Juan Pérez Floristán: "El estilo no existe"
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La WDR alemana acaba de publicar el primer disco del joven pianista sevillano, grabación en vivo de su actuación en el pasado Festival del Ruhr, al que fue invitado por Elisabeth Leonskaja
Se expresa con la vehemencia razonable de sus 20 años, pero con una claridad y una rotundidad que desvelan una madurez prematura, acaso la habitual de quien deja la casa familiar en la adolescencia. Fue en 2009 cuando Juan Pérez Floristán (Sevilla, 1993) ingresó como alumno de Galina Eguiazarova en la Escuela Reina Sofía de Madrid. Ahora, a punto de terminar su cuarto curso, busca nuevos horizontes. "Creo que mi etapa aquí está cumplida. Mi intención es irme el año próximo a la Hochschule de Berlín, a seguir estudiando con Eldar Nebolsin. Esto no significa que me vaya mal ni mucho menos. Yo sigo aprendiendo todavía de mi madre, pero los ciclos se cumplen".
Hijo de músicos, el director Juan Luis Pérez y la pianista María Floristán (es a ella, a Ana Guijarro y a Eguiazarova a quienes reconoce como sus maestras), su inclinación artística despertó pronto. "Mis padres nunca me forzaron a nada, ni a mí ni a mi hermana, que no se dedica a la música. Mi madre me escuchaba siempre, pero como un juego. No fue hasta los 8 años que empecé a estudiar música en serio". Un día, escuchando a su madre preparar con una cantante El amor brujo de Falla quedó deslumbrado. "Me encantó. Me sentaba al piano e intentaba tocarlo de cualquier forma, porque me divertía muchísimo. Y aun hoy Falla es mi compositor español preferido, con mucha diferencia". Sin embargo, muy pronto aquello dejó de ser un mero divertimento. "Con 12 años yo tenía ya perfecta consciencia de que me iba a dedicar a tocar el piano. Me resultó frustrante saber que me quedaban por delante seis años de instituto. El piano es para mí casi una terapia de vida. Y es que, aunque suene a manido, la música es un modo de vida".
Muy pronto llegaron los primeros recitales en solitario y los primeros premios en concursos, sobre los que ahora se muestra muy crítico: "Es más deporte que arte. Supone otro tipo de formación y de pianismo. Te obliga a hacer un repertorio importante en condiciones de perfección muy alta y eso es desde luego formativo. Pero ahora mismo no los considero compatibles con mis deseos, aprender, hacer mucho repertorio, leer, escuchar música. Un concurso supone parar tu vida durante un tiempo, hacer un paréntesis para prepararlo. Si alguna vez lo necesito, lo haré. Pero si puedo, mi intención es no hacer un concurso más en mi vida".
Fue justamente la frustración provocada por un mal resultado en un concurso lo que lo llevó a conocer a Elisabeth Leonskaja, un puntal en su carrera: "Mis padres se quedaron como yo, sorprendidos por aquello, y me apuntaron aquel verano a un curso en Lübeck que daba Leonskaja. Gracias a ella me dieron una beca del Festival de Piano del Ruhr. Cada año en el Festival otorgan un premio honorífico a un gran pianista, y el premiado tiene que escoger a un joven para participar en la muestra del año siguiente, y ella me escogió a mí". Su participación en la edición de 2012 está empezando a abrirle puertas fuera de España, más aún a partir de la publicación en disco de su recital, el primer CD de su carrera, que se ha difundido con la revista alemana Fono Forum de abril, pero que pronto estará disponible en las más importantes tiendas de internet. "Incluye todo el programa del concierto salvo las dos piezas de Ravel (Sonatina, Juegos de agua), que están en otro álbum recopilatorio, con más música francesa, a la que se dedicaba el festival ese año. Por eso hice Ravel y el Children's Corner de Debussy, una obra preciosa, inspiradísima, pero nada fácil. Luego está también la Fantasía Wanderer de Schubert, que la tengo muy trabajada, la Sonata de Bartók, una obra extraordinaria, injustamente desconocida, y la Fantasía baetica de Falla, que tampoco es muy popular, no tiene el éxito de Granados o Albéniz. Pero a mí me gusta más. Encuentro una línea que conecta a Bartók con Falla: los dos investigaron el folclore, hicieron música auténtica. A Albéniz lo conecto con Liszt, para quien el folclore era una excusa para hacer música de salón. Por eso su obra es más colorista".
Pese a su juventud, Juan Pérez ha hecho ya mucha música de cámara y ha tocado con orquestas importantes (las Sinfónicas de Sevilla, Málaga, RTVE y Malmoe, entre las principales). "A la cuarta planta de la Escuela Reina Sofía, donde están las cabinas de estudio de los pianistas, la llamamos la planta de los autistas. Siempre solos. Los pianistas tenemos un repertorio inmenso, pero no desarrollamos la vida social de otros músicos. La forma de compartir es a través de la música de cámara. Me encanta. He hecho sobre todo tríos, pero también cuartetos, quintetos, dúos, y he tenido la inmensa suerte de acompañar a cantantes. El mundo del lied me apasiona y Schubert me llega al corazón como posiblemente ningún otro músico. Y cuando toco con orquesta trato de hacer como si fuera un concierto de cámara grande. Si uno va de divo, para que la orquesta simplemente te siga, se pierde esa relación, ese contacto con los otros músicos que te permite la cámara y que es vital para mí".
Su interés llega también a la música antigua. "Soy ante todo un músico curioso. Voy a tocar el clave en un 5º de Brandemburgo y me interesan mucho los pianos de época, aunque sólo he tocado uno una vez, no en público. Para mí fue un hallazgo descubrir a músicos como Harnoncourt o Gardiner: son gente que usa herramientas que están a nuestra disposición (tratados, manuscritos, correspondencia...), pero no por un afán de sonar a la antigua, sino para hacer comprensible la música, y para hacerla comprensible tienes que hacerla en el lenguaje en que fue compuesta y a eso te puedes acercar, mediante la ornamentación, la articulación, el fraseo... Hay obras que nos resultan difíciles de entender, y a lo mejor es que las estamos descifrando con un código equivocado. Mozart por ejemplo nos parece difícil, pero quizá es más fácil de lo que pensamos. A lo mejor es que estamos tratando de tocarlo de una forma que no es la suya. En Mozart ser fiel a la partitura es ser infiel a la obra, y en Beethoven, igual. A mí me gusta acercarme a lo que decía el propio Mozart: Tócalo como si lo hubieras compuesto tú. Que la música sea algo natural. El estilo no existe. No hay un estilo Mozart o un estilo Schumann. Cada obra es un mundo: si la partitura es insuficiente, tienes que ir a la tradición. En 1810 o 1820 no lo necesitaban porque estaban inmersos en ella, y lo que estaba escrito en la partitura les bastaba. Doscientos años después, con la partitura no es suficiente, tenemos que aprender la tradición, pero para hacer música de hoy. Cuando toco Beethoven, yo quiero hacer una versión de 2013, no de 1800". Se toma un respiro antes de concluir: "Como músico, ante todo soy curioso. Últimamente casi todo lo que escucho es rock progresivo de los años 70 y electrónica. Música buena y mala hay en todas partes".
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