Cuando el barrio ansía ser Centro
San Benito
Los ancianos de la residencia fueron protagonistas de los 'palcos' de La Calzada
La escena cenital con la que Amenábar mostraba en Ágora la virulencia de las primeras revueltas cristianas en la Alejandría de Hypatia -aquélla de los monjes convertidos en hormigas- bien podría servir para testar el movimiento de la bulla en Semana Santa. El palio del Cerro, acabado de pasar por la boca de Metro de San Bernardo, impuso su particular mitosis en el gentío, que al filo de las cuatro de la tarde se dividía para buscar diferentes polos: Los Estudiantes, San Esteban, San Benito... La línea 1 escupe nazarenos blancos llegados en suburbano desde Triana, la antigua collación en la que allá por el siglo XVI radicaba la hoy conocida como la cofradía de La Calzada.
"Se puede comer di-si-mu-la-da-men-te. Los servicios de la Catedral sólo están para lo que están: nada de fumar, comer ni beber. No se descubre nadie hasta que se llegue a ellos, no quiero ver ni un solo antifaz quitado. Prohibido hacer guantes de cera, ni usar móvil ni radio ni pinganillo. Si os ponéis malos, me lo decís; yo os escucharé. Pero me tenéis que respetar. Si no, ateneos a las consecuencias el año que viene". Lo dijo una suerte de teniente O'Neill encargada como diputada del cuarto tramo del misterio que se presentó a sus huestes como Isa. No era militar, como se barruntaba, sino economista. "Esto no lo he visto yo ni en el Gran Poder", musitaba atónito un nazareno con vara que hacía doblete en la Madrugada.
Manuel Bermudo, hermano mayor de la corporación, no quería a nadie de paisano en el templo. Y sus órdenes se cumplieron, por lo que se invitó al periodista al desalojo. En la calle, las hermanitas de los Pobres atendían a los ancianos apostados frente a la puerta de la parroquia, trasladados desde la residencia aneja. Carlos Morán, capataz de la Presentación al Pueblo, ofreció el martillo a la viuda del tallista Antonio Martín antes de embocar hacia los Caños de Carmona. El Cristo de la Sangre se asomó hundido en un Gólgota de claveles, y la enigmática belleza de la Encarnación recompuso la tarde enfilando hacia el Muro de los Navarros al son de Rocío.
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