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Las vidas. Giorgio Vasari. Cátedra (Grandes Temas). Madrid, 2011. 872 páginas. 39 euros
Cuando contaba diez años de edad, el florentino Giotto pastaba diariamente un rebaño de ovejas por los alrededores de Florencia. Se dice que tenía una inclinación innata por el dibujo, lo que a menudo le llevaba a representar por placer figuras del natural o de su imaginación sobre piedras, tierra o arena. Un día, el muy celebrado pintor Cimabue, de viaje por la zona, vio a Giotto retratando a una de las ovejas sobre una piedra pulida. Esta leyenda pastoral es una de las más célebres de cuantas el pintor, arquitecto, orfebre y escritor toscano Giorgi Vasari recogió en 1550 en la primera edición de sus Vidas, consideradas la obra fundacional de la Historia del Arte europea. También Dante, en su Divina Comedia, recordó cómo la gloria de su discípulo Giotto fue tan grande que llegó a oscurecer, por contraste, la de Cimabue. Pero es la imagen de ese Giotto pastor que, mientras pinta ensimismado, atrajo la atención de su futuro maestro, la que ha pervivido en el imaginario popular durante siglos gracias a la prosa, a veces pomposa y pedante, a veces alegórica y formal, de Vasari.
El próximo 30 de julio se cumplirán 500 años de su nacimiento en Arezzo y no hay mejor manera de recordarle, en el ámbito castellano, que acercándonos a la nueva edición que Cátedra ofrece en su colección Grandes Temas de Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos.
Hace 50 años, los grandes especialistas en la cultura del Renacimiento, como Linda Murray o Ernst Gombrich, todavía manifestaban su admiración por estas páginas y, para cualquier persona interesada en el arte italiano, desde investigadores a aficionados, las Vidas de Vasari equivalían a un libro de cabecera. Algo antes, el historiador austríaco Julius Von Schlosser llegó a afirmar que “Vasari es en todo, tanto en el buen sentido como en el malo, el verdadero patriarca y padre de la iglesia de la nueva historia del arte”.
En nuestros días muy pocas personas se atreven con la lectura de estas páginas y su valoración es hasta cierto punto distinta. Así, en su delicioso libro Historias de Roma (RBA), el periodista Enric González define a Vasari como “un pintor mediocre” que pasó a la historia por esta “colección de cotilleos y datos dudosos”.
La primera edición de las Vidas apareció en 1550 en Florencia con los tipos de Lorenzo Torrentino. La segunda, corregida y ampliada, salió de los tipos de Giunti en Florencia en 1568. La finalidad que persigue Cátedra con esta edición del Vasari torrentiniano, la más cuidadosa y completa publicada hasta la fecha en castellano, es facilitar su redescubrimiento por los lectores del siglo XXI. Para ello, un equipo de siete traductores, coordinado por Giovanna Gabriele, ha optado por un lenguaje a medio camino entre lo moderno y lo antiguo que tiene en cuenta que Vasari era un hombre del siglo XVI tanto como un contemporáneo de la realidad representada. Y si Cimabue es el primer retratado, la obra –a través de centenar y medio de semblanzas– no deja lugar a dudas del titánico talento de Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel, cuyo retrato cierra la obra, pues para Vasari el autor del Moisés representaba el punto más alto en la evolución histórica del arte.
Pero si en algo tiene razón Enric González con su ácido comentario sobre esta obra es esa convicción de que no hay que tomarse muy en serio los datos y citas que engrosan las Vidas. Porque es conveniente acercarse a ellas como lo que realmente son: una joya histórica, un relicario de retratos, leyendas y técnicas firmadas por un hombre que se contó, más por su pluma que por su pincel, entre los máximos exponentes del Cinquecento.
Así, el gran mérito de las Vidas fue refrendar la relevancia que los artistas adquirieron en el Renacimiento en contraste con la cultura gremial de la Edad Media. Para Vasari, estos pintores, escultores y arquitectos, aunque estaban al servicio de los papas y demás nobles y poderosos de su tiempo, fueron, por primera vez, protagonistas activos de su sociedad.
De este modo, las Vidas constituyen una apasionada argumentación a favor de los creadores y, también, un elogio del mecenazgo. Vasari no duda en exaltar, página tras página, a aquellos príncipes y papas que invertían en obras artísticas frente a los soberanos que preferían gastar en empresas bélicas o, directamente, “ser ahorradores”, escribe.
El también florentino Miguel Ángel Buonarroti mantuvo con él una estrecha relación y le aconsejó calurosamente “el estudio de las cosas de la arquitectura”. La sugerencia no cayó en el olvido y, a parte de estas biografías escritas a la manera de Plutarco y Suetonio, Vasari destacó sobre todo en la construcción de elementos de conexión urbanística, como la Plaza de los Ufizzi o el corredor que une el Palacio Viejo y los Uffizi con el Palacio Pitti pasando por el Ponte Vecchio. Un sólido contrapunto a las agitadas aguas del río Arno.
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