Las calores llegan con la caída del sol
El otro partido
El Benito Villamarín explotó de júbilo muy pronto, cuando la noche hacía su aparición. Sin el astro rey, las estrellas aportaron la calidez.
La tarde fría de invierno se convirtió en noche gélida en Heliópolis, de ahí quizá la sobreexcitación que inundó desde el inicio a los más de 30.000 béticos que poblaron el Benito Villamarín. Algo había que hacer para quitarse la tiritera. El invierno, por impropio que parezca en Sevilla, ha venido acompañado de resultados favorables, de puntos, cosa que a Julio Velázque no le dio tiempo a degustar. Y eso que el invierno, su mercado, no ha variado un ápice la plantilla, al menos en lo que al once titular se refiere.
Para calentarse, qué mejor para empezar que los cuentos de mesa camilla. Ahí estaban en los prolegómenos el grupo de la Curva Verdiblanca rememorando los hitos históricos de la creación del seminal Betis Balompié: no hay nada como los relatos al amor de la lumbre para alejar los relentes. Frente a la curva, ajenos a la calidez de esa copita de carbón, los habituales del Gol Sur, sin un referente de colores e insignias, disputaba la primacía con otros ingenios. Contra el frío, no hay nada como una dosis de fricciones.
Antes de la ida completa del sol, todavía pronto, llegó el primero tanto bético para provocar el primer vuelco de la afición. Ceballos, de quien pueden aprovecharse hasta los andares, se erigió como la primera estrella que lució en el césped a falta de la luz del astro rey. Lo del canterano es de traca. Recién llegado a un vestuario de mayores, Ceballos no se arredra a la hora de vociferar, mandar, hacer aspavientos a los compañeros y, sobre todo, jugar como los ángeles y marcar goles como un demonio.
La excitación del canterano, ya fuera por las bajas temperaturas reinantes, ya sea por ese ardor que infunde el escudo, contagió al resto del equipo y de ahí llegó la excelente primera media hora. Y del equipo, en una especie de sistema de vasos comunicantes, la excitación se transmitió a las gradas con el segundo gol. Por entonces, el júbilo generado en la hierba había ascendido por capilaridad a los vomitorios del estadio.
La segunda mitad coincidió con otro elemento que aportó poder calorífico a la grada heliopolitana: Portillo, recién llegado de la Costa del Sol, insufló esa estimulación que no hacía ya ni falta. El público lo veía claro y, ante la calidez y lo abrigado del juego, qué mejor que bogar sobre unas olas al ritmo de victoria, una energía cinética despilfarrada al comprobar el nivel del adversario. Al claro 2-0 se unía la inoperancia de los jugadores del Sabadell, que acusaban la inferioridad numérica. Calados hasta los huesos, al equipo catalán se le fue la luz. Y el invierno se hizo verano. En verdiblanco.
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