TURANDOT | CRÍTICA
Misma historia, nuevas voces
Es la primera novela gráfica sobre el poeta de Fuente Vaqueros. Se titula La huella de Lorca y lleva las huellas dactilares del dibujante granadino Carlos Hernández. El libro se presenta el 15 de abril en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona y está editado por el sello catalán Norma, el más prestigioso del país, con motivo del 75 aniversario de la muerte del autor de Poeta en Nueva York. "El objetivo ha sido contar historias que girasen en torno a Federico García Lorca, pero sin convertirlo en protagonista ni hacer un relato autobiográfico, es decir, sin transformarlo en personaje de cómic de manera artificial", explica Hernández, autor además del 99% del guión. El dibujo es de su puño y su macintosh al 100%.
El libro está firmado junto al guionista El Torres, quien finalmente pasó a ser una especie de "director de tesis" porque "carecía de espíritu lorquiano" para abordar el proyecto. Concretamente "le faltaba malafollá", apostilla con humor sobre un estado de ánimo que es patrimonio inmaterial de la ciudad.
Finalmente, El Torres puso su parte restante en el guión coordinando las doce historias que componen La huella de Lorca. "En principio no teníamos ni idea de lo que íbamos a hacer, es un personaje icónico que todo el mundo tiene en mente y teníamos claro que tenía que ser algo original", resalta Hernández. Lo primero que tuvieron claro es que tenían que huir de la biografía, "no dar la brasa con su vida porque todo el mundo lo conoce y el que quiera profundizar más ya tiene los libros de Ian Gibson". Después apareció la idea de montar el cómic buscando en los alrededores de Federico García Lorca. "Conozco un montón de anécdotas sobre él, las típicas cosas que cuentan los padres sobre Lorca y la Guerra Civil, y ahí surgió un big bang creativo". El resultado son doce historias con el poeta como sujeto elíptico. Está en todas las páginas pero en muchas ocasiones no se le ve. De hecho, "de las cerca de 100 páginas que tiene el cómic solo aparece en una docena de ellas aunque siempre está flotando en el ambiente", aclara.
Pero, ¿cómo surgió el dibujo final del poeta? ¿Qué rasgos decidió imprimirle finalmente? "Había que buscar algo consecuente con su figura, no hacer algo cómico pero tampoco demasiado tétrico", explica el dibujante. "Mi estilo gráfico es bastante expresionista, soy de blanco y negro, pero al mismo tiempo muy ortodoxo y nada palote o gafapasta, que son términos que usamos los dibujantes para refererirnos a esos cómics que se hacen ahora con estilo pretendidamente sencillo y básico". El resultado es un Federico García Lorca nada pretencioso, evitando convertir al personaje en una marioneta gráfica.
El libro comienza con la huida de Granada en 1936 de una familia con un niño que jugaba en la Huerta con los sobrinos de Lorca, un pequeño amigo del poeta. Es el mismo personaje que al final del libro, con 82 años, aparece de nuevo en las viñetas junto al propio dibujante, caminando por los lugares lorquianos menos conocidos de Granada. Es el padre de Carlos Hernández, quien ha dado vida a una historia real de su propia familia. Cuando estalló la Guerra Civil, su abuelo (catedrático de la Universidad de Granada) llevó a su familia en un Ford modelo 1928 en un largo viaje a Riaza, lugar donde consideró que estarían a salvo de la violencia desatada. El padre del autor, Alfonso Hernández, que tenía ocho años, recuerda ese viaje nítidamente, los piquetes de milicianos, camiones con prisioneros... Y un muerto en la cuneta. "Aunque nunca conoció a Lorca, es posible que mi abuelo tuviera amistades relacionadas con el entorno académico del poeta, pero jamás le impartió clase ni existe constancia de que se cruzaran en las aulas, pues Federico marchó a Madrid años antes de que llegara a ocupar la cátedra de Filosofía y Letras en Granada", explica al autor. Así que la supuesta relación del niño con la Huerta es una licencia literaria para relacionar el drama de la huida de su familia con la figura de Lorca.
Entre esos dos capítulos, prólogo y epílogo, el autor de Así que pasen cinco años aparece retratatado desde el punto de vista de unos músicos negros en una fiesta en Harlem en 1929 o a través del diario del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, que relata cómo se enteró de la muerte de su amigo. En otra ocasión, La huella de Lorca queda impresa en Granada, en 1980, para conocer al último pistolero que se jactó de haber matado al escritor.
Menos dramatismo contiene otro capítulo que ilustra una divertida anécdota en un Hotel de La Habana. "Le operaron una especie de verruga en la espalda y claro, como creía que no podía salir del hotel, mandó a llamar a todos sus amigos". La curiosidad, que es una línea en un libro de Gibson, se convierte ahora en siete páginas.
Otros capítulos cuentan un día típico de La Barraca a su paso por un pueblo segoviano, así como una "siniestra reunión" en la Residencia de Estudiantes entre Dalí y Buñuel, que dan de lado a su amigo rompiéndole el corazón. Como curiosidad, la visita a Víznar de cierto investigador irlandés allá por 1965, acompañado de un sujeto que dice ser el hombre que enterró el cadáver de Lorca... "Es muy divertido porque obviamente es Gibson, aunque no lo nombro y ni siquiera se le ve la cara", cuenta Hernández, que ha pasado el último año leyendo a fondo a sus biógrafos -Penón, Gibson, Pozo...- y asistiendo a un buen número de representaciones de la obra de García Lorca. "He estado un año enlorcado perdido", explica con humor.
De momento, La huella de Lorca no tiene fecha de presentación en Granada aunque la editorial Norma ya está promocionándolo en Francia y Alemania. Coincidiendo con el 75 aniversario de su fusilamiento, el 'noveno arte' saca al poeta de los escenarios más habituales para convertirlo en un superhéroe de la poesía y de la amistad.
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