ESTAMOS frente a uno de esos partidos que se han dado en calificar de trampa. A la casa de un aspirante oficial a plaza continental llega un equipo descendido desde tiempo inmemorial y que cuando se oficializó su descenso reaccionó y empezó a vivir. Su recuperación anímica llegó de la mano de un querido inquilino que fue de la casa verdiblanca, ese Pepe Mel que llegó tarde para la causa, pero pronto para la posibilidad hoy de sorpresa.

Sorpresa en el aire que el Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié, está en la perentoria obligación de evitar. Tras haber reconducido la marcha en un buen abril no sería de recibo que esta noche, con el viento favorable que sopla su gente, se tirara al callejón y echar por la borda mucho de lo bueno conseguido. Y eso de que no hay peor cuña que la de la misma madera se hace cruda realidad con la presencia de José Mel Pérez en el banquillo diestro del Villamarín.

Se ha encargado Manuel Pellegrini de ahuyentar fantasmas bajo la premisa de que la confianza mata al hombre y que no hay enemigo pequeño aun siendo de 35 puntos la distancia que separa a ambos en la tabla. Y al margen de elucubraciones más o menos utópicas, en el bando local no hay forma de aligerar la enfermería. El último en entrar ha sido el que quizá haya sido el jugador más importante del curso, un Germán Pezzella campeón del mundo y siempre a la orden del técnico.

Partido trascendente para seguir pleiteando con la Real Sociedad por la apetitosa sexta plaza y a sabiendas de que en siete días llegarán los txuri urdin a Heliópolis. Esa sí que se presenta como una final, pero siempre y cuando no se acuerde el Betis de tiempos en los que tirarse al callejón estaba en el guión con demasiada frecuencia. Betis-Almería así que sean las nueve de la noche heliopolitana y no caben distracciones. Ganar, ganar y sólo ganar es la cuestión, conque...