Luis Calabozo, director general de la Federación Nacional de Industrias Lácteas (Fenil)
“Los productores de leche necesitan modernizarse para garantizar el aprovisionamiento”
Madrid/Sólo nueve de los 48 aeropuertos de España con gestión pública son rentables y entre ellos no están ni el de Madrid ni el de Barcelona, los dos más grandes del país, según los datos dados a conocer por el Ministerio de Fomento.
Alicante, Palma de Mallorca, Gerona, Tenerife Sur, Málaga, Gran Canaria, Ibiza, San Javier-Murcia y Bilbao son los nueve aeródromos con beneficios operativos en 2009, que van desde los 43,5 millones de euros del primero a los 0,11 millones del último.
El resto tuvo el año pasado un resultado operativo negativo, encabezado éste por Madrid-Barajas, que registró más de 300 millones de pérdidas y tiene una deuda superior a los 6.000 millones de euros. El de Barcelona-El Prat, por su parte, tuvo unas pérdidas de 42 millones de euros y una deuda de 1.813 millones. En total, las pérdidas operativas del conjunto de aeropuertos del país ascendieron a casi 433 millones de euros en 2009.
La entidad pública empresarial Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (AENA) estima que este año se repetirá lo sucedido el pasado, con rentabilidad sólo en los aeropuertos que la tuvieron en 2009. La deuda acumulada de AENA asciende a 10.480,39 millones de euros.
También te puede interesar
Luis Calabozo, director general de la Federación Nacional de Industrias Lácteas (Fenil)
“Los productores de leche necesitan modernizarse para garantizar el aprovisionamiento”
Análisis
Santiago Carbó
Algunas reflexiones sobre las graves consecuencias de la DANA
“Avanzando desde Andalucía: claves para la internacionalización de pymes”
El vídeo resumen del encuentro “Avanzando desde Andalucía: claves para la internacionalización de pymes”
Lo último
Antonio R. de la Borbolla | Presidente de la Asociación Nacional de Soldados Españoles
“El soldado español se hace querer en todas partes”
ESPECIAL MATADORES (IV)
Roca Rey: ¿Estadística o regusto?
ENSEMBLE DIDEROT | CRÍTICA
Guerra y música en Berlín