Libros para releer 2015
Nuestros críticos y otros cómplices literarios proponen sus lecturas más gozosas de la última cosecha editorial.
-Y resulta que era verdad. Por Alejandro Simón Partal
Quién lo diría. Eloy Sánchez Rosillo. Tusquets. Barcelona, 2015. 150 páginas. 14 euros.
"Cuánta maravillosa exactitud, / precisa por ser mágica". Los mirlos, los álamos y las cigarras; los otoños y las pérdidas; los veranos y las muchachas que dudan; el frío y los caminos sucesivos de la infancia, en definitiva la "avalancha imparable de la vida" es lo que reúne, lo que cobija y a lo que atiende el poeta Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) en Quién lo diría, su décimo libro de poemas. Cifra redonda con la que hace más compacta y completa, más imprescindible si cabe, una voz que ya ha dicho lo fundamental, porque un poeta aspira a transmitir lo fundamental desde la inquietud, desde la sencillez con la que la vulnerabilidad entiende la vida. Mediante la serenidad desbordada de su madurez, el poeta ha elevado el fluir del tiempo, su transcurso necesario, a momentos que ni el tiempo ni la vida sabrían explicar por sí mismos; como una realidad que sólo es pretexto para una música cercana, para el goce decisivo, para la fidelidad de lo concreto. Y todo esto desde la dificilísima sencillez que sólo unos pocos -tan escasos- pueden llegar a dominar. Rilke decía que nuestro conquistar más verdadero reside en nuestro mirar, y esa es la gran proeza de Sánchez Rosillo, y la gran conquista de la gran poesía, ver "desde lo inalterable de mí mismo / cómo fluye la gracia entre las cosas", de aceptarlas y celebrarlas desde su mismo origen, el tránsito hacia lo sagrado que transparente cualquier verdadero avatar de nuestra existencia: "alguien que está en el mundo y que lo canta / desde un asombro sucesivo y quieto". Después de cerrar este libro extenso y medido, esta intersubjetividad armoniosa, al lector sólo le queda salir ahí fuera a ofrecer su ofrenda a lo que sólo es gratitud; ese milagro cotidiano de saberse vivo, y de sentir desde lo vivo, porque "¿sucede la belleza sin nosotros / o la crean los ojos al mirarla?".
No era justo alejarse mucho del 2015 sin dar su espacio al que seguramente haya sido el mejor libro de ese año, y al que va a costar superar en los que vendrán, libros o años. Mientras tanto, amasarlo, respirarlo, es el placer más hondo de ahora mismo en la poesía. Y dejar así, sin más, que la vida pase.
-Ferrante: fieramente humana. Por Elena Medel
La niña perdida. Elena Ferrante. Trad. Celia Filipetto. Lumen. Barcelona, 2015. 544 páginas. 24,90 euros.
¿Qué rasgos buscamos en un libro inolvidable? La respuesta aguarda en la escena última de La niña perdida. Una descripción de la rutina de Lenù, la voz que narra, se transforma -sutil, inteligente, dos páginas apenas- en un desenlace con el que ya no contábamos, y en el que -sin embargo- todas las piezas encajan. Encajan la amistad y el amor, la ambición, la maternidad y el trabajo, y encajan también todos los elementos ajenos a la intimidad -por si los prejuicios- a los que Elena Ferrante atendió en volúmenes anteriores: la política y el compromiso, la creencia en la revolución individual frente al esfuerzo común. La tetralogía Dos amigas nos ha acompañado durante toda la vida de Lila y Lenù, nacidas en un barrio pobre de Nápoles en la década de los cincuenta; La niña perdida, el último libro, abarca el periodo más extenso -en torno a tres décadas-, reúne las piezas anteriores y añade el reencuentro con el pasado, que ya existe, y que daña, y que ajusta cuentas y se cobra deudas. En paralelo, la trama -llena de ambición en su sencillez- recorre medio siglo en la historia de un país cuyas diferencias y zozobras marcan, a su vez, las diferencias y las zozobras de sus personajes.
La niña perdida se lee desde el convencimiento de que la historia de las mujeres se entiende también como la historia de los hombres: de que lo femenino equivale a lo universal. Nos muestra a dos amigas que han alcanzado las metas que se propusieron, y que renuncian a ellas cuando descubren que nada de eso basta: Lenù a su matrimonio con un profesor universitario, Lila a la empresa de éxito que ha fundado. Se trata, en cierto modo, de la historia de un fracaso que Ferrante aborda sin piedad, porque en la vida real -el paisaje de su narración- no existen redención ni compasión posibles. La autora despliega una escritura finísima, en la que cuenta lo que quiere y como quiere: no necesita experimentar para asombrarnos. Sin digresiones, armada con la palabra exacta, Elena Ferrante se apoya en una historia poderosa por su veracidad, prodigiosa justo por todo eso, y en unos personajes -más allá de sus protagonistas- iguales a nosotros, fieramente humanos, con sus tragedias, sus miserias y sus felicidades mínimas.
-Retrato del caminante. Por Pablo J. Vayón
Por el camino de Richter. Yuri Borísov. Trad. Joaquín Fernández Valdés. Acantilado. Barcelona, 2015. 261 páginas. 20 euros.
Aunque no le gustaban los Estados Unidos, fue su gira de 1960 por el gran país americano la que hizo popular el nombre de Sviatoslav Richter (1915-1997) en todo Occidente. Hasta entonces el régimen soviético no le había permitido tocar fuera de la URSS y sólo algunas grabaciones y un comentario anterior de Emil Guilels, ucraniano como él y triunfador ya en USA ("Esperen a escuchar a Richter"), había despertado el interés por su figura, la de un pianista con un poder de seducción descomunal.
Yuri Borísov (1956-2007) compartió con Richter distintos momentos de su vida (entre 1979 y 1983, y luego, en 1992), que trae a este libro en forma de confesiones o de conversaciones (al estilo de lo que Robert Craft hizo con Stravinski). El estilo directo puede resultar por momentos algo enfático, amanerado, pero el libro está lleno de pequeños y grandes hallazgos. Por ejemplo, esa forma que Richter tiene de resumir su biografía siguiendo los preludios y fugas del segundo libro de El clave bien temperado de Bach es genial.
Extravagante a ratos, tímido en ocasiones, el hombre que "enmudecía delante de Prokófiev" aparece como un apreciable conocedor de la literatura universal, un apasionado de Proust, Shakespeare y Pushkin, gran amante del cine y de la pintura y comentarista siempre agudo de la música y los músicos. Por la obra desfilan infinidad de intérpretes con los que compartió experiencias, de Neuhaus, Sofronitzki y Yúdina, triada de pianistas rusos a los que idolatraba, a Gould, Karajan, Kagan, Oistrakh o Fischer-Dieskau. Y luego están los comentarios sobre la música, hechos siempre desde una perspectiva básicamente literaria. Así, las mazurcas de Chopin resultan ser "como palmeras enanas", hay preludios de Bach que son "la mirada de una lechuza", "la cruz y la serpiente" o lamas meditando "al son de una carraca", piezas de Brahms que deben tocarse "como si se comiera pan seco" o "con manos de mujer", mientras Rachmáninov es un "compositor de Amazonas" y la Fantasía del caminante de Schubert, su "estrella polar"; al fin y al cabo, como el personaje de Schubert también él se definió "como un peregrino que deambula por las sonatas y los impromptus. De un siglo a otro".
-Contra cíclopes y lestrigones. Por M. Ángeles Robles
Poesía completa. C. P. Cavafis. Trad. Juan Manuel Macías. Editorial Pre-Textos. Valencia, 2015. 422 páginas. 27 euros.
Leí a Constantino Cavafis por primera vez siendo muy joven, quizás demasiado para entender con todas las consecuencias a un poeta que siempre escribió desde la experiencia, desde la nostalgia, que siempre lo dio todo por perdido, incluso el presente, que supo beberse la vida a tragos lentos y que entendió la poesía como una manera de dar sentido al mundo y sus incongruencias, como la única forma de explicar la realidad y sus enigmas.
Hay cosas que solo se aprenden a reconocer con el paso del tiempo, tras la experiencia del amor, del dolor y de la pérdida. Pero ya entonces, en los días de aquella primera asombrada lectura, existían el miedo y los largos viajes a Ítacas desconocidas, aunque por entonces no lograse entender la importancia de que el camino fuese largo. Recuerdo muy bien que el poema que más me impresionó entonces fue Artífice de cráteras, que ahora releído en la traducción de Juan Manuel Macías como Artesano de cráteras me sigue emocionando ("observa las finas flores, los arroyos, el tomillo; / y en el centro puse a un hermoso muchacho"). Creo que entonces me cautivó la imagen radiante del joven dibujado de memoria, dolorosamente recordado por el artesano que lo devuelve a la vida, gracias al arte, de una manera tan conmovedora. El arte, la vida, la memoria, el recuerdo, el reencuentro íntimo con lo perdido y, sin embargo, siempre presente.
He vuelto muchas veces a Cavafis, a su mundo lleno de cafés en los que sentarse a meditar, en los que experimentar la aventura de mirar y recordar; a su poesía que nos impulsa a ser fuertes aunque "la mitad de la casa debe tirarse abajo" para que todo sea de nuevo; que nos enseña a disfrutar "el reluciente añil del mar de la mañana" en las mañanas de niebla y pesadumbre; que nos invita a aceptar que hasta los héroes son abandonados por los dioses: "sobre todo, no te engañes, no digas que fue / un sueño, ni que confundieron tus oídos".
Pre-Textos nos da la oportunidad de volver a saborear la obra de un poeta, actualizado respetuosamente por la traducción de Juan Manuel Macías, capaz de prevenirnos contra lestrigones y cíclopes de la única manera que es posible enfrentarse a ellos: mirándolos de frente, mirando dentro.
-Continente negro. Por Manuel J. Lombardo
Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock. Serge Koster. Trad. Manuel Arranz. Periférica, Cáceres. 88 págs. 13,50 euros.
Inagotable su obra, revisable y disfrutable una y otra vez, en la cima de la historia del cine según los últimos sondeos críticos. Inagotable también, en buena lógica, la literatura que la acompaña desde aquellos estudios pioneros y fundadores de Chabrol o Truffaut.
Hitchcock y su cine siguen generando páginas, investigaciones y análisis, acercamientos más o menos eruditos o divulgativos que perfilan y sacan punta a la superficie portentosa de sus filmes y a las tramas y subtextos a los que estos dieron forma a través de una arquitectura libidinal.
El asunto de "las rubias" ha sido siempre tema de primer orden en la ciencia hithcockiana, desde el psicoanálisis a la culpa católica, aunque nunca tan bien tratado y escrito como en este ensayo breve, hermoso y sugerente de Serge Koster. Un texto que nace de la fascinación incansable por cuatro de las actrices-estrellas, rubias, por supuesto, que encarnaron ese deseo diferido y transferido del propio cineasta británico en la pantalla: la Grace Kelly de La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón, la Kim Novak de Vértigo, la Eva María Saint de Con la muerte en los talones y la Tippi Hedren de Los pájaros y Marnie la ladrona.
Escribe Koster, "vuelvo siempre a Hitchcock, es el único entre todos los ilustres directores que sabe observar, y nos hace observar, a las mujeres con una veneración no exenta de un humor que no implique una falsa expectativa; el sexo elidido de la mujer mantiene el deseo en su grado más alto de incandescencia". Estas Venus hitchcockianas, diosas de la seducción, la belleza y el deseo, vienen a encarnar el "continente negro" del que hablaba Freud, son el verdadero enigma (el sexo) de casi todas sus películas, nos invitan a una constante curiosidad por su secreto.
Hitch le contó a Truffaut que las elegía rubias y de apariencia sofisticada porque (en el cine, en los deseos) "buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformaran en putas en el dormitorio". Esas rubias frías y mortíferas, carnales e inalcanzables, ardientes e insensibles, inmaculadas y corrompibles, esposas y putas, son aquí desnudadas por segunda vez por Koster sin quitarles la ropa, para seguir actuando "en la cámara oscura de nuestros deseos, […] espectadores encadenados enamorados de sus cadenas".
-Este vivir de cambio y gloria. Por Almoraima González
Hierba en los tejados. Rafael Espejo. Pre-Textos. Valencia, 2015. Premio El Ojo Crítico de RNE 2015. 172 páginas. 16 euros.
Rafael Espejo no le pide a la inteligencia el nombre exacto de las cosas, que él quiere el alma, y se la pide a la tierra. Mi libro de 2015 es Hierba en los tejados porque me hizo sentir secretamente feliz, primero, y luego feliz a voces. Un conjunto de 20 poemas (contando las partes de dos trípticos) que son lo mejor del poeta cordobés. Y no era tarea tan fácil porque me declaro absolutamente apasionada de Nos han dejado solos (Pre-Textos) y El vino de los amantes (Hiperión), sus dos poemarios anteriores.
Es el libro de un poeta sosegado, que mira dentro de las cosas y luego las cuenta bajito. Yo lo imagino observando siempre, entusiasmado con la realidad cambiante ("¿O soy yo, que sonrío?"), descubriéndose y entendiéndose ("un subconsciente arcano me reescribe, me modifica a su antojo"), en continuo proceso. Es saberse pequeñez en la inmensidad del mundo, esa cosa complicada y maravillosa que, sin embargo, leyéndolo a él parece sencillísimo. Y algo de eso traían ya sus títulos anteriores, pues comprobamos que sabía desde muy joven cuál era su imaginario -o no lo sabía pero igualmente era suyo-. Estaban los árboles, las nubes, esos retratos honestos de sí mismo, los amores.
Siento ahora su lenguaje más sencillo, muy pulido, esencial. Pero estoy hablando de que los poemas de Hierba... son cálidos, no los enfría el artificio. Lo que no quiere decir que el libro no esté cuajado de metáforas preciosas, imágenes sensuales: el aire hecho poesía, que ése es su don. Lo que siempre fue sensual, además, se ha redondeado, vuelto más carnal. Son los poemas del que vive en la cosas, no el que las analiza; y con ellos emprende tres viajes: uno más cosmogónico, otro más cotidiano y otro contado en forma de fábulas. Y todo junto encaja en su orden , fluyendo.
En el último libro de Espejo hay un regalo recóndito de tiempo, de aire fresco, de casa con azotea. Leer el flamante Premio Ojo Crítico es buscar las preguntas, asumir y celebrar el cambio. La vida. Y todo, como si se parara el mundo para dejarnos arrastrar y sonreír: "Así que perdonadme,/amigos y amadoras y familia,/perdóneme yo mismo:/no puedo sernos fiel/si todo me entretiene/y no tengo memoria".
-Orden y fantasmagoría. Por Manuel Gregorio González
La vuelta del torno. Henry James. Trad. A. Devoto, J. De Martino y C. Manzano. Libros del Asteroide. 184 páginas. 15,95 euros.
La vuelta del torno, The Turn of the Screw, es una nueva traducción de la obra conocida en español como Otra vuelta de tuerca. Se trata, por tanto, de una última versión, muy pulida, del clásico de Henry James, llevado al cine en numerosas ocasiones, y cuya originalidad reside, no tanto en la fantasmagoría que se narra -no sólo en las voces que se interponen entre la realidad y su relato-, sino en la incapacidad del lector para discernir cuanto hay verdad, y cuánto de involuntaria deformación de unos hechos misteriosos, amenazadores, insólitos, tras la atormentada psicología de quien los narra.
Sin duda, el lector ya sabrá que la peculiaridad narrativa de Henry James, su difícil virtuosismo, luego repetido por Edith Warthon, guardaba una estrecha relación con la psicología funcional de su hermano, el filósofo William James, y con su pragmático concepto de verdad. Y es, precisamente, de esta elasticidad de lo verosímil, de la imposibilidad de hallar un solo hecho verificable, más allá de quien los narra, de donde surge una moderna inquietud, que ya no está vinculada al pavor decimonónico del Ultramundo, que se sustancia en Poe, en Gautier y en muchos otros, sino al oscuro vericueto de la psicología, que los hermanos James, cada uno a su modo, sondearían en el tramo final del XIX y los primeros años del XX.
Digamos, pues, que el terror que ha traído James a la literatura, y que luego tendría magníficas secuelas, como El Golem de Meyrick, es un terror de índole psicológico. Si las alucinaciones románticas tenían un poso de verdad, y esta verdad objetiva era el origen de lo terrorífico, el terror en James nace de una imposibilidad, de una carencia empírica. Tanto quienes lo padecen, como quienes asisten a su relato, no pueden distinguir su realidad ni determinar su fuente. The Turn of the Screw es, en este sentido, una diabólica e inatacable obra maestra. Hay algo, no obstante, que vincula a James al siglo XIX: en su narración, los procesos mentales se ordenan y se enlazan con una lógica irreprochable. Todavía no había nacido el XX, cuando Freud demostró el ingenuo racionalismo con el que James aborda ese proceso, determinado -tiranizado- por fuerzas inconscientes.
-Un fardo de cocaína. Por Fernando Pérez Ávila
Fariña. Nacho Carretero. Libros del KO. Madrid, 2015. 368 páginas. 18,90 euros.
Nacho Carretero (La Coruña, 1981) era todavía un niño cuando el juez Baltasar Garzón se bajó del helicóptero, gabardina al viento, en el pazo de Baión, el símbolo más ostentoso del narcotráfico gallego desde que lo compró Laureano Oubiña. La operación Nécora marcó a aquel niño, que se hizo periodista y decidió contar, un cuarto de siglo después, la historia del narcotráfico gallego. Lo hizo en un libro que se llama Fariña como se podría haber llamado Farlopa, merca, perico o directamente Cocaína, y que está maravillosamente editado por Libros del K.O., ese sello que se lo ha jugado todo por la no ficción y se supera obra tras obra, reportaje tras reportaje.
Sin que descubra nada nuevo, Carretero traza un entretenido retrato de los narcos de las Rías Bajas y lo mezcla con el testimonio de policías, guardias civiles, jueces, arrepentidos, yonquis, ex yonquis y madres que perdieron a sus hijos yonquis. A quienes vieron el espléndido documental Marea Blanca, aquel en el que se contaba la historia de un equipo de fútbol llamado Dejadnos vivir, les sonará de algo la historia.
Si les gustó la película, el libro les atrapará. Carretero aporta infinidad de datos y de nombres, tantos que uno se pierde a veces, y traza una evolución del narcotráfico gallego desde que unos tipos pasaban tabaco y se asociaron con unos colombianos para meter droga hasta hoy, cuando los grandes clanes dieron paso a los pilotos de planeadoras. El libro recuerda mucho a Crónicas de la mafia, de Íñigo Domínguez y de la misma editorial. Aquí hay menos muertos, pero más droga. Tanta que la misma portada del libro es un fardo de cocaína.
-En los márgenes del río. Por Pablo Bujalance
La mujer de pie. Chantal Maillard. Galaxia Gutenberg. 2015. 320 págs. 23,50 euros.
La mujer de pie del título es Chantal Maillard: una escritora con dificultades para sentarse. Después de evocar un último gesto de su abuela, repetido en su madre como posible premonición, Maillard (Bruselas, 1951) escribe: "Me ejercité en la egolatría. Lo llamaba interés por el saber". Con la poesía y el ensayo como asideros, sin enjundias memorialísticas ni atajos autobiográficos, la autora escribe sobre sí misma sin dar coartada a las convenciones que la Historia de Occidente ha depositado en el yo, revelado aquí como trasunto baldío de algo que resultó ser "tan poca cosa". Y es aquí donde La mujer de pie ofrece registros tan poderosamente nuevos a la misma escritura y a la lengua española de la que la anterior se vale: este exilio, prendido como el de Samuel Beckett, permite a Chantal Maillard decirlo todo, también, desde lo que no dice; mientras, la lengua, propia y ajena, causa y efecto, termina encontrando su camino hasta el abajo ("Mi cansancio: láminas sobre las que se pliega el biombo del lenguaje"); valiéndose también de otras lenguas, madres o hijas, cuando es el discurso el que impone una determinada precisión ("Andamios no. Échafaudages. Eso es. A la vez andamios y a la vez cadalsos"). Si en sus Diarios indios la escritora que buscaba los orígenes del pensamiento acudía a las orillas del Ganges para observar el modo en que muerte y vida pueden llegar a con-fundirse, en La mujer de pie Chantal Maillard es el Ganges; y el lector acude a sus márgenes para contemplar, exactamente, el mismo espectáculo: el río enseña hasta qué punto la vida contiene su propio fin y cómo lo muerto es capaz de albergar una existencia, una lectura de Heráclito que tiene su concreción más depurada en el dolor ("Seguir viviendo forma parte del lento porvenir de las heridas"). También en el de Éfeso, no obstante, dolor y felicidad, extremos de la diké, se traducen en ocasiones de com-pasión ("El cuerpo que somos entre todos soporta el sufrimiento de cada uno de sus miembros. Con uno solo que sufra, todos padecemos"). Siendo mucho más que literatura, La mujer de pie constituye tal vez, en su naturaleza encarnada entre pensamiento y poesía, lo mejor que le ha pasado a la literatura española en no pocos años.
-Las letras del condestable. Por Jaime García Bernal
De todos los ingenios los mejores. Juan Montero, Carlos Alberto González, Pedro Rueda y Roberto Alonso. Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 2015. 429 págs. 36 euros.
¿Qué fue del Condestable, príncipe no menos aficionado a las letras que claro en sangre, aquél que hizo en su casa librería tan buena? Su mirada penetrante, de hábil negociador, le distingue en el cuadro que recoge la conferencia de Somerset House de 1604. Es el único retrato que conservamos de él. Bajo seudónimo del Prete Jacopín disputa sobre Garcilaso con Fernando de Herrera. Y su rica colección de arte, formada durante su gobierno en Milán, se dispersa tras su muerte, dejando apenas algunas huellas.
Renglones sueltos que procedían de la historia diplomática, de la crítica literaria y de la historia arte que ahora se conjugan, felizmente, en una obra poliédrica, escrita a cuatro manos, que reivindica la figura de don Juan Fernández de Velasco y Tovar, V Duque de Frías, como coleccionista, literato y protector de las artes. Los autores se sitúan en la metodología propia de la historia cultural para explicar un personaje que interioriza la memoria de sus antepasados, redimensionándola en el marco de sus lecturas humanistas y de la sensibilidad propia de su tiempo.
La memoria recibida y recreada en la galería de retratos del linaje de la vieja Casa del Cordón de Burgos, junto a la experiencia adquirida en Nápoles, Milán, Roma y Bruselas donde sirvió a la monarquía, dieron forma a una singularísima colección de objetos de arte y antigüedades repartidos entre los palacios urbanos y las fincas de recreo de Berlanga y Mirafuente. Bronces, medallas conmemorativas, pinturas del Bosco y del Bassano, esferas armilares, relojes y sextantes, columnarios con reliquias... Cada pieza adquiere sentido dentro de su periplo vital, dominando el gusto por la historia antigua que se evidencia, por ejemplo, en la inusual doble serie de tapices dedicados a la guerra de Troya.
Pero la alhaja de la colección, elogiada por Justo Lipsio y Nicolás Antonio, fue sin duda la biblioteca que se publica íntegramente, con el inventario de bienes de 1608, en el generoso apéndice documental del trabajo. Nutrida por ejemplares latinos, italianos, franceses y españoles, puede parangonarse a las ya estudiadas de Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar o Lorenzo Ramírez de Arellano, sus contemporáneos. La cultura literaria del V Duque de Frías queda acreditada, por último, en las probables traducciones de Anacreonte, el cultivo de la sátira y de la historia apologética a propósito de la presencia de Santiago en España.
En suma, un buen libro que habla de libros, que mereció el premio de investigación Cultura y Nobleza que conceden la Real Maestranza y la Real Academia de Buenas Letras. Y demuestra la renovación de la historia nobiliaria en nuestro país.
-Fuera de la norma. Por Braulio Ortiz
Cicatriz. Sara Mesa. Anagrama. Barcelona, 2015. 200 páginas. 16,90 euros.
Desde sus comienzos, con libros como El trepanador de cerebros, Un incendio invisible o Cuatro por cuatro, Sara Mesa ha compartido con los lectores su interés por los personajes fuera de la norma, por los desarraigados y los excéntricos, hombres y mujeres capaces de las peores mezquindades pero también necesitados de afecto, a los que la autora dota -esa es una de sus principales virtudes- de una innegable humanidad. Aquella pandilla de desgraciados que en El trepanador... pretendía hacer sin cámara ni presupuesto una película protagonizada por un enano, los perdedores que aún habitaban, casi como fantasmas, una ciudad repentinamente despoblada en Un incendio invisible o ese chaval acosado que se volverá verdugo en el elitista internado de Cuatro por cuatro son el ejemplo de esa habilidad de Mesa para mostrar al diferente y hacerlo extrañamente reconocible.
Cicatriz, segundo libro que Mesa publica en Anagrama, consagra definitivamente a esta madrileña residente en Sevilla como uno de los nombres incuestionables de la actualidad literaria española. El perturbador diálogo que se entabla entre dos solitarios desde que ambos se conocen a través de un foro literario podría haber sido una oportuna fábula sobre los peligros que acechan en internet. Pero Cicatriz se aleja en todo momento de lo obvio, y el enfermizo y complejo juego de poder y sumisión que se activa entre los dos personajes es también una interrogación sobre un buen puñado de asuntos que nos atañen, una reflexión sobre las máscaras que nos colocamos en la convivencia.
-El bosque primigenio. Por Ignacio F. Garmendia
Las efímeras. Pilar Adón. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 240 páginas. 18,90 euros.
Doce años después de Las hijas de Sara, la narradora, traductora y poeta Pilar Adón ha vuelto a la novela con una obra de absoluta madurez en la que explora varios de sus temas recurrentes: la naturaleza, la libertad, el mal, la vida salvaje o las relaciones humanas, abordados de un modo complejo -no sentimental, sino genuinamente romántico, en el sentido más poderoso de un adjetivo devaluado para la sensibilidad contemporánea- que rehúye los tonos idílicos y las estampas amables. Lírica, alusiva, hondamente perturbadora, la escritura de Adón incita a la reflexión sin ser discursiva, gusta de la recreación de atmósferas -opresivas, asfixiantes- e insinúa, gracias a su admirable dominio de la elipsis, mucho más de lo que muestra.
La comunidad vagamente libertaria de Las efímeras, llamada La Ruche (La Colmena) como el modelo histórico en el que se inspira, es el escenario en el que se desenvuelven los personajes, pocos, no más de cinco, que comparecen en la novela, aunque su presente marcado por la huella de los ascendientes o predecesores introduce además a estos y al ideario original -"Ningún tipo de dominio ni ninguna pretensión de autoridad"- que sustenta el grupo, sólo en apariencia fiel a los principios inspiradores. En la práctica, sus miembros se muestran disgregados, sujetos a contradicciones o desvaríos y sometidos -pasiva o activamente, pues los seres dominantes son esclavos de otra manera- a distintas formas de control o violencia.
Como dice uno de ellos, citando a Schopenhauer, "el instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad sino en el miedo a la soledad", que actúa incluso entre quienes eligen vivir aislados y al margen de las convenciones, a la vez fuertes y desvalidos. En esta tensión entre el deseo de independencia, entendido a la manera extrema de la utopía autogestionaria, y la necesidad de protección o de afecto, que puede llegar a ser mórbida, se cifra la carga dramática de una historia que conmueve e impresiona, también, por la omnipresencia del entorno natural. El bosque primigenio -sagrado, terrible- proyecta un influjo abrumador, casi maléfico e interactúa con los personajes como una realidad mayor que los trasciende.
-El periodismo afila el lápiz. Por Charo Ramos
Cuarenta y un intentos fallidos. Janet Malcolm. Trad. Inga Pellisa. Debate. Barcelona, 2015. 255 páginas. 20,90 euros.
Convertida en referencia de la no ficción contemporánea, sobre todo a partir de la publicación en 1990 de El periodista y el asesino, el libro donde acuñó la frase que la ha hecho tan célebre como temible - "Todo periodista que no es demasiado estúpido o está demasiado pagado de sí mismo para enterarse de las cosas sabe que lo que hace es moralmente injustificable"-, la estadounidense (aunque nacida en Praga en 1934) Janet Malcolm sigue maravillando a su fiel legión de lectores con su capacidad "para trascender el reportaje excelente", según el elogio que le dedicó el crítico literario Harold Bloom. En 2015 la editorial Debate tradujo al fin al castellano Cuarenta y un intentos fallidos, una antología de sus reportajes sobre arte y literatura, originalmente publicados en semanarios como The New Yorker, que se abre con una de sus piezas magistrales y que da título al libro: la que dedica al estadounidense David Salle, referente de la pintura posmoderna de los 80, cuyas dudas creativas y dilemas morales nos va desvelando pregunta tras pregunta como si el loft en el que se citan fuera el diván de Freud.
Malcolm, hija de psiquiatra y que precisamente se enfrentó a un pleito tras la publicación de su desmitificador libro sobre el psicoanálisis, ha reflexionado a menudo sobre la capacidad del periodista para explotar la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas y ganarse su confianza para luego traicionarlas sin remordimiento. Y ese es el temor que asalta a menudo a sus entrevistados, como ocurre aquí con el fotógrafo alemán Thomas Struth, al que seguimos mientras fotografía fábricas abandonadas y retrata a la reina de Inglaterra en el palacio de Buckingham. Cuando se atreve a comparar, citando a su maestro Bern Betcher, las fotografías de París de Atget con las imágenes de Marcel Proust, la periodista -que fue durante años crítica de fotografía de The New Yorker- advierte que el alemán no ha leído al autor de En busca del tiempo perdido y registra -con afecto pero sin que le tiemble el pulso- ese instante decisivo en que Struth mete la pata.
Por supuesto, más allá de su inteligencia a la hora de preguntar, y de su rigor al transcribir, destaca su cuidada prosa, cuyo estilo tan elegante como irónico nos recuerda por momentos a los Salinger, Wharton, Woolf y otros grandes escritores que también transitan por estas adictivas páginas.
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