Más pique y guasa que fútbol

El derbi sevillano

Con los nervios propios de los encuentros de rivalidad, el ambiente de la grada ganó al césped. Sevillistas y béticos festejaron el punto obtenido.

Foto: Antonio Pizarro
Foto: Antonio Pizarro
Samuel Silva

20 de diciembre 2015 - 08:10

Un curso después, el derbi regresaba a Sevilla. Había ganas de rivalidad. Sólo había que pasear por Heliópolis horas antes del encuentro; o acercarse a los aledaños del Sánchez-Pizjuán, donde los sevillistas tenían su punto de encuentro para trasladarse a territorio enemigo. Era el primero de los tres capítulos que se vivirán en menos de un mes, pero el regreso siempre es diferente. Al final, el empate dejó a todos contentos, con los dos equipos despidiéndose de sus aficiones desde el césped, aunque al Betis le sirva más que al Sevilla para alcanzar su objetivo.

El bético se reconcilió con su equipo, al menos en cuanto a partidos de rivalidad se refiere. No tiene demasiado a lo que agarrarse el que profesa la fe verdiblanca, de ahí que al menos pidiera intensidad y concentración. Eso lo ofrecieron todos los jugadores mientras hubo oxígeno. Otra cosa es el nivel futbolístico.

El sevillista, los que se encontraban en la grada y no sólo en la zona destinada para el rival, se acordaba de las dos ocasiones de Gameiro y de... Emery. No arriesgó el técnico sevillista pese a la superioridad física que tenían los visitantes.

El primero en aparecer en el escenario había sido el Sevilla. Sin mayores problemas, con la numerosa presencia policial; apenas 10 minutos después arribó el Betis, recibido a lo grande por los suyos. Ya sólo quedaba la cuenta atrás.

El Benito Villamarín se engalanó como en sus mejores noches. Lleno en la grada, con algún asiento vacío, 45.000 cartulinas verdes y una leyenda: "Muy noble, muy leal, invicta y verdiblanca, ciudad del Betis".

El primer acto respondió al guión de un derbi áspero, de pierna dura y escaso fútbol. El que salía de las piernas de Banega, sobre todo. El argentino, perseguido por Petros, dejó solo a Gameiro, que se encontró con Adán en su remate. Voluntad, casta y pique, demasiado pique. El Betis tiraba de orgullo para presionar arriba, pero Rubén tuvo que esperar más de media hora para probar a Sergio Rico. Y desde larga distancia. En la grada, más miedo y quejas arbitrales que otra cosa. Lo propio de una rivalidad.

Luego llegó más rivalidad en la grada que en el césped, por más que algún rifirrafe se produjera entre ambos equipos. Al aplauso de los béticos por lo más de 50.000 espectadores salió la respuesta con guasa de los aficionados sevillistas. "Campeones, campeones" , se escuchó desde el fondo sevillista. Hoy, esas risas y piques continuarán en los bares. Todavía quedan más derbis por delante.

La tensión llegó a los banquillos

Como en todo derbi, la tensión fue máxima. Clos Gómez quiso controlarlo a base de tarjetas, quizá alguna excesiva. Y no sólo se vivieron esos nervios entre los protagonistas del césped, sino también en los banquillos. A las recriminaciones sevillistas a Dani Ceballos, un incordio siempre, le siguió la respuesta de Roberto Ríos, segundo entrenador bético, que quiso darle explicaciones a Unai Emery y al final le acabó costando abandonar el banquillo. No pasó a mayores y luego ambos equipos se abrazaron sobre el terreno de juego. Otro derbi de ejemplo en Sevilla para el resto de España. Aunque luego las sanciones siempre encuentren el sur como destino.

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