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Extrañamente -o no-, el sevillismo ha puesto esta semana demasiados ojos en el banquillo del Valencia. La situación límite que vive Miroslav Djukic ha sido la motivación general de muchas conversaciones entre aficionados, como si el Sevilla no tuviera nada encima usando una expresión coloquial. Aunque sea de manera anecdótica y por los caprichos de un galimatías de calendario, el equipo de Unai Emery sale hoy a Mestalla como colista de Primera División tras haber adelantado Osasuna su partido al viernes. Y no es -o no debería ser- un plato de buen gusto estar en esa situación. Es extraño, pero después de un verano en el que la euforia de la afición se dejó llevar por los fichajes de Monchi, el sevillismo sigue instalado en esa cegadora nebulosa en la que todo lo ve color de rosa. Evidentemente, la marcha en Europa (ojo, sin haberse medido aún a un rival medianamente competitivo) ha tenido el efecto esperado y la prueba estuvo en el masivo desplazamiento que el sevillismo protagonizó el jueves a Estoril.
Pero esto es fútbol. Decía Jorge Valdano que no es más que un estado de ánimo y así se demuestra con lo experimentado por esta afición en sólo unos años. Si hace menos de un lustro el Sevilla frecuentaba la tercera y la cuarta plazas y los descontentos se contaban a manojitos, siendo el farolillo rojo no son pocos los que se van a sentar a ver el partido con una sonrisa de oreja a oreja y frotándose las manos por el polvorín que hoy será -o no, todo dependerá de cómo se desarrolle el partido- el estadio de Mestalla.
Como siempre, en el término medio habría que buscar la virtud y ahí el Sevilla, en este caso los profesionales, deben plantar bien los pies en el suelo y, sin olvidar que hay en la plantilla calidad para mucho más, empezar a pensar muy en serio que la situación liguera es complicada.
Aquí hay que irse olvidando de las dañinas "buenas sensaciones". Que le pregunten a Emery en privado o en público si quisiera tener más puntos a costa de haber ganado con una imagen más discreta de la que ha ofrecido en algunos partidos. Porque ésa es otra. Por poner un ejemplo cercano, el Camp Nou, no hay que olvidar que el Sevilla estuvo unos 70 minutos a merced del Barcelona, que se pudo ir al descanso con el partido más que solucionado.
Pero tampoco se puede ir en contra de la realidad. El Sevilla, aparte de la necesidad, tiene la oportunidad de aprovechar el estado de nervios que hay en Valencia alrededor del futuro de Djukic. Con Quique Flores sobrevolando el ambiente, lo que hoy quieran hacer los futbolistas del Valencia tendrá mucho que ver con cómo salga en el chárter de vuelta lo del Sevilla, si con la dosis de moral ganada en Estoril reforzada de cara al futuro o con la condición de colista ya con carácter oficial. Y que nadie crea que va a ser sencillo porque no hay que olvidar que la plantilla confeccionada por Braulio se creó con más presupuesto que la que enjaretó Monchi. Otra cosa es el nivel de saneamiento de las sociedades anónimas, pero en el césped, donde cuentan los presupuestos, el Valencia tiene más material que el Sevilla aunque ya no estén ni Soldado ni Negredo.
Para no pecar de negativismo, el Sevilla se encuentra con un buen caldo de cultivo para seguir afinando la orquesta comprobado que hay solistas que tocan bien por separado. En los movimientos y el olfato de Gameiro parece haber encontrado Emery a la pieza clave en ataque, la magia de Marko Marin sigue encandilando al personal y Vitolo crece por días. Luego, siempre está Rakitic ahí para mejorarlo todo y sólo falta que el sistema defensivo se comporte medianamente bien, como en la primera parte en Estoril, para que el conjunto adquiera lo que tiene que adquirir para empezar a sumar de verdad y ser un equipo respetado.
¿Que el Sevilla puede mandar al paro a Djukic? Ésa sólo debe ser la lectura si sirve para marcar el ansiado despegue de un proyecto que ofrece más sensaciones que realidades. De momento, tiene el suspenso en la competición que, como dicen los hombres de fútbol, es la que da de comer. Con que mirar la paja en el ojo ajeno es un ejercicio imcompleto. Si es paja o viga lo del ojo ajeno es algo que no debe importar mucho a los blancos. Pero en el propio, como mínimo, hay paja. Aunque tampoco haya que dramatizar.
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