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El Sevilla de Antonio Álvarez se estrelló de nuevo -y ya van dos veces- no sólo confirmando, sino multiplicando, las dudas que ya había sobre el proyecto con una triste imagen en el estreno en la Europa League y una derrota que deja muy intranquila a una afición que vio cómo se le proyectaba ante sus narices una película igual o parecida a la que tenía que ver la aciaga noche del Sporting de Braga. Los blancos, a diferencia de lo ocurrido el domingo pasado ante el Deportivo, ni siquiera tenían esta vez el escudo de la falta de acierto o la mala suerte que lamentó ante la figura de Manu, el portero gallego. Anoche el meta de París Saint-Germain no hizo más que lo justo porque -y fue así de triste- el Sevilla no generó ni una sola ocasión clara de gol con que levantar a su público.
Porque no debe ser tan fácil esto del fútbol, de los sistemas y de poner a los once mejores sobre el campo. Con los debates sobre estas cuestiones como asunto de moda, Antonio Álvarez vio cómo su equipo no se pareció en ninguno de los noventa y tantos minutos que duró la cita a aquél que tanto espera la grada ni con un delantero, ni con dos; ni con un 4-1-4-1 ni con el 4-4-2 de los grandes éxitos, con Kanoute y Luis Fabiano como referentes en ataque. Porque no debe ser tan fácil. Ayer, el entrenador del PSG, con nombre de pila en la versión francesa de Antonio, Antoine, replicó a cada movimiento del banquillo sevillista con otro retoque táctico para neutralizar lo buscado por su rival y, encima, llevarse el gato al agua y los tres puntos.
Porque si esta vez de salida se dispuso el Sevilla bajo un dibujo en el que Álvarez buscaba más creación con esos dos interiores de control y último pase, al entrenador del PSG le bastó con colocar a dos pivotes sobre Cigarini y, sobre todo, encima de José Carlos. Y si el técnico local, criticado como había sido por su tardanza en mover el banquillo, se apresuraba en el descanso en tirar a la basura literalmente lo dispuesto para apostar por lo contrario con dos cambios a la vez, el banquillo francés reaccionaba reforzando la zona en la que Kanoute iba a tratar de buscar la conexión introduciendo a otro perro de presa como Makelele.
Así de sencillo. Al final, no era cuestión de que jugara Luis Fabiano, que se arrastró prácticamente por el campo y jamás quiso dar un paso atrás para buscar un balón, como tampoco era cuestión de que jugara José Carlos, el esperado José Carlos. Porque, como si algún vídeo de los amistosos de pretemporada hubiera caído en las manos de Antoine, el técnico parisino, el onubense sufría casi un marcaje individual en la persona de Chantome durante toda la primera parte igual que Clement seguía a Cigarini, al que le era tan fácil ahogarlo que hasta le daba metros.
Era un triángulo invertido contra otro en su dirección contraria porque Luyindula cerraba a Zókora en el vértice del mismo y ahí morían las buenas intenciones de los blancos. De esta forma tan sencilla, equilibrando piezas, había logrado el equipo francés taponar las vías de ataque de su rival. Y le era sumamente sencillo porque esos dos interiores elegidos, Cigarini y José Carlos, disponen de tan poco físico como de amor propio para bajar a juntarse unos metros con Zokora y abrir líneas de pase.
Así, aunque quedaran minutos por delante, la noche se iba haciendo fría y más fría. Lo único que le quedaba al equipo de Álvarez eran disparos aislados de media-larga distancia, tibios golpes de nudillo en el portón parisino que pronto animaron a los que estaban detrás del mismo a salir. El PSG dispuso antes del descanso de dos ocasiones mucho más claras que cualquiera de las que hubiera podido generar el Sevilla y los silbidos, tímidos primero, iban ganando decibelios conforme pasaban los minutos porque, la verdad sea dicha, no se veían síntomas de que la cosa fuera a ir a mejor.
La solución salomónica fue literalmente cargarse a los dos interiores y ver si a Kanoute le quedaban algunas gotas de su pegamento especial. Se suponía que para equilibrar esa vuelta al 4-4-2 iba a estar Guarente y el Sevilla se convertía, otra vez, en el del primer tiempo ante el Dépor y ese Sevilla, en las botas de Adrián y de alguno más, ya se había llevado un susto. Así que esta vez al PSG le bastó con aprovechar un contragolpe que le pusieron en bandeja. Una contra que tuvo su génesis, como otras tantas veces, en una falta a favor (¿qué quiso hacer Guarente?) y que nadie -mucho menos Zokora- supo tapar. Un 0-1 que pone otra vez al sevillismo de uñas contra no se sabe quién, si contra el entrenador, si contra el presidente o si contra la planificación deportiva.
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