"No querían matar a Lorca, al que buscaban era a Fernando de los Ríos"

Emma Penella, hija de Ruiz Alonso, el hombre que denunció a Lorca, contó en noviembre de 2003 lo que su padre sabía del asesinato · Sólo después de su muerte, Gabriel Pozo publica la conversación

Fotografía de archivo de Emma Penella tomada en Madrid el 4 de diciembre de 2006.
Fotografía de archivo de Emma Penella tomada en Madrid el 4 de diciembre de 2006.

20 de diciembre 2009 - 05:04

LA entrevista que sigue es un fragmento de una conversación de casi ocho horas mantenida entre el periodista Gabriel Pozo y su esposa con la actriz Emma Penella, hija del político y activista de la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA) Ramón Ruiz Alonso. La conversación, según recoge el periodista en el libro Lorca el último paseo. Claves para entender el asesinato del poeta, que acaba de publicar la editorial Almed, se realizó en el Hotel Palace y en el restaurante El Cenador del Prado el 15 de noviembre de 2003. Ruiz Alonso trabajó de linotipista y redactor en Ideal entre 1932 y 1937. Con esta entrevista, Emma Penella, fallecida en 2007, quiso romper su silencio en torno a su padre y la muerte de Lorca.

-¿Qué le parece si hablamos de su padre? No me ha dicho si tiene alguna puntualización sobre lo ya publicado...

-Estaba sentada en el sillón y me dio un vuelco el corazón al ver la foto de mi padre. Entonces me dije, tengo que contarle todo lo que me dijo mi padre antes de morir, para que su nombre quede limpio para siempre, por mis hijas y mis nietos, ¿sabes? Quiero que sepan que su abuelo no fue un asesino, él no mató a García Lorca, y así se lo dije a su sobrina Laura una vez que hablé con ella. Fue gracioso el encuentro, ella trabajaba de actriz en una compañía que representaba una obra de Lorca; al finalizar la representación fui al camerino, le dije quién era, pero ella ya lo sabía. Quedamos mirándonos un rato, se nos saltaron las lágrimas y nos dimos un abrazo. Después le envié un ramo de flores.

-Comencemos entonces con la entrevista. Si le parece, se la paso una vez transcrita y pulida para su publicación.

-No, no. Yo no quiero que me hagas una entrevista. Yo quiero que sepas todo lo que me contó mi padre antes de morir.

-Pensaba que quería que se supiera la verdad sobre tu padre...

-Vamos a hacer una cosa: yo te lo cuento todo, pero tú no lo publicas hasta que me muera.

-Pero con la condición de poder ver los apuntes del libro que dejó su padre...

-¡Qué apuntes! Mi padre no dejó ningún apunte. Eso lo dijo unas cuantas veces, pero los apuntes los tenía en la cabeza. Tenía una memoria prodigiosa. Lo que sí tenía, de muchos años atrás, eran varias carpetas con recortes de nosotras que primorosamente confeccionaba con las noticias de estrenos, entrevistas... Pero de la muerte de Lorca no tenía nada. Es más, en mi casa no entraba un periódico sin que él lo leyera antes y lo recortara, porque no quería que leyésemos lo que podía perjudicarnos. Su afán fue siempre protegernos. Nunca quiso que sufriéramos por culpa del pasado.

-Entonces, las cuatro hijas, ¿no están al corriente de todos los detalles que rodearon la muerte de Lorca y el papel que jugó su padre?

-Un tiempo antes de irse, mi padre empezó a contarme cosas sueltas, yo veía que quería como confesarse conmigo. Nunca en la vida había sido así, sino todo lo contrario, su afán por apartarnos de su pasado me trasmitía oscuridad...

-Podríamos decir entonces que depositó en usted su testamento histórico.

-Él quiso que yo supiera su verdad, toda la verdad, antes de morir. Y yo quiero que la sepas tú.

-Pues cuéntemela.

-Antes de nada, quiero que sepas que cuando éramos pequeñas mi familia era muy, muy feliz. Pero después me he dado cuenta de que cuando éramos jóvenes reinaba una profunda soledad en mi casa, especialmente mi padre. No recuerdo qué año fue, pero sí que era la primera fiesta a la que asistía Terele, como si fuera su puesta de largo. Recuerdo que fue en el Hipódromo. Estábamos allí, había mucha gente del espectáculo, y Terele, que era guapísima y despampanante, era la que más llamaba la atención. Entonces, a voces, para que se enterase todo el mundo, una actriz de mucho nombre, soltó en voz alta: "¡Quién se habrá creído que es, si es la hija del que mató a García Lorca!". Puedes imaginarte el mazazo que supuso aquello para nosotras. Volvimos llorando a casa a contarle a mi padre lo que nos había pasado, y a preguntarle qué había de verdad. Entonces mi padre se encerró en la planta de arriba y allí estuvo varios días sin salir, ni siquiera a comer. Así fue como nos enteramos por primera vez de que a mi padre se le relacionaba con la muerte de García Lorca.

-¿Por qué nunca ha hablado de esto a nadie? Su hermana Terele sí lo ha hecho en una entrevista con Jesús Quintero ...

-No lo he considerado oportuno, porque no es bueno remover el pasado.

-Franco siempre negó que la muerte de García Lorca fuese un crimen de Estado, quiero decir organizado por los sublevados...

-Creo que decía la verdad. Franco nada tuvo que ver con aquello. Al principio de la guerra, parece que todo estaba muy confuso, cada uno campaba a sus anchas tomándose la justicia por su mano. En cambio, Queipo de Llano sí estuvo al corriente de lo que pasaba con Lorca, llamó a Granada, porque antes lo habían llamado desde el Gobierno Civil para consultarle; ordenó que dieran un gran susto a García Lorca para que confesara todo lo que sabía de Fernando de los Ríos y que firmara una denuncia contra él. Que le dieran una especie de escarmiento. Fue exactamente como lo definió mi padre, pero no que lo mataran, porque a ellos Lorca no les parecía nada peligroso, sino un niño mimado un tanto amanerado. Ellos iban buscando al pez gordo, que era Fernando de los Ríos, pero creo que ya estaba fuera de España. Querían que Fernando de los Ríos sufriera con lo que le hicieran a Lorca. Todo esto lo oyó mi padre tiempo después en el Gobierno Civil, porque él no estuvo presente en la conversación. También hubo otra llamada a un pez gordo de la CEDA...

-¿Gil Robles, quizás?

-No lo sé. Lo cierto es que entre los falangistas de Granada se sabía que uno de sus jefes, de los Rosales, tenía oculto en casa de sus padres a García Lorca. Había una pugna aquellos días por el poder entre los partidos del Alzamiento. A mi padre se lo dijo el mayor de los Rosales unos días antes en un desfile en el frente. Entonces mi padre lo comentó con los compañeros que dirigían el partido (Acción Popular, la CEDA) que se reunían en el Gobierno Civil.

-¿Puede ser más explícita en el desarrollo de los hechos y nombres que le contó su padre?

-De nombres concretos no me acuerdo, sólo de familias y cargos… En las confesiones de mi padre antes de marchar a Estados Unidos, me contaba que él había cometido la torpeza de erigirse en cabecilla de todos ellos y de dar la cara; él no se escondía, era un hombre echado para adelante, con coraje, muy conocido y creo que en su juventud un tanto ingenuo… El día de antes de lo de García Lorca, en el desfile de falangistas, el mayor de los Rosales le comentó a mi padre que no estaba de acuerdo con que García Lorca, el ahijado de Fernando de los Ríos, estuviera de invitado en su casa y que él procuraba no ir mucho por no verlo, porque quería que se fuera. Mi padre lo comentó con los jefes de la CEDA y los compañeros que habían sido diputados hasta entonces, que formaban el grupo de apoyo al gobernador civil. Solían reunirse en el propio Gobierno o en la casa de Ideal, que por entonces tenían alquilada frente al Gobierno. Pero fue el gobernador civil el que dijo "está bien, vamos a darle un escarmiento al niño mimado de Fernando de los Ríos, pero tenéis que traerme una denuncia en toda regla". Y así fue como se gestó todo… La gente de la CEDA es la que escribió la denuncia, mi padre se sentó en su máquina del Ideal y la llevaron al gobernador.

-Todo el que dijo verla, afirma que iba firmada sólo por su padre

-No lo sé, porque no me lo dijo, pero la hizo la gente de la CEDA, aunque la escribiera mi padre, que para eso era profesional y sabía escribir bastante bien. Aquello fue una venganza de la gente de la CEDA para bajarle los humos a los falangistas, especialmente a algunos de los Rosales, que estaban muy crecidos.

-¿Y cómo sigue la historia?

-Mi padre siempre afirmó que él fue el encargado de ir a pedirle que fuera al Gobierno Civil. Pretendían darle un escarmiento. Entonces mi padre fue con el mayor de los Rosales y se lo trajo. Mi padre no sacó a Lorca de la casa de los Rosales, fue sacado por el hijo mayor y entregado a mi padre, y así los dos se lo llevaron al Gobierno, sin esposar ni nada y lo pusieron en manos del comandante.

- Continúe…

-No hay más, ahí acabó la participación de mi padre en este asunto. A la mañana siguiente, cuando fue al Gobierno Civil, Lorca ya no estaba. La historia que me contó mi padre acaba ahí.

-¿Sabe qué decía la denuncia?

-Pues lo que he contado, que era el secretario de Fernando de los Ríos, que con sus obras atacaba a la gente conservadora, que era muy rojo. Pero a Federico no se le podía acusar de nada más, porque él no era mala persona.

-¿Le dijo su padre si había un trasfondo de enemistad familiar, problemas de lindes, rencillas de pueblos, venganza por sus escritos?

-No me dijo nada. Pero contra Federico poco de esto podía haber porque él parece que sólo vivía por y para su ambiente literario. Federico fue víctima de las disputas por el poder entre la CEDA y los falangistas.

-Juan Luis Trescastro, el padrino de su hermana Elisa, fue jactándose de que le había dado "dos tiros a Lorca en el culo por maricón". ¿Cree que él participó en el fusilamiento?

-Era muy amigo de mi padre, lo acompañaba siempre a todos sitios, era como su guardaespaldas, aunque era mucho mayor que él. Iba mucho a buscarlo a casa o a los talleres del Ideal. Era muy bravucón, pero creo que su papel fue muy similar al de mi padre. La parte final de este feo asunto quedó en manos del gobernador, para fastidiar a los Rosales.

-Pero su padre fue a hacer la guerra junto al Gobierno de Burgos y siguió muy relacionado con el régimen de Franco ya en Madrid, sabría lo que pasó después…

-Qué va, qué va. Cuando al poco de acabar la guerra empezaron las quejas por lo que había ocurrido a García Lorca, especialmente desde el extranjero, este asunto irritó a Franco. El Caudillo quiso saber lo que había pasado y llamó a mi padre, pero él no sabía más de lo que te he contado, igual que llamó a alguna gente de Granada, de la familia de los Rosales. Alguien hizo desaparecer todos los papeles. Mi padre fue una tumba, nunca habló de lo ocurrido. Es muy posible que la Policía lo tuviera controlado, quizás tuvo miedo a que le hicieran algo si hablaba. Al final se convirtió en una víctima más de lo ocurrido con García Lorca, él ha cargado con las culpas de todos. Purgó su pena en vida, durante casi cincuenta años de abandono y soledad. Lo recuerdo como un buen padre al principio, pero amargado y solo después… Murió en vida.

-¿Qué hay de cierto en el rumor de que el régimen franquista tuvo comprado su silencio?

-Es incierto. La familia vivió de su trabajo, con necesidad como todo el mundo. ¿Comprado? ¡Pero si tuvo que cerrar la imprenta y vivir con lo que le daban sus hijas! Y además, abandonados: desde los años cuarenta no sé nada de mis primos, a mi padre lo abandonaron sus hermanos José y Ricardo (uno de ellos llegó a trabajar en los talleres del Ya), porque al tercero lo fusilaron en Paracuellos del Jarama. El abandono de mi casa era absoluto, tenía poquísimos amigos en el barrio de Fuencarral…

-¿Cómo les afectó?

-Pues también nos hemos sentido marginadas cada vez que se ha publicado algo de este asunto. Recuerdo que el reportaje de Peñafiel no nos hizo ningún bien en nuestras profesiones.

-¿Y a usted personalmente?

-Cuando cumplí los 50 años tomé conciencia y creo que empecé a asumir la carga de mi padre, pero tuve que apostar entre proteger a mi padre o a mis hijas, y me decanté por éstas. Pero no me olvido de que era mi padre. Por eso me negué a leer nada sobre él, todo era malo. Me negué incluso a hablar con Aquilino Morcillo, que era un periodista de confianza. Ahora, al final de mi vida, quiero descargar este tremendo peso.

-Ni usted ni sus descendientes tienen culpa alguna de lo que pudo hacer su padre hace setenta años…

-Yo sólo quiero que mis hijas no sufran ni la milésima parte de lo que yo llevo sufrido en silencio.

-¿Qué opina del poeta Federico García Lorca?

-Lorca fue el mejor poeta. Nunca he querido leer libros ni ver películas sobre Lorca. El peso que he soportado por esta relación de mi padre con su muerte me llevó a no aceptar participar en Bodas de sangre cuando me lo propuso Saura.

-No me ha contado usted lo del viaje de su padre a EEUU…

-No hay mucho más que contar. A poco de morirse Franco, le entró un pánico terrible. Empezó a temer que le hicieran algo. Fue entonces cuando me contó más cosas de su juventud y se empeñó en irse a California, con mi hermana. Eso fue a finales de 1975 o comienzos de 1976. Allí siguió sufriendo hasta que murió dos años después, a los 74 años.

-¿Está enterrado allí?

-No. Incineramos su cuerpo y me traje la urna a Madrid.

-¿Está enterrado en un cementerio de Madrid?

-Está en un cementerio de Madrid, pero su tumba no tiene nombre, tuve miedo a que alguien viera su nombre y la profanara.

-¡Qué curioso, la de García Lorca tampoco lo tiene!

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