La lección más difícil de Emery
El técnico, en apenas cuatro sesiones, le ha dado al Sevilla primero más solidez y luego más llegada. Le falta ahora quitarle la inocencia y darle instinto ganador.
Unai Emery ha vivido una de sus semanas más ajetreadas desde que es entrenador de fútbol. El lunes por la mañana se reunió con Monchi en Valencia, donde había presenciado el último partido del Sevilla de Míchel. El martes viajó y conoció a su nueva plantilla en su primer entrenamiento antes de tener una presentación exprés previa a su viaje a Zaragoza para jugar la ida de los cuartos de final de la Copa. El jueves por la mañana dirigió una sesión de recuperación y profundizó en el conocimiento de su nuevo grupo de jugadores. El viernes sí tuvo una sesión de entrenamiento con todos sus avíos, estrictamente táctica y estratégica para inculcar su filosofía de juego y el sábado le tocó vivir otra jornada estresante. El temporal impidió el viaje en AVE hasta Madrid y la expedición tuvo que recurrir al avión para llegar con hora y pico de retraso.
Pese a que las condiciones de su llegada al Sevilla, en la primera ocasión que coge un equipo por una destitución, no eran las idóneas y no las quiere ningún entrenador, el guipuzcoano ha logrado en apenas cuatro sesiones de entrenamiento darle otra imagen al equipo. El frustrante empate en Getafe deja un poso negativo, por todo lo que regaló este dadivoso Sevilla. Pero esto no puede ensombrecer que a Palop apenas le llegaron y que una defensa de circunstancias, con la baja de Spahic de última hora y teniendo que ubicar a un diestro a pie cambiado que apenas había intervenido en la primera vuelta, Coke, para completar la zaga, ésta no sufrió. Emery, sin Alberto Moreno, no quiso darle la responsabilidad a Samuel, lateral zurdo del Sevilla Atlético, y se llevó a Getafe a los cinco defensas que tenía, con Cala en el banquillo. Pero el Sevilla mantuvo la solidez mostrada en Zaragoza y no concedió ocasiones. La primera lección, la cimentación del equipo sobre el pilar de la solidez, parece haber cuajado.
La segunda lección de Emery, ese otro pasito que él mismo pedía, también la cumplió el Sevilla en su segunda comparecencia. Con idéntica medular y el mismo ataque que el miércoles, el Sevilla se mostró profundo en Getafe y generó al menos media docena de llegadas que debieron ser gol. Pero ahí se topó Emery con el mal endémico de esta plantilla: la inocencia y la falta de instinto ganador de un grupo de futbolistas con tan buenas formas como poco gol. Y esto es extrapolable a otras facetas del juego, como la pésima lectura de determinados factores. En Getafe fue patente que el local aprovechó mucho mejor un factor externo como fue el viento. El academicismo de un equipo poco hecho al otro fútbol fue un lastre.
Quizá sea la lección más difícil que tenga que leer Emery a sus pupilos. No es producto de la casualidad que el Sevilla se presente estadísticamente como el cuarto equipo que más remata entre los tres palos (105 veces) y sólo haya marcado 24 goles. Y la contumacia en el error por parte de una plantilla con tantos internacionales y unánimemente calificada como de alta calidad atañe más a la falta de instinto matador, de mala uva, que a la impericia.
En cambio, para recibir un gol el Sevilla necesita muy, muy poco. Los rivales le llegan en escasas ocasiones, pero encuentran pronto el premio. La estadística también dice que los porteros del Sevilla son, tras los de Barça, Madrid y Atlético, los que menos paradas realizan. Esta estadística, sinónimo de que su zaga concede pocas ocasiones, es negativa porque muchas de ellas son efectivas, hasta el punto de haber encajado 29 goles, más que varios equipos que están por debajo en la tabla. La realidad sigue dictando que el balance de goles es negativo, -5, y esta rémora la debe zanjar cuanto antes el nuevo técnico.
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