Sueños esféricos
Juan Antonio Solís
El Maradona eterno de nuestra memoria
Athletic - Sevilla · el otro partido
Jugar en San Mamés siempre tuvo una química distinta. Allí reposan las esencias del fútbol de siempre. La Catedral es pura historia. Y más que lo será cuando se consuma esta temporada y las excavadoras se planten ante el vetusto estadio, el único de España que ha acogido todos los campeonatos de Primera. Por ello, el Athletic-Sevilla de ayer no fue un Athletic-Sevilla más. Fue el último en ese templo.
Desde el punto de vista del aficionado del Athletic, durante los 90 minutos sus esforzados leones interpretaron una obra vista miles de veces. Esfuerzo al límite, entrega plena. Y comunión con la grada. No estaban llenos los graderíos. Hasta San Mamés, quién lo diría, parece acusar la depresión económica y el caos organizativo de nuestro fútbol, que está echando al aficionado de los estadios sin remisión. Pero en ningún campo la liturgia es más infalible que aquí: el Athletic, lejos de despegar esta temporada, pena en la zona baja de la tabla, está casi eliminado de la Liga Europa, ha perdido a una de sus estrellas, Javi Martínez, y la otra se sienta cabizbaja en el banquillo, Fernando Llorente. Pero aun así, su gente enciende el fuego sagrado de San Mamés para que su equipo no sienta frío. Ayer lo volvió a hacer, y bajo esa lluvia que dejó un decorado para la épica, Athletic Club volvió a dejarse el alma para ganar. Y ganó en buena lid.
Desde el punto de vista del aficionado del Sevilla, el punto final de su equipo en una plaza de primerísima categoría no pudo ser más deprimente. Esos 90 minutos les pudieron sonar a misa de difuntos. Fue un réquiem por ese pujante Sevilla que tantas veces holló con éxito San Mamés en este siglo XXI.
Hasta ayer, once veces habían visitado los sevillistas el coliseo vizcaíno en la Liga desde que ascendió con Caparrós en 2001. Y en seis, el blanco equipo de Nervión salió victorioso de la ría del Nervión. Ganaba más que perdía.
Allí, el Sevilla de Caparrós, en aquella Liga posterior al ascenso, salió del atasco y dio un paso definitivo para la permanencia con un gol de Gallardo (0-1) en el tramo final del partido; allí, un escuálido chiquillo llamado Jesús Navas firmó un gol de época en la campaña 2004-05 (1-3); y otro enjuto genial, Daniel, firmó la temporada siguiente un gol que terminó de ensamblar el mecano que entonces construía Juande Ramos (0-1).
Las otras tres victorias de este siglo en Bilbao sobrevinieron bajo la certeza de que el Sevilla se había hecho un hueco entre los mejores de España y que era respetado en la Champions: 1-3, con doblete de Luis Fabiano y gol de falta directa de Martí (así fue) en aquella Liga que estuvo a punto de conquistar; 1-2 en la 2008-09 con exhibición de Kanoute y Jiménez en el banquillo; y 0-4 en el campeonato posterior, también con el de Arahal.
Del equipo solidario y dignísimo que modeló Caparrós al campeón que dirigió Juande y que sostuvo Jiménez, todos forjaron una imagen ganadora que dista mucho de la que ayer mostró el laxo, previsible y vulgar Sevilla que se despidió de San Mamés con un partido indigno de la historia que se había forjado.
Enardecidos por la grada y esa lluvia que parece un elemento más del decorado de San Mamés, los leones mordieron y los sevillistas se arrugaron y mostraron sus vergüenzas: el Sevilla pujante de los albores del siglo XXI ha muerto. Hoy el Sevilla es otro. Distinto. Y mediocre: cuatro victorias, cuatro derrotas, mismos goles marcados y encajados. Sonó un réquiem en la Catedral: podéis ir en paz... o no.
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