La armonía para El Aleph

Tras indagar en la naturaleza de la música en obras como 'El mundo en el oído' y 'No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio', Ramón Andrés presenta su libro definitivo.

'El bardo' (1817), del pintor romántico inglés John Martin.
'El bardo' (1817), del pintor romántico inglés John Martin.
Pablo Bujalance

03 de octubre 2012 - 05:00

Diccionario de música, mitología, magia y religión. Ramón Andrés. Editorial Acantilado. Barcelona, 2012. 1.776 páginas. 59 euros

Hay libros que se pueden (y se deben) leer de varias maneras. El que aquí nos ocupa es un diccionario, y como tal funciona a la perfección como volumen de consulta, con un amplísimo número de entradas referentes a la materia. Pero el Diccionario de música, mitología, magia y religión de Ramón Andrés, que acaba de publicar Acantilado, admite también (y de qué manera) la lectura lineal, página tras página hasta completar las 1.776. En ambos casos, el deleite es el mismo. Sin embargo, las maneras de acercarse a esta obra podrán ser tantas como los interesados que acudan a su llamada. Éste es uno de esos libros cuya adquisición se traduce en un compromiso sellado de por vida. Uno de ésos que convierte el mero hojear en un festín. Uno de ésos para los que se busca un sitio preeminente en la biblioteca particular, aunque sea a costa de relegar otros más atrás. Será por la hermosura de su edición, plagada de ilustraciones maravillosas y realizada en el papel biblia que convierte al lector en amanuense, vaya usted a saber a cuenta de qué rito filogenético. O será porque su contenido permite respirar un poco al demostrar que la Cultura, con mayúsculas, es posible todavía en este país. Éste es, en fin, un libro asombroso, inagotable, fértil y, especialmente, muy divertido. Un libro que disfrutarán tanto los amantes de la música como quienes decidan aceptar el consejo kantiano del sapere aude: atrévete a saber.

Y también es uno de esos libros que responden con plenitud al viejo lema sesentayochista "No sabían que era imposible y lo hicieron". Lo que se propone Ramón Andrés (Pamplona, 1955) es algo tan descabellado como bordar una interpretación de la música desde sus mismísimos orígenes, ligados a la magia y el mito, y dar cuenta del modo en que esta connotación, si se quiere, fantástica, se encuentra presente en todo el devenir posterior de la historia de la música hasta nuestros días. El autor descifra la música, bien como expresión cultural única, bien a través de sus elementos (melodía, armonía, tono), como nexo de unión entre los dioses y los hombres. Si pensadores como Víctor Gómez Pin defienden que la primera manifestación del habla del ser humano fue un hecho netamente musical (algunos hallazgos paleoantropológicos, como los efectuados en Atapuerca, le dan la razón), Ramón Andrés añade que también se trató de un suceso religioso por el que aquella criatura apenas puesta en pie tuvo por primera vez conciencia de lo sobrenatural. Aquí se encuentra todo: los dioses de las mitologías griega, hindú, céltica y escandinava que proveyeron de música a los hombres, las leyendas indoeuropeas que convirtieron a héroes e ídolos en cantantes e instrumentistas, el conocimiento del contenido simbólico del Universo a partir de la armonía de las esferas, el vínculo que mantienen la música y la naturaleza a través de animales y plantas alucinógenas, los efectos que tonalidades y acordes generan en el ánimo, las milenarias instrucciones precisas para la construcción de instrumentos similares a conjuros y sortilegios, el poder de los bardos, el debate sobre si al Diablo le gusta o no la música, el canon aristotélico, la música medieval en el Camino de Santiago, la perfección esotérica del número, el canto de la cábala, el sonido del bosque cuando el viento mece los árboles. Absolutamente todo. Que la descabellada idea se haya materializado en este libro llega a ser conmovedor.

Tal y como apunta Eugenio Trías, el mérito de Ramón Andrés "consiste en proveerse de un estupendo hilo rojo para internarse en la espesura del origen de la música en la cultura". El autor es Teseo y Prometeo en uno: se interna en el laberinto y cuando regresa guiado por ese hilo, trae consigo el fuego. Desde la notación pitagórica desarrollada a partir de la ciencia numérica órfica hasta el empeño de Nietzsche en conformar una vía para el conocimiento y la interpretación del mundo basada en la música en lugar de la palabra, el Diccionario sirve en bandeja un reverso de la Historia de la cultura. Un poco como lo que podría haber sido si la expresión del habla hubiese quedado en manos de la música, como en el principio, en lugar de la palabra (o palabrería). Pero, igual que el mito sigue cumpliendo su función, por más que el homo tecnologicus pretenda lo contrario, esta Historia alternativa de la cultura basada en la música no es sólo una especulación, sino una realidad que se ha mantenido oculta a lo largo de los siglos. Por eso resulta significativo que Ramón Andrés dedique este libro "A la memoria de Jorge Luis Borges", como una declaración de intenciones. No hay aquí tanto un rescate de antiguallas mitológicas como una revelación de la condición humana en su acepción más inclinada a la conciencia de la eternidad y a la vez más popular. Como si el Aleph con el que Borges bautizó uno de sus mejores cuentos fuese una composición musical y este Diccionario constituyera su armonía, enriquecedora y descubridora de otras vías.

Pero, ¿quién es Ramón Andrés, el responsable de semejante aventura? Los lectores que le conozcan por sus anteriores obras, como El mundo en el oído y la monumental No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio, así como la magnífica semblanza de Bach Los días, las ideas y los libros, todas ellas publicadas en Acantilado, sabrán de su afilado gusto por la pedagogía musical exento de cualquier asomo de pedagogía al uso, de la complicidad con la que gana al lector aun en los terrenos más áridos y de la abrumadora maestría con la que convierte el aprendizaje en fuente de placer. Pero conviene recordar que Ramón Andrés, en cuya bibliografía figuran también libros de poesía, novelas infantiles y una larguísima nómina de artículos, tuvo entre 1974 y 1983 como primera actividad la de cantante, especializado en el repertorio medieval y renacentista. En 1983 creó en Barcelona, ciudad en la que reside actualmente, el primer departamento educativo especializado en música antigua, y durante los años 80 actuó en diversos festivales de toda Europa. Si ética (entiéndase en su significado primigenio, ethos, como lo relativo al ser humano) y estética se necesitan mutuamente, no es difícil concluir que fue aquella primera pasión estética, el canto, la que dio a luz esta brillante exposición ética, el conocimiento, reunida en este volumen. Si la música es el mejor invento, este libro es el complemento ideal. Regáleselo.

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