se imprimía L´Intransigeant. Como si estuviera en su propia esencia, Fleet Street era una calle llena de referencias cronísticas, históricas y literarias: por allí pasó el cortejo nupcial de Ana Bolena, y los cortejos fúnebres de Nelson y Wellington y, bajo las bóvedas de la cercana iglesia de Saint Bride's, escribía Milton. Por allí se mueve el periodista que no puede dejar de ser sevillano. Muy cerca, en los alrededores de la catedral de San Pablo, van y vienen los abogados, incluso algún juez con su peluca y su toga, que en Londres es tan reverenciado, dice Chaves, como un torero en una calle de Sevilla, y "cuyas sentencias se discuten o aplauden en público como en España se discuten o aplauden las estocadas de los toreros".
Aunque exiliado, se siente realizado Chaves en esta ciudad, Londres, que tanto admira; se siente observador de esta vida inglesa que fluye bajo el excelente observatorio desde el que pretende poder transmitir a sus lectores de América, de Chile a Canadá (y también de Oceanía) las impresiones de la vida inglesa y, dice, "en los tiempos que vienen, tanto en la consecución de la victoria como en el alumbramiento de un mundo nuevo que habrá de legitimarla, la voz de Londres habrá de resonar en todas partes y desde esta antena de Fleet Street nos proponemos captarla y retransmitirla limpia y directamente". Estas palabras fueron escritas un año justo antes de su muerte. En ese año buscó a los liberales europeos y americanos que vivían en Londres sus respectivos exilios, los exilios que han sufrido siempre los hombres de espíritu abierto que han circulado por el mundo defendiendo ideas como democracia, parlamentarismo, pensamiento independiente… Está claro cuál era su misión en la vida: contar "lo que pasa en la calle".
EL ESCRITOR, EL PERIODISTA
Dos son, pues, las coordenadas vitales y profesionales entre las que se mueve Chaves Nogales, el escritor, el periodista. Ambas facetas se imbrican, se enredan, a lo largo de su vida periodística, a lo largo de su producción periodística, como las dos caras imprescindibles e inseparables de una misma moneda. En un principio, la escritura fue la preparación para el gran trabajo, el trabajo vital, el trabajo de informador. Pero los recursos de la escritura, de la literatura, estuvieron siempre presentes en sus escritos, sin que podamos establecer una línea de separación tajante entre uno y otro menester. Su información no siempre lo es a pie de acontecimiento, sino que con frecuencia es elaborada a posteriori, incluso lejos geográficamente de los acontecimientos que relata y, si bien el conocimiento es de primera mano, por obra de testigos directos o por propia experiencia personal, lo cierto es que los relatos parecen realizados muchas veces con una distancia, o para ser considerados en momentos posteriores. Él ordena el pensamiento (labor literaria) de los testigos y concluye su obra en esos grandes mensajes que hoy nos resultan muy atractivos porque ya el tiempo pasó y nosotros vemos que, lo que él vio, fue lo que ocurrió. De ahí quizá el éxito actual de Chaves, cuando ya no nos alcanza de pleno el fragor de los acontecimientos que recoge.
Ahora que ya, salvo sorpresas, tenemos fijada la práctica totalidad de su producción, siempre publicada en prensa y escrita a pie de acontecimiento, podemos asegurar que su vida estuvo regida por una fuerte y constante convicción de que los acontecimientos cotidianos precisaban de un cronista independiente, informado y honesto que, a la par de ser capaz de interesar al lector en los problemas del tiempo, fuese capaz de analizar desde la solvencia, pero también desde la más absoluta independencia, lo que ocurría en la calle. Impecable labor de periodista.
Y por ello, este hombre que no vestía el mono del obrero ni los ropajes del conservador, que se limitaba nada menos que a ejercer de pequeño burgués liberal, con su traje y su pajarita de periodista, pero militando siempre en la barricada de algún periódico, se refugió lejos de la contienda buscando entender para contarlas las razones de tanto descalabro, confiando en las nobles causas de una República ya humillada, y colaborando en aquellos movimientos que buscaban la paz y el fin de la masacre de un pueblo sobre el que contendían dos fuerzas opuestas, que preferían el exterminio del enemigo al intento de entente, temerosos tal vez de que la paz les pasase a ambos la factura de los hechos de guerra.
Si fuéramos capaces de ir aún más lejos y quitar de en medio todo el empecinamiento y la maraña de malas pasiones que nuestro pasado más inmediato concita, veríamos a Chaves en la buena visión premonitoria de una realidad que defendía Thomas Weber el pasado 19 de abril en El País: "Hay también una esperanza real de que, si se establecen con cuidado y respeto mutuos, las distintas partes enfrentadas en los pasados conflictos en España participarían en (esas) Comisiones de la Verdad. Serían, por lo tanto, un verdadero paso adelante en la capacidad de España de encarar su propio pasado".
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